Capítulo treinta y cuatro. "Hacer de lo ordinario algo extraordinario."

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– An..– cuestiono con exasperación, con necesidad.

Ambas chicas por fin se percatan de mi presencia, la rubia me fulmina con la mirada y la pelinegra eleva una de sus cejas pobladas exageradamente.

– Oh...– comienzo a decir. Decepcionado y con los ánimos por el suelo. – Creo que las he confundido, lamento molestarlas. – me excuso torpemente y regreso por donde he venido, aquella efusión que antes llenaba todo mi ser, ahora es reemplazada por un absurdo vacío que no deja de acribillarme el corazón.

Mi celular vibra en el bolsillo trasero, así que lo saco y me percato de que mi hermano ha cumplido con lo prometido. La dirección del hotel y mi reservación electrónica acababa de llegar en dos simples mensajes de texto.

Suspiro con frustración y me acerco a pedir un taxi.

El primero me es robado por una viejita amenazadora con su bastón de metal, el segundo lo he cedido yo al par de chicas que antes he confundido y después...los taxis han dejado de aparecer. Lo sé, es extraño...en un aeropuerto no abundan los taxis, que patético.

Treinta y cinco minutos más tarde, un taxi llega justo enfrente de mi.

– ¿Necesita transporte, joven? – cuestiona un señor de unos cuarenta años aproximadamente, unos ojos cafés extremadamente grandes, unas cejas pobladas y un bigote blanco forman parte de sus rasgos más característicos.

Asiento sin pensarlo mucho y me adentro en la parte posterior.

Después, le doy la dirección que me ha enviado Zev y espero con paciencia y silencio a que se traslade hasta halla.

– Normalmente llegaríamos en quince minutos, pero hoy han convocado a un desfile en el centro de la ciudad. Podríamos tardar hasta cuarenta y cinco minutos. – me advierte el simpático señor.

– Esta bien, no tengo prisa para llegar. – le miento.

Sin embargo, me resigno a que el viaje puede alargarse lo suficiente como para robarme una hora de planeación o de sueño y me recargo en la ventanilla, viendo el pasar tan lento de los coches a nuestro alrededor. Hasta que todos nos detenemos y quedo emparejado a un coche de una pareja joven, tres niños pequeños -y muy escandalosos- vienen en la parte posterior. Ambos padres parecen inmersos en su conversación en los asientos de adelante y el hijo mayor se voltea hacia mi, intento sonreírle y en respuesta él me muestra la lengua.

Agresivo.

Abrazo mi mochila fuertemente contra el pecho y cierro los ojos, tratando de ignorar todos los ruidos y movimientos que se presentan en mi entorno.

FLASHBACK

–¿Qué es lo que te apetece hacer hoy? – le pregunto a la pelinegra una vez que bajamos las escaleras de par en par. Sí, los elevadores estaban saturados y Anelisse decidió darme la razón respecto a mi teorema.

– Me gusta el hotel, realmente es bonito, espacioso y tiene un sinfín de actividades que podríamos realizar. Pero, honestamente hoy me apetece salir...

– ¿A caminar por el malecón?

Ella niega con suavidad. A veces siento que sus movimientos los ha ensañado más de un par de veces, pues parecen bien calculados.

– Estaba pensando en...tal vez, ir al cine. Se ha estrenado una película que planeaba ir a ver en cuanto regresara de mi viaje de trabajo, sin embargo ahora estoy aquí por el ligero cambio de planes. – me explica mientras aprieta el paso cuando me hago a un lado para que entre primero al restaurante del desayuno.

EL MAR TATUADO EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora