Capitulo 55: El Fin del Camino

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HÉCTOR

Busqué en la guantera hasta dar con un rollo de cinta gris. Corté varios cachos con la navaja que Rebecca usó para atacar al valkoiset; aún estaba manchada con la sangre ácida y negra, que ya seca creó en el acero una capa semejante a la cera.

Mientras adhería la bengala a la defensa trasera, aproveché para ver de nuevo sobre el risco; la criatura de cuernos ya no estaba.

Pegué la otra luz tan al frente del cofre como me fue posible. No duraría mucho, pero serviría para alejar a los monstruos que nos rodeaban.

Regresé al asiento del copiloto. Abrí la puerta. La hija de la agente seguía estando en shock y ni siquiera la precaria condición de su madre la hacía reaccionar, <<quizá incluso lo estaba empeorando>>.

–Maneja tú –exclamó Cristina, mientras sacaba unos vendajes y gasas del botiquín.

Me pasé al otro asiento. Giré la llave un par de veces sin conseguir que el motor trabajara y por un momento pensé que con la presencia de los valkoiset tan cerca no encendería. En el tercer intento logré mi cometido. Subí la velocidad, poniendo en marcha la camioneta y aceleré. Con nuestro avance, la luz roja fue ahuyentando a esas cosas despejando el camino. Si encendía las luces delanteras, éstas explotarían como ya lo habían hecho las otras. El campo de visión carmesí no era mucho, pero debía arreglármelas con lo que tenía.

A través del retrovisor central vi como Cristina envolvía en un vendaje cruzado la herida de la agente. No le retiró la garra, lo que denotaba su experiencia para brindar primeros auxilios.

–¿Es qué no piensas hacer algo? –le sermoné a Johana. No me respondió, solo siguió con la mirada fija en el camino; quienes si voltearon fueron Cristina, Rebecca y su recién pronunciada hija –. Sanaste a Zebb, me curaste a mí. Por favor cúrala a ella, te lo imploro –agregué suplicante.

–¿Qué te ocurre? –me cuestionó Cristina, frunciendo el entrecejo.

–¡Ayúdala, maldita sea! –le insistí.

La joven, <<hija de la agente>>, se pasó a la parte de atrás. Luego de evadir algunas ramas que se interponían y al ver que a varios metros no había obstáculo, volví mi atención al espejo. Frené con abrupto la camioneta y las chicas se precipitaron al frente; por suerte ninguna recibió un golpe mayor que no fuese contra el asiento.

–¿Qué mierda te ocurre? ¡Acelera! –exclamó Cristin.

La hija de Rebecca estaba sentada en el asiento izquierdo, pero eso no podía ser posible porque en ese lugar debía estar Johana. La hermana de mi mejor amigo se había esfumado.

–¿Dónde está? –pregunté, tragando saliva para esclarecerme la garganta.

–¿Dónde está quién? –atacó la mujer.

–¡Johana!, ¿dónde está? –insistí.

–¿Es una broma? –inquirió Rebecca, haciendo una mueca de dolor al momento en que cerraron su vendaje.

–No, no lo es –musitó Cristina al pasarse de lado del copiloto –. ¿Qué te ocurrió? ¿En verdad lo olvidaste? –agregó, acariciándome el cachete, colocando el torso de la mano en la frente como si creyera que estaba enfermo. La quité –. Jo-Johana no cruzó con nosotros el lago, Héctor –dijo con pesar, sin apartarme la mirada y con una lagrima estancada en su pómulo.

Entonces lo recordé, como imágenes fragmentadas que se proyectaban en reversa por mi mente.

*****

Virtanen: Sangre de SerpienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora