Capítulo 65: "El corazón de Erwin"

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(Narrador omnisciente)

Después de varias, varias, varias horas llegaron a la Muralla María. Eran alrededor de las cuatro de la tarde y tendrían que darles los nuevos uniformes a los Gizinos y partir todos juntos hacia el Castillo abandonado en el que vivirían fuera de las Murallas.

—Tengo dormido todo el cuerpo. —murmuró Saya agarrándose de la mano de Levi para bajar.

—¡JEFECITAAAAAAAAA! ¡FELIZ, FELIZ, CUMPLEAÑOS A TI~! —canturreó Carl mientras se acercaba saltando hacia Saya, hasta envolverla en un abrazo.

—Carl, gracias, pero me asfixias. —murmuró a penas la chica hasta que el pelirrojo la soltó sin borrar la inmensa sonrisa de su rostro.

—¡Cumples veinte! ¡Estás por alcanzarme!

—Carl, es imposible que te alcance en edad. —contestó Saya con una sonrisa burlona.

—Todo está preparado, Jefa, los chicos tienen todo empacado solo esperábamos que llegaran.

—Perfecto, entonces nos vamos ahora.

—Les iré a avisar. —contestó Carl alejándose nuevamente.

Saya se giró encontrándose a Fertman muy concentrado mirando los uniformes mientras hablaba con Erwin y Hange.

—¿Jefe? ¿Por qué tiene esa cara? —preguntó la chica acercándose hacia el hombre quien le dio una sonrisa apagada.

—Saya... de ahora en adelante me tendré que quedar aquí. Los Gizinos dicen que al haberse convertido en ciudadanos del Reino lo mínimo que puedo hacer es quedarme aquí como "alcalde", ya que si usamos el título de Canciller los forasteros pueden sospechar. —Fertman suspiró. —No podré ir al Castillo con ustedes, pequeña. Me quedaré aquí con los Gizinos.

Saya sintió una pequeña presión en el pecho, extrañaría a Fertman. Llevaba dos años trabajando con él, viéndose cada día, y se habían hecho aún más cercanos al vivir en el mismo cuartel. Ahora lo más probable es que no se volvieran a ver en meses. Aún así le dio una media sonrisa.

—Supongo que es lo mejor, Jefe. Así puede pasar más tiempo con su esposa y su hijo, además de mantener el orden y la paz entre los Gizinos.

El hombre asintió y sus ojos se cristalizaron.

—Te voy a extrañar chiquilla maleducada. —murmuró dándole un abrazo.

—No llore que se arruga más de lo que ya está Jefe. —bromeó la chica correspondiendo el abrazo.

Se separaron y asintieron, ahora cada uno tendría que trabajar por separado, Fertman con los Gizinos y Saya con el Ejército, a cientos de kilómetros de distancia.

[...]

Luego de treinta minutos todo el Ejército Rojo había subido sus cosas a las carretas y tras una despedida con bastantes lágrimas entre los soldados y los ciudadanos emprendieron el viaje hacia su nuevo hogar. 

Sin ningún problema en el camino lograron llegar, ahí ya los esperaban Karol y Kimihiro, la rubia no había tenido problemas en meter a su compañero herido en una carreta y transportarlo al Castillo. Ambos los esperaban en un sofá gris de la sala.

𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐚́𝐧 𝐲 𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐚𝐧𝐚 [𝑳𝒆𝒗𝒊 𝑨𝒄𝒌𝒆𝒓𝒎𝒂𝒏]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora