Capitulo 30: La Reina y la Serpiente

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JOHANA

Desperté luego de una breve siesta. No importaba cuanto luchase por no quedarme dormida o por cuanto tiempo cerrase los ojos, pues lo único que veía poco antes de abrirlos, eran a todas aquellas personas que, en mis sueños, clamaban por que se me arrojase desde lo alto de los muros de un palacio; o a esas criaturas de piel pálida, rodeándome para devorarme.

Aun así, luego de haber danzado por horas sin parar en aquella valiosa ceremonia de fertilidad, estar al fin sobre una cama, me resultaba cuanto menos placentero.

Me puse de pie y caminé hasta el tocador. De ahí, tomé el colguije con el símbolo ancestral de mi familia.

-¿Johana? - dijo un joven, el cual me miraba a centímetros del ventanal.

No supe como poder responderle, ya que preguntaba por alguien a quien yo no conocía.

Tomé el cepillo, pero cuando estuve a punto de pasarlo por mi cabello, el chico me sujetó del brazo, insistente en querer una respuesta que yo no tenía. Los rasgos de aquel apuesto joven eran similares a los míos desde la barbilla, la nariz, el color de sus ojos y su cabellera dorada. Tenía que llevar mi sangre, pues al tocarme con su mano, pude sentir un cariño intrínseco por él.

-Dime -atajé, con la intención de que me soltara.

Empecé a peinarme, viendo en él un semblante poco convencido por mi vaga respuesta.

Luego de un par de cepilladas, mi reflejo pareció ir perdiendo coordinación con mis movimientos. Aquello me hizo tensar los músculos, y paralizarme; me quedé quieta, más la imagen en el cristal seguía repitiendo sus acciones.

Miré al hombre que me acompañaba y, aunque él estuviese mirándome a través del espejo, no parecía percatarse de lo que estaba pasando

-¡Anda, contéstale, Johana! -me ordenó aquello que estaba en el cristal.

Retrocedí tan rápido, que terminé cayendo de la silla. Mi muñeca izquierda se torció con la caída y, pese al dolor que sentía, me arrastré como pude por el alfombrado piso, hasta que mi espalda topó en la base de la cama.

Apunté al espejo, a la par que el joven me tendió la mano, hablándome con desespero; yo solo escuchaba con total claridad el latir acelerado de mi corazón. Ambos mirábamos a donde mismo, solo que él no veía lo que yo.

-No me temas - dijo aquella silueta impostora -, pues fuiste tú quien hace poco pidió conocerme -agregó, con un timbre alto y claro, haciéndome saber que mi alterada condición no afectaba el tono de su voz.

Retiré con desprecio la mano del extraño, sin la intención de hacerlo. Me puse de pie, pero ni siquiera me sentía lista para ello. Caminé al espejo, no quería acercarme y aun así no podía detenerme.

A centímetros del tocador y, sabiendo que lo que estaba controlándome era el reflejo, comencé a suplicarle entre sollozos que me soltara, más se limitó a responderme con una sonrisa opuesta a la lágrima que recorría el rostro de ambas. De fondo, perdido en un vacío inexistente, podía escuchar la voz preocupada del chico, quien clamaba por su hermana, mientras yo rogaba por la ayuda de aquel desconocido.

Acerqué, contra mi voluntad la cabeza al espejo y exhalé, empañando con el vaho parte de su superficie. Con una mano desobediente empecé a escribir un nombre en el cristal, el de: Erick.

Me repetí aquel nombre en silencio, recordando así todo sobre mi hermano, el mismo joven que estaba conmigo en la habitación.

Parpadeé dos veces, recobrando luego el control de mi figura proyectada. Todo parecía haber sido otra más de mis pesadillas o quizá todo el tiempo estuve despierta y solo se había tratado de una ilusión macabra creada por mi mente. Ya no sabía en que pensar.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora