Capítulo veinte. "Una noche llena de luciérnagas"

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– Eros. – capto su atención mientras pienso como formular la gran pregunta. – El día en que casi nos ahogamos por culpa de los chicos que jugaban americano. Creí ver que te daba miedo el mar abierto, ¿Por qué te lanzaste detrás de mi?

– Porque no me iba a cruzar de brazos viendo como te sumergías en el agua salada y nunca salías. Nadie hacia nada y esa desesperación comenzó a crecer dentro de mi, me angustiaba que no pudieras nadar a la orilla. De hecho no sabía si sabrías nadar.

Asiento comprensivamente. – Lo se hacer, pero en ese momento si tuve miedo. Y cuando el miedo es mas grande que tu autocontrol. No importa que tan bien sepas nadar, siempre te vas a hundir.

– Lo sé.

– Pero, aun así gracias por preocuparte por mi, valoro mucho el gesto.

– Mis padres solían decir que era el mejor nadador que habían visto, de seguro no habían visto las olimpiadas mundiales o los concursos profesionales. – ríe nerviosamente y mete ambas manos en sus bolsillos de sus jeans. – Mi padre siempre fue mi inspiración para mi autocontrol, para no perder los estribos y sentir que me ahogaba. Y mi madre siempre fue el pilar de apoyo que tanto necesitaba.

– ¿Puedo hacerte una pregunta? No es necesario que me la contestes, voy a entender si quieres hablar de otra cosa.

El pelinegro asiente con lentitud, estoy segura que sabe cual será mi pregunta. Suspiro con suavidad y acomodo mi cabello detrás de mis orejas, solo para ganar más tiempo.

– ¿Dónde están tus padres?

– Hace un par de meses no hubiera podido responder, sentía esa presión sobre el pecho que terminaba con mi respiración normal y el ritmo cardiaco se me aceleraba a tal punto que no podía seguir y sentía que me ahogaba. Encontrarme en esa situación me recordaba a él día en que partieron y todo se ponía aun peor.

Su voz era ausente y su mirada se encontraba perdida. Y en el ambiente, de pronto la brisa comenzó a ser cada vez un poco más frívola, obligándome a darme calor con mis propios brazos.

Eros detuvo su marcha y yo imite su acción, se giro lentamente hacia el feroz mar abierto y cero los ojos con fuerza. Su mirada expresaba dolor y mi labio inferior comenzó a temblar de nerviosismo.

– Dos seres llenos de luz no merecían que su luz se extinguiera a cincuenta metros debajo del agua salada.

Ivanov se sentó en la cálida arena y se cruzo de piernas al mismo tiempo que puso las palmas de sus manos en sus rodillas. Imite su acción en silencio y evite su mirada, me concentre en ver como se rompían las traviesas olas del mar al llegar a tierra firme.

– El día en que ellos partieron, era un jueves por la tarde. Fue una falla en los rieles del automóvil de mi padre por ir a exceso de velocidad, recuerdo que yo iba en los asientos de atrás y lo último que vi fue la cara sonriente de mi madre, su cabello castaño le caiga a los lados en risos delicados, su nariz era respingada y los ojos claros como la miel. Lo último que sus labios pronunciaron fue "Te quiero, Eros"

– Se vivía cierta tensión adentro del coche, sin embargo ambos nunca se faltaron al respeto o discutieron con fuerza, si no más bien permanecieron en silencio. Y entonces, mi padre perdió el automóvil y el coche salió directo al agua. Yo nunca solía llevar el cinturón de seguridad puesto. – Eros hace una pausa y limpia su nariz con el antebrazo izquierdo, después se quita sus lentes y limpia las lagrimas rebeldes que han escapado involuntariamente. – La puerta de atrás se abrió y yo flote en el agua, sabia nadar así que logre llegar a la superficie. Pero era de noche y no podía ver mucho así que me limite a gritar, pero nadie escuchaba y por el contrario estaba tragando agua salada y mis pulmones había comenzado a arder. – el pelinegro eleva su cabeza al cielo y cierra los ojos con fuerza, buscando tal vez la valentía para terminar su relato.

– Desperté en el hospital dos días después, la cabeza me daba vueltas y cuando me avisaron que mis padres no habían podido sobrevivir, quería irme detrás de ellos. Tenia quince años cuando eso sucedió y desde entonces vengo cada que puedo a este hotel, pues fue aquí donde ellos me trajeron la ultima vez, eran unas vacaciones familiares.– Eros estaba expresando sus sentimientos y emociones y yo no estaba sirviendo de nada, pero tampoco sabía como actuar un "todo va estar bien" no iba a ayudar en su perdida, un "lo siento" no iba ayudar a sanar su dolor. Y odiaba ese sentimiento de no servir de ayuda.

– Venir al hotel me recuerda a ellos en todos los aspectos, así que siempre eran momentos melancólicos, jamás me volví a meter al mar hasta ayer y no resulto tan bien.

– Te admiro bastante.– dije sin pensarlo mucho.

Eros me mira, sus ojos se han hecho un poco más verdes y los destellos grises se han extendido por todo el contorno de su iris.

–¿Por qué?

– Por la persona valiente, fuerte y generosa en la que te has convertido. Tus padres deben de estar mirándote justo ahora y deben estar muy orgullosos de ti.

– Yo intento ser buena persona. – su voz vuelve a quebrarse a mitad de la oración, sin embargo el se traga todos los sentimientos y continua. – Cada día me levanto e intento ser una buena persona, la buena persona en la que les hubiera gustado que me convirtiera y al final del día siempre pienso en ellos, pienso en ellos y en lo felices que están, juntos.

– No los estas decepcionando. – lo abrazó, lo abrazo porque las palabras han abandonado mis cuerdas vocales. Sin embargo quiero transmitirle mi energía para que vea que esta cumpliendo la promesa que le hace cada mañana a sus padres, esta siendo una buena y generosa persona.

– Gracias, Anelisse. – me susurra con delicadeza mientras me aprieta contra el con fuerza. Su colonia se cuela a través de mis fosas nasales y no puedo evitar soltar un suspiro de felicidad.

– Gracias a ti, Ivanov. – le regreso el agradecimiento y ahora es mi momento de abrazarlo con más fuerza, a tal punto que siento como nuestros corazones se sincronizan y laten a la par.

Minutos después ambos rompemos el abrazo, y entonces vemos dos luciérnagas rondando sobre nuestras cabezas. Ambos esbozamos una sonrisa.

– Están orgullosos de ti. – le sonrió a Eros.

Él se levanta de un salto de la arena y sigue a las dos luciérnagas que se alejan cada vez un poco más, imito su acción y llego a su lado. Justo a tiempo para ver como el par de luciérnagas se une a su manada y luego se alejan para adentrarse al mar, dejando a su paso un camino de luminosidad y esperanza.

EL MAR TATUADO EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora