Capitulo 53: Nuestra Tumba

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HÉCTOR

En ratos recuperaba la conciencia, pero no permanecía así por mucho. En uno de los breves ratos despierto, pude decirle a Erick la locura que estaba por cometer, también intenté convencer a Zebb de recapacitar; ninguno hizo caso.

Ryder, cuando estábamos todos en la sala ceremonial, intentó enfrentarse a las hijas de Románov, una lucha que perdió casi tan rápido como inició. Rebecca, por otro lado, se mantuvo ajena a lo que estaba pasando.

Cuando desperté, lo que vi fue tan triste como aterrador: Johana estaba conmigo, con una mano puesta en mi hombro y la otra en el brazo que el valkoiset me había desgarrado con los colmillos. Ya no tenía herida alguna, tampoco me dolía o quedaba alguna cicatriz. Pensé en ese momento que la mordida pudo ser un sueño, pero no.

No fue cosa de mi subconsciente y pude entenderlo al ver como la boca de Johana estaba roja, con sangre desde la nariz hasta el mentón, solo que no era suya, sino la de su hermano.

Me levanté del piso, <<obvio estaba asustado al verme y sentirme tan sano>>; aun así, tuve que pararme para ver con mis propios ojos lo ocurrido en el tiempo que estuve inconsciente.

Me acerqué a la mesa de piedra, sobre ella estaba un cuerpo cubierto con una manta blanca: de seda y muy suave al tacto.

–¡No! –clamó Zebb, deteniéndome cuando quise correr la sábana.

Tardé poco en entender su actuar, pues no estaba siendo represiva, sino empática al no dejarme ver como terminó el cuerpo de mi amigo. Mi imaginación, o intuición, fue suficiente para armar el rompecabezas de lo acontecido durante mi agonía: Erick no solo se había dejado atravesar con la daga aún goteante de sangre que estaba sobre la mesa; también le habían abierto el pecho, pues la manta tenía una prominente mancha carmesí y eso podía explicar algunos pedazos de carne rojiza tirados en el piso. Tuve una arcada al no encontrar los restos, por pensar en la negativa de la finlandesa para quitar la sábana o de recordar los sueños caníbales de Johana, pues por algo la boca la tenía cubierta de sangre. Por fortuna la contracción solo quedó en eso.

Agarré a Zebb por el cuello, la levanté y empecé a apretar con el deseo de matarla. Tanta fue mi furia que ni siquiera podía recordarla así de liviana.

–Él tomó una decisión, tío –dijo, mientras con los dedos y las uñas luchaba por soltarse.

Inessa y Miray solo observaban como asfixiaba a la chica, me sonreían con esa mueca macabra y esa mirada psicópata que las definía como tales. Pude recapacitar lo que estaba haciendo gracias al modo en que me veían, pues yo no era un asesino como ellas.

Solté a Zebb y retrocedí, la dejé respirar o toser y poco a poco logró mantener mejor el aire adentro de sus pulmones.

Miré a Rebecca y a Ryder, los dos parecían estar en un trance; miraban en mi dirección, pero a la vez a la nada. No se movían: estaban petrificados.

–¿Dónde está Cristina? –inquirí, con el suicidio de mi amigo en la mente. Zebb me señaló a donde aún seguía su cuerpo: Seguía sobre el peldaño que rodeaba la mesa de piedra –¿Por qué? ¿No se suponía que la harías despertar? –le recriminé a Johana, sin saber si seguía hablado con ella.

–No es tan fácil –intervino de nuevo la finlandesa.

–¿Pero lo hará? ¿La devolverás? –le insistí.

Las cosas se habían salido tanto de control con Erick sacrificándose para sanarme, con las niñas de Románov custodiando y amenazando de muerte a Rebecca y a Ryder. En cuanto al tiempo, de ese ni siquiera sabía con cuanto seguíamos contando o si ya se nos había terminado. Llegué a pensar en una idea suicida: encender la dinamita que llevábamos en una de las mochilas y explotarlas en la cámara, así y con algo de suerte todo se vendría abajo. <<Es una locura>>, me reclamé.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora