Capítulo siete. "Helados locos."

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Habíamos pasado casi toda la tarde yendo y viniendo de muchas tiendas, de necesidades básicas, de ropa adecuada para el clima de la Playa de la Costa.

Era un poco raro que Eros pasará toda la tarde conmigo alentándome a llevarme casi toda la tienda y regularmente me traía una que otra prenda que en realidad terminaba amando, sería nombrado mi estilista personal si seguía así.

– ¿Tomamos un helado antes de irnos? – pide el pelinegro con voz ronca.

Asiento con lentitud. – En ese puesto de comida rápida no, por favor.

– No voy a decir nada. – aguanta la risa. – Pero vamos a esos helados, le pones lo que gustes y al final si logras adivinar cuanto pesa, es gratis. – señala con la cabeza un puesto colorido, con una persona disfrazada de helado atormentado a los que pasan para que entren a comprar.

Caminamos a la par chocando constantemente con las bolsas de las compras que había hecho con Eros por la tarde. Al llegar el chico disfrazado de helado se alegra y nos saluda con el letrero, le regresamos el gesto y se hace a un lado para dejarnos pasar.

–Buenas tardes, bienvenidos a helados locos, soy Sam y tomare su orden yuju.– exclama con sarcasmo la chica detrás del mostrador principal, quien llevaba a forma de diadema un helado de vainilla lleno de muchas gomitas y dulces pequeños.

– Queremos una base para un helado loco.– responde Eros por mi con una sonrisa mostrando sus relucientes dientes blancos.

– Vainilla, chocolate, zarzamora, fresa, menta, queso, chicle o nuez.

– Chicle. – hablo sin dudarlo y la chica comienza a prepararlo.

–Uno de nuez para mi, por favor. – pide educadamente Eros después de analizarlo a detalle.

La chica se pierde un momento y aparece minutos después con dos vasos de helados con nuestros respectivos sabores, los deja en el mostrador y nos extiende un vaso pequeño.

– Los complementos los tenemos en esa barra, son cereales, gomitas y más. Al termino junto su helado y su elección y lo detienen por diez segundos, me dan su veredicto y lo compruebo. Que se divierta. – sonríe y ambos aceptamos el vaso.

–¿Solías venir mucho acá? – pregunto mientras vacío una cucharada sopera de gomitas en forma de oso y de colores en mi vaso.

– Sí, pero antes era diferente. – Eros se decide a ir por los cereales y comienza a vaciar casi medidas exactas. – Por ejemplo el helado de la entrada no daba miedo. – me susurra y ambos reímos.

– ¿Acertaste alguna vez? – me dedico a vaciar un poco más de gomitas de diferentes tamaños, colores y formas y al final tome un poco de chocolate liquido.

– No, pero nunca pierdo las esperanzas. – se acerca a mi con su vaso casi a tope, se centro en cereales solo de color oscuro o café, igual que su helado de nuez.

– Esa es la actitud que deben de tener siempre todos. –lo señalo con la mano en que sostengo mi vaso y después camino al mostrador principal con la señorita cambios de humor.

–Hola, este es el mío.

No me respondió y solo tomo mi vaso y lo mezclo con el helado que había pedido, lo tapó y me lo dio por diez segundos, no tenía ni mínima idea como es posible saber lo que pesa un helado, así que solo me hago la que tiene en su mente muchas formulas y cuando lo recoge doy un numero al azar.

– Doscientos cincuenta y....tres gramos. – termino segura de mi misma sin romper el contacto visual con la chica, ella me dedica una mirada de superioridad -como si me dijese que no voy a acertar- y se dedica a pesarlo. Doscientos cincuenta y tres gramos marcaba la bascula.

Grito de felicidad y abrazo a mi acompañante, quien no deja de reír mientras se une a mi grito de felicidad.

– Alguna brujería has de traer contigo. – me dice por lo bajo pero logro escucharla.

– Anelisse se ha ganado su derecho a un helado gratis a la buena, sin trampas solo su sexto sentido, así que te pido no le faltes al respeto. – me defiende Eros.

– No es para tanto. – le sonrió a mi acompañante y el asiente con la mandíbula apretada, la chica lo ignora y le extiende su vaso tapado para que lo cheque.

– Déjalo así, lo voy a pagar.– dice sin una pizca de sentimiento en su rostro.

– Da igual, de todos modos no le ibas a atinar.

– ¡Samantha! – grita alguien dentro de un cuarto pegado al mostrador. –¿Qué te he dicho sobre tratar mal a los clientes? – detrás de las cortinas llenas de luces led hace aparición un señor de avanzada edad con el cabello canoso, – Disculpen ustedes, Sam suele ser un poco insoportable a veces.

– Me pregunto de quien soy hija. – balbucea la chica y abandona el mostrador.

– Por favor caballero, acepte el helado gratis. Cortesía de la casa. – sonríe el señor de avanzada edad.– ¿Ander? – cuestiona el señor con sorpresa después de un momento.

– Soy Eros. – responde mi acompañante con frialdad, y entonces me doy cuenta que estar aquí le hace mal.

– Aceptamos el helado, muchas gracias por el servicio. Ya nos tenemos que ir, sino vamos a perder nuestra función de cine, un placer, gracias. – hablo atropelladamente y jalo a Eros de la mano lo suficientemente rápido para que el señor no reaccione y nos pide que nos quedemos o para que el pelinegro oponga resistencia.

Atravesamos medio centro comercial hasta el estacionamiento en completo silencio, tengo miedo de hablar porque se que cualquier mínima palabra errónea puede causar mucho daño, así que mejor callo y espero a que Eros hable, si lo decide.

A fuera el atardecer ya ha pasado así que la ciudad esta iluminada solo por la tenue luz que emite el sol desaparecido, con la ayuda de esa tenue luz somos capaces de subir nuestras compras al maletero y después subirnos en completo silencio y ahora si, en completa oscuridad.

–¿Por qué aún no me has preguntado nada? – pregunta Eros antes de arrancar el vehículo.

– No tengo nada que preguntarte aún, si no quieres hablar no es de mi incumbencia Eros...y si lo requieres te puedo escuchar.

–Realmente estoy bien así, gracias por no hacerme preguntas que no quiero responder.

– No es nada, por cierto los helados han de comenzar a derretirse ¿me haces el honor? – le paso un vaso de helado suponiendo que es el suyo y el lo acepta, mientras recupera poco a poco la chispa en sus ojos y su sonrisa se ensancha.

– Dios, he probado medio kilo de azúcar junto.– chilla.

Oh no, eso significa que. Demasiado tarde porque ya había introducido en mi boca una cucharada sopera del helado café, el cual sabía extraño, pero...¿salado? no lo se era raro.

– Y yo acabo de experimentar una explosión de sabores en mi boca, te regreso tu helado. – le devuelvo el vaso rápidamente y el imita su acción, no sin antes explotar en carcajadas.

– Es mejor mi helado sofisticado que tu revoltijo de azúcar en forma de dientes, osos y pingüinos.

– No solo tiene gomitas. – me defiendo.

– Ah, ¿entonces? – enarca una ceja y enciende el motor en un solo movimiento, ahora estamos listos para volver al hotel.

– También tenía algodón de azúcar.

Y sin más nos vamos conduciendo rumbo al hotel, con las risas gruesas departe de Eros, el cual hacía que el ambiente se sintiese cómodo.

EL MAR TATUADO EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora