Capítulo treinta y siete. "I'm a criminal."

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– Buenas noches. – sonrío mostrando los dientes una vez que se acercan a mi los dos automóviles de policías y bajan la ventanilla.

– Hemos recibido reporte de los vecinos acerca de que llevas más de media hora gritando "¿Que quieren de mi espiritus del cielo?" – exclama con cautela una oficial morena, con ojos oscuros y nariz respingada.

– ¿Te drogas, hijo? – me cuestiona el oficial que va manejando.

– Martín, apunta eso a "Lista de cosas que nunca debo de decir cuando me encuentro con un chico empapado hasta los huesos gritándole al cielo." – le recrimina la oficial a su acompañante y el asiente.

– No, no me drogo señor. Solo necesitaba sacar mi frustración. – resoplo.

– Yo le creo. – me apremia Martín y después se vuelve a su compañera. – Chloe, creo que este niño se ve bastante bien. ¿Podemos ir por donas y un café caliente?

–Te dejaremos ir. – se dirige a mi. – Pero por favor ya ve a casa. – se acerca un poco al exterior y me confiesa en voz baja. – Es el primer día de Martín y piensa que solo nos dedicamos a comer donas con café caliente.

– ¡Pero si es la cuarta vez que lo hacemos en el día! – se excusa Martín desde el asiento del copiloto.

– Eso no es verdad. – le corta Chloe. – Avanza Martín, lo ultimo que queremos es una infracción por detener el trafico.

El automóvil de policía se aleja con rapidez. Y me doy cuenta de la oportunidad que he perdido, así que me espero a que pase el siguiente vehículo y esta vez si me acerco a ellos.

– Hola. – les saludo.

– Buenas noches caballero, ¿Ya ha hablado con la jefa? – me cuestiona un oficial relativamente joven, tal vez uno o dos años mayor que yo. Sus ojos son azules y su cabello rubio le cae rebeldemente sobre la cara.

– Ya, sin embargo se me olvido decirle que si me podrían llevar a mi casa.

– ¿No sabes como llegar? – se burlo el piloto, cuyo rostro no era visible debido a las sombras de la noche.

– Es que me perdí. – hago un puchero y ambos explotan en carcajadas. ¡Que gracioso soy! – No soy de aquí y me he hospedado en un hotel. Pero he tenido que salir y el autobús de regreso a decidido no pasar, así que comencé a caminar. Después me di cuenta de que camine en círculos y llegue al mismo punto unas ocho veces y posterior a ello comenzó a llover y desde entonces me la he pasado gritándole a los espitirus del cielo.

– Dios, yo quiero de lo que fuma este tío. – exclama el piloto con un acento de España.

– Gracias, pero no gracias. – sonrió.

– Anda, sube atrás. Nosotros te llevaremos.

– Gracias.

Corro con rapidez y me subo en la parte trasera del automóvil, esta es la segunda ocasión -desde que llegue a la ciudad- que me hacen una insinuación de asegurarse que no este en otro estado y no se que pensar al respecto. Así como tampoco se que pensar acerca de ¡Que soy un criminal!

Estoy en la parte trasera de un automóvil de policías que me llevara hasta el hotel porque ¡Soy un criminal!

¡Pero que crimen he hecho yo!

Cuando menos lo espere la patrulla aparco frente al hotel. Me levante de un salto y baje.

–Gracias. – me despedí de antes y agradecí que la lluvia había cesado por fin.

Ahora solo me apetecía llegar a descansar un rato en la o tan cómoda cama del hotel y tomarme un chocolate caliente mientras reviso mis redes sociales o veo una película.

–Buenas noches. – saludo a la señora de recepción.

– ¡No pases! – me grita y yo me sobresalto en mi lugar.

– ¿Cómo por?

– Estas mojado, así nadie entra a mi hotel.

Maldije por lo bajo. – ¿Entonces que? ¿Espera que me quede en un rincón esperando a que me seque para poder entrar? – respondo a la defensiva, oh mierda.

– No era exactamente lo que estaba pensando, pero creo que será un buen castigo. Podrías hacer uso de aquel espacio. – señala un rincón justo al lado de la entrada.

Refunfuño para mi mismo y me acerco al rincón, mientras cruzo los manos sobre mi pecho y espero pacientemente. Dos minutos después se me acaba la paciencia y saco el celular solo para percatarme que no me ha llegado ninguna llamada o mensaje importante. Supongo que la pelinegra no asistió hoy a recoger sus últimos papeles importantes. Así que saque mi celular y me dedique a escribirle otra carta, como si ella algún día la fuera a recibir.

"A veces siento que no te voy a encontrar, porque la ciudad es demasiado grande, hay miles de lámparas prendidas de todos los hogares y las puedo ver desde aquí. Y cuando una persona no quiere ser encontrada puede esconderse tan bien que no destapará su escondite y agotara los últimos recursos que posee para privarse de volver hasta que la tormenta haya cesado, hasta que sea un lugar seguro para salir.

Se que mis posibilidades de encontrarte de nuevo son bajas. Y que tal vez no lo logré, tal vez ya te vi por última vez. Pero no lo supe apreciar como era debido, me había acostumbrado tanto a tus ojos azules relucientes más que el mar. A tu sonrisa perfecta, a tus labios delgados y rosados y a tu cabello azabache que me hacía cosquillas siempre que chocaba con mis fosas nasales cuando el viento te despeinaba o cuando me abrazabas.

Me acostumbre tanto al sonido de tu voz, que ya lo había empezado a sentir como en casa. Y ahora que te has marchado, me siento perdido. Como un naufrago a travesando la neblina, siguiendo el suave ritmo de tu voz. Al menos lo que aún puedo escuchar, al menos lo que aún sigue aquí, al menos a lo que me aferro cada vez que intento remar para encontrarte. "

EL MAR TATUADO EN TU PIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora