Capitulo 50: Noche de Medio Día

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HÉCTOR

–Anda, despierta –alcancé a oír antes de poder separar los parpados.

Las manos que, con palmadas buscaban que reaccionara, no eran las de Cristina como lo fueron mientras al parecer estuve inconsciente, sino las de Zebb devolviéndome a la jodida realidad. Ella me tenía recostado sobre sus piernas y yo estaba sin poder recordar cómo había terminado allí.

Me giré, empujándola para que me soltara. Tan pronto pude alejarme un poco de ella, el estómago me hizo vomitar nada más que saliva y bilis, pero expulsar todo aquello resultó en un remedio, no solo para las náuseas, también para disminuir el dolor de mi cabeza y el mareo. Después de eso la vista poco a poco se me fue enfocando y la memoria había empezado a volver.

Miré a donde se supone debía estar el cuerpo de Cristina, aunque solo estaba su sangre; fue así como pude recordar que Erick se la había llevado al irse en búsqueda de Noah.

Apreté mis puños y le di algunos golpes al cemento antes de poder levantarme. Estando de pie, un nuevo mareo me hizo tambalear, pero Zebb me detuvo evitando que cayera.

–Lamento lo que te hice –le dije, al ver los raspones que tenía en las palmas.

–Merezco algo peor que un empujón, tío. Esto ha sido culpa mía. ¡Jamás debí haber ayudado a ese cabrón!

–No, Zebb, no lo fue –espeté, teniendo que volver a sentarme.

–Yo lo liberé, creí que me redimiría al hacerlo. Al final fue mi decisión, no la vuestra. –Se sentó a mi izquierda, con los ojos en dirección a la nada. –M...maldición – titubeó, bajando la cabeza.

–Hace poco más de un año –dije, recargándola en mi brazo antes de seguir –, Cristina... –Me costó nombrarla sin dejar que mi voz se hiciera añicos. Cuando al fin tomé el valor de hablar sin sollozar, proseguí –...Cristina perdió a un paciente y se culpó por ello...

–Creí que aún no terminaba los estudios –musitó, interrumpiéndome el relato.

–Debió haberse titulado hace nueve meses –atajé, recuperando el control de la conversación, riendo sutilmente creyendo que serviría de algo para consolarme –. Dejó la carrera por un semestre. Si, aún no era doctora, pero era la mejor paramédico de entre todos sus compañeros.

–Ambos estuvieron en la cruz roja, me contó –dijo.

–Yo no aguanté mucho, le tenía pavor a la sangre. –Volví a reír, ahora menos cauteloso. La chica finlandesa sonrió, pero esa mueca no duró mucho en su semblante. –En fin, Cristin estaba a cargo de la ambulancia esa vez, pues de entre todos era la de mayor experiencia. Ese día recibieron una llamada de emergencia hecha por la familia de un hombre que presentaba síntomas de un ataque cardiaco, arritmia o algo del corazón. Ella y su equipo respondieron al llamado.

››Llegaron a la casa y subieron a la persona en la ambulancia. La familia del señor se fue por separado, pues la mujer no podía dejar a sus niños. Cristin siguió los protocolos tal cual debían de ser, pero minutos antes de llegar al hospital, la condición del paciente empeoró en un chasquido. Los otros paramédicos le empezaron a sugerir como tratarlo, sin embargo, no les hizo caso y no por negligencia, sino porque las recomendaciones que le hicieron le parecieron todavía más peligrosas para el paciente.

››No estoy seguro, algo me dijo sobre inyectarle o no adrenalina. Para cuando Cristina lo inyectó fue demasiado tarde y, aunque llegaron al hospital, el hombre murió tan pronto entraron por la puerta de emergencia. Eso la devastó, ¿sabes? El cardiólogo trató de reconfortarla diciéndole que no había sido su culpa, pero no fue suficiente para ayudarla. Trató de darle la noticia a la familia, pero cuando vio a la mujer y al mayor de los hijos, ella huyó del hospital.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora