Capitulo 46: Penitencia

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ZEBB

–¿Estás bien?

Traté de responderle, pero no pude.

Las palabras en la carta eran una prueba más de lo que la obsesión en una creencia podía causarle a alguien. A diferencia de la danesa, yo tuve la fortuna de tener a mis padres conmigo, aunque fuese solo para verme como la mano derecha de Románov; pero esa tía jamás pudo volver a verlos. ¿Es que acaso podía catalogar mi situación como suerte? En retrospectiva, la danesa no tuvo que dispararles a sus papás para salvar a unos desconocidos pringaos. Ella estaba muerta, yo no. Pagó su penitencia y yo aún debía afrontar la mía.

–Oye, no llores –me dijo, girando mi rostro a dónde estaba ella–. Es por tu mami, ¿cierto?

–No pude despedirme de ninguno, maja. Os he metido en este lio, fue mi culpa que Alexandra y mis padres murieran.

–No, Zebb, ¡no! –exclamó, no con enfado, sino con una delicada convicción y gentileza –. Solo obedecías a quien desde niña te enseñaron a obedecer.

Cerré los ojos y los apreté. Di un trago de esos amargos que cuesta pasarse por la garganta; quería convencerme, en la penumbra total de mi vista y pensamiento, de lo que Cristina me decía. Era la culpable, lo fui desde el día que le mostré a Damián a ese grupo de exploradores de los que me terminé encariñando; si quizá no me hubiese enamorado de la entrevistadora mexicana que ahora posaba ambas manos sobre mi rostro, nunca hubiese visto cada uno de los videos que subían a esa página.

Debí haber pagado con mi vida y no la de Alexandra. De haber muerto, Noah y su madre habrían escapado y yo jamás hubiese matado a mis padres.

–Ven –dijo, casi en un murmullo.

Sentí, en mi perpetua oscuridad, cómo la cálida mano izquierda de Cristina me rodeó el vientre y cogió con la otra mi cabeza, para luego recostarme sobre su pecho. En ese momento me sentí débil, dispuesta para llorar, más la calidez de su cuerpo mantuvo en mi cierta fortaleza. Lo perdí todo para ganarla a ella. Me sentía deshecha, pero a la vez más viva que nunca.

Guíe mis manos hasta su rostro, con mis dedos logré dar con sus labios, acariciando su contorno. Pude sentir como el cuerpo le temblaba, la escuché exhalar un sutil suspiro que bien se trataba de incomodidad o fastidio. Cargué mi peso sobre el suyo, haciéndola caer en el quemado sofá.

–Zebb, por favor detente –murmuró.

Acerqué mis labios a los suyos, retirando mis dedos sabiendo ya donde besarla. Seguí, pues si en verdad no quería que lo hiciera, me habría apartado fácilmente con las manos. Cuando casi pude sentirlos, tan cerca que el calor de su respiración llegó a los míos y el aroma dulce acido del té que bebió entró por mi nariz, ella se volteó dejando solo su mejilla a mi alcance. La besé sí, pero no como quería.

–Me halagas en serio, y si me gustaran las chicas, ser tu novia sería un lujo –dijo en cuanto me alejé –. Yo amo a Héctor, lo siento.

–¿Y qué de lo que siento por vos? ¿Debo aparentar que no existe? ¿Qué no te amo?

–Tú no me amas, ya deja de creer esa estupidez. Te gusto y eso me gusta, pero nada más –espetó, enlazando sus manos a las mías –. Por favor no te obsesiones conmigo o no podremos vivir juntas.

–¿Estáis de coña? –inquirí, acompañada de un par de risas nerviosas.

–Unos meses, tal vez más, mientras te encontramos una casa.

–¿Y qué hay de vuestros padres? No aceptarán a una tía desconocida en su casa.

–Deja que yo me preocupe por ellos. Además, estoy segura de que te amarán –contestó, soltándome para acomodar un poco mi cabello con sus dedos–, solo no les contemos que me secuestraste, ¿va?

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora