Capítulo cuarenta. "Me tienes que soltar para ser feliz."

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Estoy caminado con lentitud porque se que el tiempo ahora es mío. Me siento en la banca del parque que visité poco y espero con paciencia.

Veo a un chico pasear a su perro, veo una pareja tomando un helado, veo a una familia jugando a las escondidas y por último la veo a ella, su cabello negro azabache le cae un poco más abajo de los hombros, le ha crecido un par de centímetros desde la última vez que la vi. Lleva puestos unos pantalones blancos y un suéter azul cielo que hace contraste con sus ojos azul cristalino.

Repara en mi presencia y eleva su mano para saludarme, yo me incorporo de un salto y acorto la distancia que nos separa.

– Te he estado buscando por mucho tiempo. – confieso e intento acercarme a ella. Pero reprimo mis ansías y me dedico a observarla desde una distancia prudente.

– He estado un poco ocupada. – ríe. – ¿Vamos a caminar?

Asiento. – Escucha Anelisse, tengo un par de cosas que contarte. Cosas que no te dije antes y que me atormentan cada día desde que te has ido. – miro hacia el piso para evitar su mirada de desaprobación.

– Tenemos tiempo, puedes contarme lo que quieras mientras almorzamos ¿Tienes hambre? – señala una canasta de picnic que tenía en la mano izquierda y yo asiento, después tomo la canasta y comenzamos a caminar.

– ¿Extrañas la playa? – me animo a preguntar.

– Solo a veces, extraño la brisa cada que me despierto. Pero a al vez esta bien estar en casa, me gusta cuando el frio se cuela por mis huesos y cada vez que debo de usar suéter. – se ríe mientras se señala a ella misma y termino por unirme a sus risas. – ¿Tú?

Llegamos a un prado verde, lleno de arboles frondosos de manzanas y diferentes florecitas de colores y tamaños, apuesto también a que algunas tienen olores peculiares. Sigo a Anelisse por un caminito bien destinado para el área del picnic y mientras llegamos me aseguro de llenar el espacio en silencio contestando a su pregunta.

– La mayoría de veces extraño despertar e ir a tu habitación a tocar para bajar a desayunar o pasear por la orilla de la playa. – admito, pero ella no contesta nada. – Aunque supongo que también estoy feliz de volver a la ciudad. He tenido muchas oportunidades y me esta yendo bastante bien.

– Me alegra escuchar que estas triunfando en lo que te gusta hacer. – habla por fin y me señala un espacio acondicionado para los días de campo.

Nos adentramos y sacamos todo de la canasta, el espacio es de unos ocho metros por cuatro y aún así solo usamos la mitad para poner nuestro mantel - ya saben ese de cuadritos rojo con blanco- y de la canasta sacamos pizza, uvas, helado y jugo de naranja.

Anelisse comenzó a partir la pizza y me extendió un plato con dos rebanadas de pizza y un vaso con jugo de naranja y agua mineral. Le agradecí el gesto y puse sobre mi regazo la pizza mientras que el vaso lo tenía en la mano derecha casi en el pasto.

– ¿En que piensas? – me pregunta.

– En lo afortunado que soy de poder obtener una segunda oportunidad. – explico y dejo a un lado mi comida para extenderle una mano a ella. Anelisse ya sabe lo que esta por ocurrir, pero no se resiste a pesar de haber confesado que no es de su agrado el tambalearse de un lado a otro.

Pongo mi mano derecha en su cintura y la izquierda la entrelazo con la suya. No tenemos música al rededor, pero con que nuestros corazones estén en la misma sintonía es más que suficiente. Comienzo a moverme con suavidad mientras recargo el peso en la pierna izquierda y depsues en la derecha.

La pelinegra recarga su cabeza sobre mi pecho y su respiración se vuelve cada vez más lenta.

El sol ya ha comenzado a caer, así que estamos a punto de presenciar una puesta de sol magnifica desde nuestra posición.

– Es la hora dorada. – le susurro al oído despacio para no espantarla y hacer que se despegue de mi.

– Es nuestra hora dorada. Aquí, en Playa costa del Pacifico y el cualquier otro lado, la hora dorada siempre será nuestra. – exclama decidida y después rompe nuestro abrazo. Se sienta en el mantel con vista al atardecer-

– La hora dorada es nuestra. – repito sus palabras y me siento al lado de ella.

Ella busca mi mano y la entrelaza con la suya, es cálida y suave tan solo rasposa por el anillo que tiene puesto en el anillo anular.

La luz natural se esta desvaneciendo, la hora dorada esta llegando a su fin para darle el paso a la noche oscura y menos brillante pero igual de importante.

Algo que he aprendido últimamente es que debes aprovechar el tiempo porque este se desvanece entre sus manos como un gas que no podrás volver a recuperar.

Con la mano libre le tomo la cara a Anelisse y me acerco, ella no pone resistencia y nuestras narices rozan entre sí.

– Te quiero...– le susurro y después acorto el reducido espacio que nos separa.

Mis labios buscan a los de ella y cuando se encuentran una explosión de sensaciones crece dentro de mi estomago. Me deshago de su agarre y sostengo su cara con ambas manos.

Nos separamos después de un tiempo en busca de oxigeno y cuando abro los ojos ella me esta mirando. Sus ojos azules me regalan calidez, amor, comprensión y felicidad.

La hora dorada esta en sus últimos minutos de ser visible. Así que me acuesto y siento como Anelisse me imita y busca refugio sobre mi pecho, la rodeo con un brazo y el otro lo pongo debajo de mi cabeza.

– Me tengo que ir. – susurra por lo bajo.

– Quiero ir contigo. – sentencio y ella comienza a jugar pasando sus dedos por mi estomago y después sube a mi pecho y luego vuelve a bajar.

– Sabes que no puedes hacerlo. – me susurra con ternura.

– Pero me gustaría, me gustaría no separarme tanto de ti. – el tiempo se me vuelve a esfumar de las manos. Necesito un recipiente que pueda contener ese gas maldito que a todos nos cobra factura.

– Sabes que podemos vernos en la siguiente hora dorada. – me calma.

– ¿Estarás ahí en la siguiente hora dorada? – cuestiono con un puchero, pero ella no me puede ver.

– Estaré ahí en la siguiente hora dorada, solo si tu lo deseas.

– ¿Por qué no lo desearía? ¡Claro que lo deseo!, ¡Te necesito aquí! Y si es posible, no solo durante las horas doradas... también en la mañana para preparar el desayuno, en la tarde para salir a correr con una botella de agua en la mano y en la otra sujeto tu mano. Te necesito en la noche para ver películas, para bailar en nuestra casa con las canciones que tenemos en nuestra playlist. Te necesito para siempre... – contesto con la voz quebradiza y un nudo en la garganta.

– No puedes seguir haciéndote esto. – me pide con suavidad y se levanta para estar a mi altura y establecer contacto visual.

– ¿Hacer qué? – me hago el desentendido.

– Me tienes que soltar para ser feliz, no puedes aferrarte a la imagen de un fantasma que ya no esta. Debes entenderlo. – susurra.

– Pero tú aún estás aquí. Tal vez no pueda asegurarte que se porque terminamos en este lugar, pero quiere asegurarte que no tendrá final. – mi garganta pica y arde, estoy llegando al limite. El tiempo se esta terminando, ya ha comenzado la cuenta regresiva.

– Suéltame, Eros. Déjame ir como un recuerdo feliz de una persona que alguna vez se cruzo en tu vida, pero que ahora ya no esta. Fui pasajera, me fui y debes entenderlo, sigue con tu vida y yo lo haré con la mía.

– Pero las horas doradas... ¿Aún son nuestras? – pregunto para escuchar su voz, pero ella ya no me responde.

La hora dorada ha terminado y Anelisse se desvaneció con ella.

EL MAR TATUADO EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora