Capitulo 32: Historia de un Detective

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HÉCTOR

–Por favor dígame Cristina –le dijo, pues "Lilian" no era un nombre que le gustara.

–Bien, señorita.

Si de verdad era el gran detective que decía ser, tenía muchas preguntas a las que responder.

–Tu tobillo sangra –expresé, señalando un manchón rojo en su pantalón.

–Tranquilo, no parece ser serio –respondió, luego de alzar un poco la manga–. Bien, interrógalo.

Cristina parecía impaciente por saber más, no tenía la misma cautela que yo, pues ella siempre actuaba, luego reflexionaba. Aun así, yo no podía ser quien lo cuestionara o, con seguridad, lo terminaría haciendo con hostilidad ya que, el que todos estuviésemos atrapados en el pueblo, se debió al secretismo entre Ryder y Annelí.

–Que lo haga nuestra mejor entrevistadora –le respondí–, pero hazlo sentada, por favor.

–¡Bien! –Luego de sentarse lo más cerca de la reja, se tomó un par de minutos antes de decir cualquier cosa y finalmente habló –¿Qué era usted de Annelí o Julissa? – preguntó

La miré, girando las manos extrañado de su nada profesional manera de comenzar. En fin, que ya lo había hecho y pasó casi un minuto para que el hombre se dignara a responder.

–A Annelí Virtanen la conocí hace más de veinte años en una misión –contestó y prosiguió luego de una corta pausa–. Ella me ayudó y yo le ayudé,

–¿Solo eso? –insistió y él le respondió afirmativamente.

–¿Puedo? –inquirí, para que me diera la oportunidad de interrumpirla y ella aceptó. –Esa misión de la que habla, ¿tuvo que ver con la caravana de funcionarios que desapareció en el noventa y dos?

–¿Cómo saben de eso? –replicó, mirando por primera vez en nuestra dirección a través de la ventanilla.

–Bueno -intervino Cristin–, hace un par de meses, un hombre que se hizo pasar por usted nos visitó con unos documentos supuestamente confidenciales y una copia del testamento de Julissa.

–¿Un testamento?

–Sí, lo vimos por primera vez durante el velorio y le dijo a Héctor que necesitaba hablar con Erick y Johana.

–Desconfié de él desde que se nombró como Ryder, pero al final ellos aceptaron ir para saber que les tenía que decir –agregué, quitándole la palabra a Cristina.

–¿Se encuentra bien? –le cuestionó, luego de ver como volvía la vista al interior de su celda y que se quedara en total silencio. –Por Dios, usted no lo sabía, ¿verdad? –agregó, recogiéndose el cabello ante tal sorpresa.

–¿Cuánto tiempo lleva aquí?

Mi pregunta no era para él, sino para Cristina. Ninguno de los dos podía creerlo, ya que eso significaba que llevaba preso más de sesenta días. El hombre giró la mirada de vuelta en nuestra dirección y, aunque la oscuridad y la distancia no nos dejaban verlo con claridad, su modo abrupto de voltear denotaba un sentir negativo.

–¿Cómo murió?

–Yo...–Cristina trataba de responderle, pero algo se lo impedía. –Ella...–Su voz era queda y débil, por lo que no podía hacerlo.

–¿Cómo murió? – exclamó, con la fuerza de un grito desconsolado.

–Creímos que fue un suicidio, eso determinó el forense –aseveré, luego de entender que ella no podía continuar. Tomé una pausa y proseguí. –Johana fue quien encontró el cuerpo cuando la visitó al asilo en que la señora estaba internada.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora