Capítulo veintitrés. "¿No quieres vivir aquí, para siempre?."

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– Tienes que contarme más sobre él. – pido suplicante una vez que regresamos a donde hemos dejado las cosas.

– Te he dicho que no me apetece recordarlo, al menos no ahora.

– Por ahora. – lo amenazo con voz baja y el solo abre la boca con sorpresa.

–¿Cómo que por ahora?

– Por ahora...



A la mañana siguiente el clima estaba aún más cálido de lo normal así que fue satisfactorio quedarnos en la piscina destinada para mayores de edad, bebiendo con medida y sintiendo el agua helada entrar en contacto con nuestros cuerpos semi-desnudos.

Por la tarde, cuando el sol había dejado de iluminar. Decidimos asistir al teatro del hotel, en donde se nos presento una función romántica con un final trágico. Debo decirlo, ambos lloramos en un punto, ¡En verdad admiro el trabajo de los actores!


Al día siguiente, mi acompañante decidió ir a explorar un poco más el lugar en el que nos encontramos así que fuimos al centro de la ciudad. Probamos un poco de su comida típica, bailamos al ritmo de los músicos que producían arte cada vez que hacían fricción contra sus instrumentos y compramos recuerdos, mientras veía los llaveros y pasaba las manualidades artesanales con la yema de los dedos..me acorde de todas las personas que eran importantes para mi y las veces que podría ir a visitarlas.

– ¿No quieres vivir aquí para siempre? – le pregunto a Eros con una sonrisa.

Él deja los barcos hechos a mano y me mira por unos momentos con el entrecejo fruncido, pensando tal vez que tanto me había afectado el alcohol de ayer. Al final, ríe con suavidad y se acerca a mi. – Podría vivir aquí para siempre, contigo.


Un día después, Eros me llevo a recorrer la ciudad en el coche rentado e hicimos solo cuatro paradas; la primera para comprar el almuerzo que constaba de unas hamburguesas y unas papitas fritas, con un juguete de regalo. Y si, el pelinegro se enojo porque no le salio el animal que tanto quería.

La segunda fue para ver el mar desde un mirador de cristal diseñado para unas buenas fotos para redes sociales, así que aprovechamos y nos tomamos un par de fotos con personas indecentes saliendo detrás y haciendo caras graciosas.

La tercera fue para comprar unas bebidas refrescantes y después manejamos sin rumbo fijo con música de fondo, platicando de las experiencias vergonzosas y especiales que más nos habían marcado en la vida. En un momento, yo subí mis tenis blancos en el filo de la ventana y cruce mi mano izquierda sobre mi estomago, acercando mi vaso para tomar agua.

– Mi madre solía decir que así te podían arrancar los pies los demás automóviles que pasaban cerca de nosotros. – puntualizo Eros. – Así que baja los pies o yo te bajo a ti.

–Pero que agresividad señor Ivanov.

Él frunce la nariz y solo me limito a bajar los pies y volver a reír, mientras siento como mis lentes negros resbalan sobre el puente de la nariz.

La última parada fue cuando tuvimos que rellenar el tanque del coche, antes de volver y que la luz se extinguiera, nos metimos a la tienda de necesidades básicas que estaba al lado y salimos corriendo con gomitas, papas fritas y refresco. Debiendo un dólar.

– ¿Qué se siente robar unas gomitas? – me apunta con su celular el pelinegro.

Pongo mi mano para cubrir la mitad de mi rostro y después me acerco lo suficiente para que lo único que capte la cámara sean mis dientes. – Tendré otro cargo cuando la policía me atrape.

Y después Eros conduce de regreso al hotel.


El día siguiente lo invertimos en el mar abierto, esa sensación de estar en agua cristalina y salada chocar con nuestro cuerpo semi-desnudo mientras ambos intentábamos ir a contra corriente y no morir en el intento, era mágica.

Al final, Ivanov se encargo de traerme una toalla y pasarla alrededor de mis hombros, mientras veíamos como el sol se desvanecía por el horizonte.

Mientras el cielo adquirir tonalidades naranjosas y rosadas a efecto de los últimos rayos del sol, admirando eso, despedimos otro día más en la playa costa del pacifico, juntos.


A la mañana siguiente, tuvimos la idea de recorrer todo el hotel a modo de detectives que buscan a una victima atrapada entre todas las habitaciones del hotel.

–¿Por que en ningún hotel hay un piso trece? – cuestiono con repentino interés mientras el elevador va en asenso para conducirnos a nuestras habitaciones y poder descansar.

– La gente suele decir que es de mala suerte.

–¿Y tu crees en la mala suerte?

– Un gato negro jamás me ha traído mala suerte, he pasado más veces de las que recuerdo debajo de una escalera y mi vida no es peor que antes. Los viernes trece pueden considerarse como los mejores días de mi vida, así que no. Creo que no creo en la mala suerte, si no en la cuestión que cada uno quiere creer.

– Lo que piensas lo atraes.

Asiente y después de que las grades puertas de metal se abran, ambos corremos hasta nuestras habitaciones por todo el pasillo recién limpiado. Provocando que Eros cayera por accidente y me jalara en su desgracia.

Tres días más habían pasado desde nuestra discusión sobre la mala suerte y nuestras caídas en el piso recién encerado, al menos al guardia que se encarga de supervisar las cámaras de seguridad le hemos hecho la noche.

–¿Cuánto tiempo más piensas quedarte aquí? – pregunto de pronto haciendo un puchero.

Ya que por mas que quisiera quedarme para siempre en playa costa del pacifico, sabría que en algún momento tendría que volver a casa, y es curioso. Lo que siempre considere como casa termino siendo solo la estructura física del lugar donde debería estar, sin embargo emocionalmente yo quería quedarme en mi hogar y este constaba justo al lado de Eros, viendo los atardeceres desvanecerse y recibir la entrada del cielo nocturno estrellado.

– Tal vez solo un par de días más, las vacaciones están por terminar y debo esforzarme por ese titulo. Lo necesito, para hacer que mis padres se sientan orgullosos de mi. – Eros mira al cielo y me hace sonreír inevitablemente.

Estábamos sentados a la orilla del mirador, hecho de piedra y concreto firme.

La noche anterior yo había sugerido que nos vistiéramos similares, y el accedió. Y mientras el portaba unos shorts de mezclilla, una camisa blanca a medio abotonar y unos tenis blancos. Los lentes negros los llevaba como accesorio en el cabello revuelto a causa de la brisa marítima y un reloj le decoraba la muñeca izquierda. Yo llevaba unos shorts de mezclilla oscuros, una playera básica blanca sin mangas, mis tenis blancos y unos lentes negros que Eros había obligado a comprarme la vez que salimos a explorar la ciudad.

– ¿Tú piensas quedarte más tiempo?

Niego con la cabeza y regreso mi mirada hacia el mar abierto, tal vez así sea un poco más fácil hablar del tema. Sin tener sus ojos conectados a los míos, evitando su mirada. Que cobarde era.

– ¿Volveremos a vernos? – pregunto de pronto, sacando fuera de mi cabeza aquella pregunta que tanto había estado rondándome en los últimos tres días.

– Siempre que podamos. – se ríe.– Deberíamos intercambiar nuestros perfiles de las redes sociales o nuestro numero telefónico, es curioso que no te tenga agregada aún.

– Lo mismo opino. Tal vez.. – regreso mi mirada a él y antes de que pueda agregar algo más un chico nos interrumpe.

– ¡Eh! Hermano, ¿Qué estas haciendo aquí? – el chico que habíamos visto formados en la fila para entrar al comedor, estaba parado frente a nosotros. Sonriente, pero su sonrisa no era nada similar a la de su hermano, Eros.

– ¿Tú que estas haciendo aquí? – pregunta el pelinegro sentado a mi lado mientras su ritmo cardiaco se aceleraba y su pierna izquierda comenzaba a moverse de arriba a abajo, señal de que estaba muy nervioso.

EL MAR TATUADO EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora