Capitulo 54: El Lago

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HÉCTOR

Cristin había despertado, el color de su piel se había normalizado, así como el calor de su cuerpo. En niveles, curar la mordida de un valkoiset era insignificante comparado con ver a alguien volviendo de la muerte.

Por supuesto no sonrió al abrir los ojos, sino todo lo contrario: pataleó asustada, con chillidos alarmados y rasguños que me obligaron a soltarla. Tuve que bajarla, con el cuello y la espalda ardiéndome. Su actitud era entendible, <<o eso creo>>. Estaba desorientada, con una aparente amnesia sobre el disparo que la mató. Tal fue su desconcierto que, cuando la dejé en el suelo, retrocedió de espaldas hasta chocar con la pared.

La luz de la lámpara, así como la de la cámara, tampoco sirvieron para tranquilizarla, pues despertar en un pasillo oscuro y sin final, no era digno de calma.

Los minutos pasaron sin poder moverla del espacio en el que se había retraído, con las piernas abrazadas y pegadas a su pecho. Las ideas y los recuerdo fueron volviéndole a la mente; recordó primero la cabaña de "la danesa", después a Noah, la bala, a Zebb tratando de salvarla y por ultimo a ella muriendo. En ese momento la vi colapsar, las pupilas se le dilataron como las de un gato y los ojos los tenía abiertos como platos; también la boca. Gritó, pero lo mitigó al instante en que se metió el torso de la mano a la boca para morderlo.

El tiempo siguió sin que ninguno lograra calmarla. Eso hasta que se sacó la mano de la boca, respiró profundo y con ello algo de calma. Empezó a hacernos preguntas, aunque ya antes las había hecho entre gritos: ¿Dónde estoy? ¿Qué me pasó? Pero fueron tantas y tan aceleradas, que no tuve oportunidad de contestarle.

Me senté a su lado, confiando en que eso la ayudaría. Me hizo mil preguntas, <<más, menos>>; no me importó el número. Contestarle me dolió igual que una bala en el pecho, a ella igual y lo sé porque me lo dijo. Despertó enterándose de como Erick se sacrificó para devolverla, de Zebb intercambiando su vida por la de ella y de cómo Ryder, <<el hombre al que salvó de la muerte>>, se entregó para cubrir nuestro escape. Cualquiera se hubiese desmayado con menos que eso, pero ella no.

La abracé en cuanto empezó a llorar, ya no con gritos o gruñidos, sino simples sollozos desconsolados. Rebecca nos tuvo paciencia, después de todo ella tampoco podía arriesgarse a que Cristina colapsara.

Por años fui la persona en la que más confió, pero lo único que logró convencerla del cuento que le conté, fue verse donde antes estuvo la herida y ahora no había nada. Recayó y creyó que todo era imaginación; ni siquiera ver a Johana inconsciente le sirvió para creernos. Fue hasta que metió la mano en el bolsillo de su chamarra y encontró el anillo con el que Erick le propondría matrimonio, cuando entendió que le decíamos la verdad cuando. De nuevo rompió en llanto, me manoteó con fuerza y me gritó que la soltara.

La paciencia de Rebecca se acabó y también lo entendí, pues quienes hubieran logrado escapar del fuego y evadir el bloque en el puente, seguramente ya nos estaban buscando.

–Hay que continuar –fue lo que nos dijo.

–Solo deme un minuto con ella – le pedí, sabiendo que de nada serviría apresurarla.

La agente se alejó lo suficiente para no escucharnos, oscureciendo nuestro entorno al irse con una de las dos linternas de baterías que teníamos.

–También tengo miedo –murmuré, tratando de tomarla de la mano, algo inútil porque se la sacudió en cuanto la toqué–. Lo que pasó allá arriba... –<<Piensa en algo >>, me dije. –En El Sótano, me pediste que confiara en ti y tu corazonada sobre Ryder. Ahora yo necesito que confíes en mí, porque no seguiré sin ti. –Me puse de pie ofreciéndole de nuevo mi ayuda–. Por favor, ven conmigo, Cristin.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora