Capítulo cuarenta y cinco. "Encuentros destinados a ser."

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– Buenas tardes soy...

– Si, ya se quien eres. Por tu culpa no he dormido en tres días, pero su pedido esta listo. – el joven que atendía la florería que habíamos logrado contactar en Costa del Pacifico trato de sonreír amablemente, sin embargo esas bolsas moradas debajo de sus ojos solo me indicaban cansancio y creo que yo fui la responsable de aquello.

Estábamos afinando los últimos detalles para la ceremonia religiosa, la cual se llevaría acabo en un par de días más. Ronnie permaneció a mi lado desde que abordamos el avión para venir acá hasta el día de hoy, de hecho viene detrás de mi con unos shorts playeros y una camisa hawaiana. Se tomo muy enserio lo de "venir de vacaciones".

– Espérenme aquí, en un momento les traigo el pedido. – sin más que agregar el joven de cabello rubio y ojos azules desapareció hacia adentro del local.

– Esto, es... interesante. – reconoció mi acompañante mientras examinaba con detenimiento cada decoración en exhibición. – En verdad que las cosas pasan por algo, este trabajo me gusta más.

Asiento para darle la razón y sigo revisando mi agenda mientras muerdo el bolígrafo con el que hago anotaciones extras. Al parecer esto era lo último.

– Buenas tardes o días, no se con exactitud. – un señor entra a la tienda y saluda a los clientes con amabilidad, me parece conocido en cuanto camina a nuestra dirección. Pero no logro atinar a quien se parece. – Hola, ¿Ya los están atendiendo? – pregunta con suavidad y se posiciona frente a nosotros, la sorpresa llega a su ojos al parecer el también me ha ubicado.

– Ya, el joven entro por nuestro pedido. Muchas gracias. – se encoje de hombros Ronnie.

– ¿Te conozco? Disculpa, es que tu cara se me hace muy familiar. – me confiesa.

– No sé, a mi también se me hace conocida su cara. – confieso.

– ¡Oh! – exclama con sorpresa. – ¿No eres la amiga de mi sobrino? Ya sabes, del chico pelinegro con ojos extraños.

Eros. Oh mierda, era el señor que habíamos visto en la heladería la primera vez que estuve en la plaza y se había acordado de mi. Asentí después de un par de segundos en trance.

– Es un gusto volvernos a ver. – sonrió con entusiasmo fingido.

– El gusto es mío, ¿Qué haces aquí?

– Lo tengo, son quinientas piezas de este adorno extraño. – llega el joven que nos atendió arrastrando un par de cajas.

– Son para la boda. – explico Ronnie con apuro.

– ¿Ustedes...? – cuestiona con cierta sorpresa y ambos negamos con rapidez. Entonces el suelta un suspiro de alivio y antes de desaparecer por la puerta de donde ha salido el joven con nuestro pedido se dirige a mi por ultima vez. – Pásate por la heladería antes de irte, los gastos corren a mi cuenta.

Le agradezco y se aleja.

– ¿Cómo vamos a bajar estas cajas sin el riesgo de que se rompan? – me pregunta Ronnie.

– Tengo experiencia, yo les puedo ayudar. Solo necesito un par de manos extras. – se encoje con simplicidad el joven y Ronnie asiente para comenzar a trabajar.

Como mi presencia no es de suma importancia y esta es una buena oportunidad para alejarme un poco de Ronnie, decido aprovechar. – ¿No es molestia si me voy a tomar un helado mientras hacen el trabajo de chicos fuertes? – pregunto desinteresadamente y veo como Ronnie se sonroja.

EL MAR TATUADO EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora