Preludio

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En cuanto pude librarme de aquellos hombres, corrí tanto como pude sin detenerme. Aprenderme el lugar en el que estaba se había vuelto una de las mejores virtudes que tenía, pues me permitió correr a toda prisa aun con la noche sobre mí.

No tardaron en poner a toda su gente a buscarme, pero ni siquiera ellos podían desplazarse por la oscuridad sin el uso de antorchas y linternas, dándome así una pista de como poder escabullirme para que no me encontrasen.

Era una fortuna que el viento no soplase con fuerza y que la nieve no entorpeciera lo poco útil de mis ojos para avanzar pero, entre todas esas circunstancias de fortuna, la que más llenaba mi pecho de alivio, era el escuchar la quietud de los árboles y el silencio de las aves.

Seguí sin detenerme hasta lo que podía llamar una casa, cerré rápidamente con una cadena sabiendo que la única razón por la que aun respiraba, era por lo que sabía y que necesitaban.

Como nadie en el lugar, entendía lo que me pasaría si lograban llevarme ante ellos, tarde o temprano me harían decir todo lo que sé, luego simplemente se desharían de mí de alguna de esas inhumanas maneras de asesinar a quienes no les servían o les habían fallado.

Ya no podía soportarlo, mis piernas estaban matándome, el corazón latiendo desenfrenadamente y mi frente humedecida por un sudor frio.

Tomé asiento en la rechinante cama de la alcoba, era cuestión de tiempo para que me buscasen aquí y las trabas en las puertas poco servirían para detenerlos .

Tenía la opción de intentar huir con las únicas siete balas que cargaba la arma plateada cogida entre mis manos, con algo de suerte, me les podía escapar con ayuda de la noche. Tanto pensamiento termina por hacerme llorar de una tremenda impotencia, pues, aunque algo así sucediera, no dudarían en mandarlos para cazarme y de ser así, la pistola quedaría inservible.
Retiré las viejas tablas que cubrían un compartimiento secreto justo detrás del librero y sin otra opción, guardé cada libro y libreta importante dentro de una caja en la que confiaba estarían seguros aun después de mi muerte. Retiré de la misma caja un crucifijo de oro adornado con algunas molduras de plata y lo coloqué alrededor de mi cuello, un símbolo que me llenaba de plenitud y falsa valentía.

Busqué una de las viejas cuerdas que guardaba en el ático, volví a la recamara, dejé correr la soga a través de una de las vigas que daban soporte al techo de madera, creé una improvisada horca y me subí a una de las sillas. Pensé en usar la pistola para acabar con todo sin riesgos y sin complicaciones, más sentía que con mi suicidio traicionaba lo que desde la cuna se me había inculcado. Con tal culpa en la conciencia, el nudo y la caída ya no parecían ser una mala opción, sino la única que podría redimir el alma de los cobardes como yo.

Con la soga rodeándome el cuello, previo a saltar, logro percibir las luces que ya rodeaban las áreas cercanas y otras más, que con los segundos, comenzaban a llegar. Bajé de la silla, me acerqué a la ventana y tal como lo esperaba, justo en la entrada de la casa aguardaba aquel rostro angelical que fue razón del eminente final que me esperaba. De algún modo, logró sentir que le observaba, así que luego de dirigir por unos segundos sus ojos a los míos, colocó en su rostro aquella distintiva mascara.

El miedo y la incertidumbre por entender la razón de que nadie entrase aun a buscarme y sin tentar más a la suerte, vuelvo a colocarme sobre la silla, poner la soga alrededor del cuello y sacudirme hasta hacerla caer.

Mis pies yacían en el vacío, estaba asfixiándome, pues la caída no tuvo la fuerza suficiente para matarme en el instante. ¿Era éste un castigo divino por mi actuar cobarde? No, incluso Dios no pudo sacar de este infierno a uno de sus soldados y lo que hacía, seguramente no le sería mal recibido, no luego de todo lo hecho en su nombre y gloria.

En mi agonía, llevé la pistola hasta la sien, tratando de terminar aquel sufrimiento, pero el oxígeno que recibía ya era poco como para lograrlo. Mis palmas y piernas colgaban, más aún temblaban y aunque la vista ya se me comenzaba a nublar, veo con dificultad como han comenzado a incendiar mi casa y su al rededor...

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora