Capítulo treinta y seis. "¿Qué debo hacer espitirus del cielo?"

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Arrastro los pies con frustración mientras regreso hasta la parada de autobuses. En realidad mi plan solo consistía de una fase y, acababa de echarse a perder. Solo me quedaba esperar a que Maddy le proporcionara mi pedazo de papel arrugado y tener suerte para que pueda llamarme. De otro modo no recuerdo ninguna pista de ella.

Me senté a esperar a que pasará el bus de regreso al hotel, mientras me ponía a recordar una a una las platicas que tuve con la Anelisse. Solo para reflexionar que no se me había pasado nada.

Pero pasaron diez minutos... media hora... una hora... dos horas y el camión seguía sin aparecer, además de que el cielo se había tornado gris y el sol se había ocultado del radar, supongo que eso implica que esta apunto de llover. Si me hubiese ido caminando tal vez ya estaría a punto de llegar.

– Hola.

Me sobresalto al escuchar una respiración entre cortada y un saludo con voz empalagosa justo detrás de mi. Me levanto y me doy media vuelta para apreciar a la dueña de aquella voz. Era una chica rubia, con ojos cafés enmarcados por unos lentes de armazón negro y sonrisa bien definida.

– Hola. – le correspondo el saludo.

– Lamento hablarte, yo no suelo hablar con personas extrañas..– se calla de golpe y lo medita un poco. – Es decir, si hablo con extraños. Como por ejemplo a las fiestas a las que asisto cada fin de semana, me ha dado amigos increíbles que aprecio mucho la verdad... Pero ese no es el punto, el punto es que ya casi comienza a llover y me han dejado plantada o vienen demasiado retrasados. – bufa.

– Entiendo el punto. – asiento comprensivamente.

– Gracias.

La verdad es que no lo entendía, pero me mareaba su manera de querer expresarlo todo y revolverse aún más.

– Lo siento, estoy nerviosa. No suelo venir tan lejos de casa. – cruza sus brazos sobre el pecho y mueve con impaciencia el pie.

– Tranquila, yo tampoco suelo venir tan lejos de casa. ¿Qué haces aquí? – trato de ser amable y matar el rato, sumergirme en mis propios pensamientos a veces me cobra una factura muy cara.

– Vine a recoger unos papeles, por una amiga. – niega repetidas veces mientras sonríe. – Por mi hermana de otra madre la verdad es que haría todo.

– Hay amigos por los que vale la pena sacrificarse. – le doy la razón mientras me acuerdo de la pelinegra.

– Dímelo a mi. – vuelve a reír. –¿A ti que te trae por aquí?

– Vine a buscar a alguien, estoy buscando a alguien en una ciudad tan extensa como esta y mi única pista se ha esfumado..– cierro la boca ya aprieto los labios. La rubia no tiene la culpa de mi mala suerte.

– ¿Quién es?

No entendí si su pregunta se refería a su nombre o el papel que jugaba en mi vida, así que opte por responder las dos.

– Su nombre es Anelisse Strong y es mi...– lo medite durante un minuto, no teníamos un titulo oficial. Solo éramos "Anelisse y Eros" o "La pelinegra y el traidor." – En realidad yo le debo una disculpa y he venido a buscarla.

– Si ella se ha marchado ¿Por qué has intentando buscarla de nuevo? Tal vez no quiere tenerte cerca y ya. – se excusa.

– Tal vez. – le doy la razón.

En ese momento un automóvil de color plateado llega a la parada de autobuses. El vidrio del copiloto desciende y solo soy capaz de divisar una figura masculina en el asiento del conductor.

– Han llegado por mi. – me informa la rubia. – ¿Cuál es tu nombre? – pregunta mientras avanza en dirección al automóvil plateado.

– Eros Ivanov. – respondo sin pensármelo dos veces. – ¿El tuyo?

– Lisa Halls. – me sonríe y se marcha.

Vuelvo a recuperar la misma posición de antes y medito que han pasado ya casi tres horas desde que estoy esperando el autobús publico y el cielo no ha derramado ni una sola gota. Tal vez es señal de que comience a caminar.

Con las manos en los bolsillos y la mirada al frente para intentar ubicar el camino de regreso, comienzo a trotar a paso ligero de regreso al hotel. Mientras veo a todas las casas extenderse a lo largo de la calle.

FLASHBACK

– ¿Te gustaría casarte? – le pregunto a la pelinegra mientras como mis chilaquiles rojos, platillo especial del desayuno.

– Claro que me gustaría casarme, aunque eso me tomaría un tiempo. Elegir una persona con la cual compartir el resto de mi vida suena a una tarea peligrosa. – asiente repetidas veces. Después toma un sorbo de café negro y regresa la mirada a mi. – ¿A ti?

– No lo sé, es complicado en diferentes aspectos. Sin embargo, si encuentro a alguien que comparta los mismos intereses que yo y tenga una similitud de pensamiento con la vida que yo quiero formar, sin duda me casaría. – asiento, convencido por la respuesta.

–¿Y cual es la vida que aspiras llevar? – me cuestiona con una sonrisa.

– Quisiera casarme y posterior a ello tener una vida de aventuras sana y con "mi complemento", una vez que acumulemos muchas experiencias y decidamos que ya es momento. Podríamos tener un par de hijos y vivir en una casa modesta y balancear el tiempo entre nuestro trabajo y para salir a divertirse en familia. – me encojo de hombros.

– También me gustaría tener hijos cuando mi trabajo ya me halla dado una buena posición económica, me imagino una casa grande y espaciosa con las paredes pintadas de verde y con acabado rustico. Tal vez con una mascota que le de esa chispa de alegría a la casa. – Anelisse mueve con el tenedor sus huevos revueltos, como si revelaran el panorama que tiene previsto en un futuro.

– ¿Por que paredes verdes? – me salta la curiosidad. – Eso es muy meticuloso y especifico.

– Me gusta el verde, pero no el verde similar al pasto o el neón que resalta en tu cuerpo en los festivales de música electrónica. Si no más bien un verde menta, sin caer en lo sutil.

–Paredes verdes en una casa espaciosa.. – repito en voz alta y por alguna extraña razón, yo me imagino en la escena que acaba de describir.

FIN DEL FLASHBACK

– ¿Qué es lo que quieren de mi? – exclamo/grito/reclamo al cielo gris que emite gotas de lluvia por todo mi ser. – ¿Qué debo hacer espitirus del cielo? – vuelvo a preguntar con los brazos extendidos en su dirección, puesto que ya me he mojado no importa si me paro en medio de una carretera gritándole al cielo todo empapado.

Solo espero que nadie le resulte sospechoso verme en ese estado y decida llamar a la policía para que intente controlarme, lo último que necesito es terminar en la comisaría.

Y como si mis deseos fueran ordenes, las luces rojas con azul comenzaron a parpadear cada vez acercándose más a mi.

Al parecer la suerte no esta muy de mi lado.

EL MAR TATUADO EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora