Capitulo 22: Dulce o Truco

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-Dámela, por favor.

Era ya la segunda vez en que insistía, perturbador o no, entendía su situación. Finalmente, Johana cede la muñeca de una manera serena, algo completamente distinto a como se comportaba hace apenas unos instantes.

-Aún no he encontrado el colguije que Julissa me obsequió- Me dijo, mientras hurgaba entre las sábanas.

-Al volver te ayudaré a buscarlo, te prometo que no nos iremos sin él.

Luego de darle un beso y al salir de la habitación me cruzo en el pasillo con Zebb, quien se limita a saludarme como a un desconocido. Ella había pasado la noche con Cristina y por lo grandes amigas que parecían, no me era indistinta la idea de que le había contado todo lo sucedido entre nosotros.

-Zebb...-Quería preguntarle por lo que sabía o al menos saber si sabía, pero no podía. -Johana perdió una cadenita, si la llegas a ver...

-Vale. ¿Algo más?

- ¿Cómo está? - Le pregunté, en el entendido de que lo sabía.

-Ella está bien.

Y sin más, comenzó a alejarse con rumbo a la cocina donde, en colaboración con su madre, preparaban la mesa para el almuerzo. Pronto, sobre la mesa aguardaba la carne humeante de venado preparado de modo a un platillo folclórico difícil de pronunciar o de escribir correctamente; también, yacía sobre el mantel un par de guisos igual de tradicionales y algunas verduras.

Cristina hizo acto de presencia, una bastante desaliñada, algo inusual en ella cuando se encontraba con personas ajenas a nosotros tres o su familia. Saludó a los padres de Zebb con ayuda de la hija como traductora, luego a Erick con un beso en la boca, uno en la mejilla a Johana; para mí, se limitó a hacerlo sacudiendo ligeramente su mano.

Al concluir el almuerzo Erick se retiró a su alcoba, quien es seguido por Cristina; ya habíamos quedado en esperarlos en la camioneta, por lo que hacemos lo propio.

- ¿Lograste arreglar algo? - Le preguntó su hermana, apenas lo vio subir a la camioneta.

-Eso creo. Aun así, Cristina me dijo que prefería quedarse ¿Tú cómo seguiste?

-Estoy bien, hermano.

-De hecho, le preguntaba a Héctor, ayer estuvo a punto de morir.

Johana tomó el frasco de pastillas con la que trataba su anemia, lanzándolo como un proyectil contra él. Aunque era evidente que Erick no tuvo la intención de incomodarla, ella se había quedado pensativa, nerviosa y arriesgándome a cometer un error en describirla...parecía algo triste.

-Lo lamento, hermana, fue una broma de pésimo gusto. - Le dijo al verla por el retrovisor.

-Estoy bien. -Contesté tomándola de la mano y dejándola sobre su pierna. -Nunca había estado mejor. -Insistí, siendo correspondido por una leve sonrisa y el reflejo color miel de sus ojos.

-Wey, te juro que, si no le quitas esa mano, voy a matarte. -Exclamó Erick.

- ¡Déjalo en paz! -Le gritó, arrojando nuevamente el frasquito.

-No, Lizbeth, son chingaderas y ustedes dos me están faltando al respeto. -Espetó mofante, sabiendo lo mucho que ella odiaba ese nombre.

- ¡Vete al diablo! - Replicó y mientras con su mano izquierda le paraba el dedo, con la derecha llevó la mía hasta uno de sus pechos.

-Ya está bien. Mierda, al menos esperen a que yo no esté. - Dijo, a la par que yo me retiraba.

<<Al menos todo esto son risas>>, pensé.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora