Capitulo 48: Un Juego de Ajedrez

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–Vi a Annelí durante la ceremonia, Erick. No sé cómo y no sé porque, pero parecía querer mostrarme algo. No, a Cristina le sucedió algo similar cuando llegamos a la cabaña, vio a una mujer y pensamos que podía tratarse de alguna clase de fantasma...

–Y eso que vieron, ¿actuaba como si ustedes no estuvieran ahí? –Héctor asintió. –¿Tú la viste? –Él negó con la cabeza. –¿Pero viste a mi madre? –Asintió de nuevo.

Se trataba de un eco, o así lo llamaba Hyun. Yo no pude ver a mi madre durante el ritual, pero él sí.

–Seguimos buscando –prosiguió – y no encontramos nada. Eso hasta que la mujer vio algo tallado en la mesa de piedra. Lo limpiamos y era el emblema que tienen en sus medallones. Creo que bajo esa capilla está la salida, pero para abrirla necesitamos la llave.

–¿Y crees que la llave es esto? –le inquirí, sacándome el colguije bajo la camiseta.

–Lo creo.

–¿Y si Románov conoce el túnel? –espeté, guardándolo de nuevo.

–Zebb dice que no y yo le creo. Hasta ahora los Románov han encontrado el modo de mantenernos aquí. ¿Por qué cerrar las carreteras y no resguardar el templo?

Me encogí de hombros, aun algo dudoso del plan y del túnel, pero si Héctor tenía razón y esa salida estaba ahí, entonces mi madre realmente había intercedido para sacarnos tal cual le supliqué. La verdadera pregunta era: ¿por qué se presentó ante él y no a mí?

Dejé de hablarle, pues no pensaba dirigir palabra ajena al tema de salir de BarnowlTown con ninguno. Tenía razones para estar molesto con cada uno, excepto quizá la agente. El detective, por un lado, abandonó a mi madre luego de que ella lo ayudara con su caso; Héctor, diciendo estar enamorado de mi hermana mientras se acostaba con mi novia.

Me puse de pie y le di la espalda. Salí de los calabozos y de la cabaña, pues no faltaba mucho para ejecutar ese "plan de escape". Podía funcionar, pues por más cabrón que Héctor pudiese ser, sus ideas siempre habían resultado.

–¿Me puede regalar uno? –le pregunté al antiguo detective, señalando la caja de cigarrillos que su compañera le compartía.

–Joven si pudiéramos hablar –me dijo, tendiéndome uno para tomarlo.

–¿De qué quiere hablar? –le ataqué, mientras lo encendía. Inhalé y exhalé el humo, antes de tener el valor de crear una charla poco placentera –. Es fácil, usted abandonó a mi madre y ella lo amaba, aunque tampoco lo culpo por irse; aun así, usted y yo no tenemos nada de qué hablar. Mejor piense en cómo sacarnos de aquí.

Me di media vuelta, quise caminar de regreso a la casa en ruinas, pero Ryder me detuvo tomándome del brazo; un gesto que pronto la mujer repitió con él, logrando que me soltara.

Seguí mi camino hasta el marco de la puerta, donde me recargué para inhalar y exhalar el humo del cigarrillo. De poco estaban sirviendo mis respiraciones para calmar una sensación distinta al rencor, pero tan similar al desprecio por quienes me rodeaban; opuesta al odio, pero alejada de la posibilidad para perdonar a Héctor, a Ryder, a Cristina, e incluso a mi propia madre.

Introduje mi mano en el bolsillo blanco de mi pantalonera de lana, para sentir entre mis dedos el anillo con el que se suponía le propondría matrimonio a la chica que, aún ahora, seguía amando. Lo saqué y quise arrojarlo por segunda vez, ahora para no encontrarlo nunca jamás, pero no pude hacer otra cosa que regresarlo.

–¡Debemos irnos! –ordenó.

Rebecca regresó por Héctor y Noah. Al salir, en sus brazos cargaba a la hija de Románov aun inconsciente. Decidí no esperarlos para subir a la camioneta, me metí y cerré la puerta a lado mío. Héctor, poco antes de sentarse, se salió del auto y volvió a la cabaña; estaba improvisando algo, pues ninguno de nosotros sabía de qué se trataba ese extraño comportamiento.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora