Capitulo 42: La Reina de Estrellas

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CRISTINA

–No fue tu culpa, Cristin.

Claro que me lo iba a decir, pues solo Héctor conocía aquella marca en mi pasado. Él creía que la terapia y el tiempo me sirvieron para dejar atrás la pesadilla; por supuesto que el psicólogo de algún modo ayudó o de lo contrario habría sido una estafa, pero solo sirvió para darme la valía de volver a la medicina.

Ni las compresas, ni las vendas rudimentarias habían logrado detener el sangrado de la mujer. Aunque no tenía el equipo para comprobar la gravedad del disparo que la madre de Zebb recibió, la bala seguramente dañó algún vaso sanguíneo antes de salir.

Su muerte no fue mi culpa, claro estaba, y aun así no podía dejar de preguntarme la razón por la que me sentía tan mal. En unos meses, si es que lográbamos salir, estaría jurando velar por la vida humana y eso incluía a la madre de Zebb, una persona a la que tuve que ayudar, aun cuándo ésta me quiso muerta.

Héctor con su pulgar acarició mi mentón con la tela suave de su guante, me ayudó a levantar la mirada con la que hasta ahora no había dejado de observar los delgados cristales de hielo formados en las piedras, y la nieve en la tierra. Su gesto de suave caricia y sus ojos viendo a los míos, seguían haciéndome creer que de alguna manera todo estaría bien y que pronto esta nueva pesadilla encontraría un final.

–Hay una manera de salir, la he visto –atajó con una voz dulce, melódica y tan masculina que no hacía otra cosa que enloquecerme.

–¿Cómo? – inquirí, saliendo de aquellos pensamientos adolescentes de romance –. ¿De qué hablas?

–Lo vi en el templo. No se cómo y no sé por qué, pero creo...–Se quedó callado, ido en su pensamiento hasta el momento en que, con mi mano en su rostro, atraje de vuelta su atención –. Creo que vi a Annelí –concluyó.

–¿Viste a Julissa? – le cuestioné y fruncí el ceño, con un semblante que delataba mi incredulidad.

No podía negar que algo en BarnowlTown era místico y rompía con todo lo conocido de un solo plano. Desde criaturas que superaban los dos metros y medio de altura, los rezos que se contraponían a las leyes de la gravedad y las mujeres que rejuvenecían de un momento a otro. Lo que me tenía en verdad desconcertada no era saber que Héctor vio a la madre de Erick, sino: ¿por qué él?

–Eso creo, Cristi, la verdad es que no estoy seguro –contestó, luego desvió la mirada como lo solía hacer cada que analizaba en su cabeza la razón de algo –. Vi a una niña idéntica a la de las pinturas en la hacienda y a la de las fotos que Alexandra nos mostró en su casa.

–Pero Héctor, aun si crees en fantasmas –siseé, para luego murmurar, pues lo último que quería es que Zebb nos escuchara –, el que la vieras no significa nada.

–No, Cristin, no lo entiendes –refutó, tomándome con firmeza de los hombros queriendo que notara la verdad con la que hablaba –. Cuando veníamos en el avión, algo me hizo saber que Johana estaba mal de salud; y, el día en que Johana cayó al rio, Erick aseguró que escuchó a alguien advertirle sobre su hermana. Hay más, pues él nos dijo que, cuando fue acorralado por una de esas criaturas, hubo algo que de algún modo lo incitó para encender su linterna y así pudo escapar.

–¿Dices que Annelí nos está ayudando? –Alzó un poco los hombros, dejándome entendida de cierta inseguridad en su propia teoría. – Te creo, pero ¿qué tiene que ver eso con salir de aquí?

–Desde que dejamos el templo, no he dejado de pensar en algo que Alexandra y los demás lugareños nos dijeron...

–Corazón, déjate de rodeos y dime que piensas –le interrumpí, pues las ansias me carcomían.

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora