11.

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Domingo.

Me despierto en mi gran cama y con la mano entrelazada en la de mi hermano. Sin llegar a moverme, él se despierta y rápidamente gira su cabeza hacia mí.

—Hola, bicho. ¿Cómo te encuentras?

Sin poder decir nada, empiezo a llorar como una niña pequeña y él me abraza.

—Ya basta de llorar. ¿Qué ha pasado, Ina? —pregunta y noto la gran preocupación en su tono.

Niego con la cabeza y él suspira.

—Cuéntamelo, Irina, no podré ayudarte si no lo haces, y si no te ayudo me sentiré fatal.

—No vale hacer trampas emocionales —mascullo afónica perdida—. Oh, Dios, estoy ronca.

—Sí, cuando te encontré estabas así.

—¿Cuándo me encontraste? —pregunto, repitiendo sus palabras.

—En la empresa, dentro de tu despacho —responde y me mira atentamente. Yo frunzo el ceño.

—Ah, ya —susurro en voz muy baja.

—¿Me lo quieres contar? —pregunta apartando delicadamente las lágrimas de mi rostro.

Aprieto la sábana contra mi pecho y asiento. Le cuento todo, ahorrándome los detalles, claro, pero Quique se entera de todo lo que ha pasado. ¿Cuándo? No lo sé. He perdido la noción del tiempo.

Echo una mirada a su reloj, las 04:32 de la madrugada.

—Carlos te dijo que no quería ser tu amigo —dice en voz baja, para él.

—Él o la estúpida de su prometida.

—Si se deja llevar por ella, poca personalidad tiene. Pero conociendo a Carlos...No, no creo que haya sido inducido ni nada por el estilo.

Mis ojos se llenan de lágrimas y detengo mi barbilla temblorosa mordiéndome el labio.

—¿Estás diciendo que lo ha decidido él solo? —inquiero intentando que mi voz no se quiebre. Pero en eso mismo se queda, en un intento.

—Bicho, él te quiere con todo su corazón, de eso estoy completamente seguro. Pero lo que ha hecho...no sé, me hace pensar que lo hizo por sí solo.

No puedo mantener más mis lágrimas al margen, así que me tapo con la sábana y me dejo llevar por ellas.

—Eh, destápate —exige mi hermano tirando del edredón—. Irina, yo solo te digo lo que pienso. Y estate segura de que esto no va a quedar así.

—¿Qué quieres decir? —pregunto destapándome.

—¿Qué? Pues que voy a defender a mi hermana menor. Carlos no te va a hacer daño y se va a ir de rositas.

—¡¿Qué?! ¿Estás loco? ¡Ni se te ocurra! —chillo levantándome y él pone los ojos en blanco.

—Si, sí.

—Si, si, no. Quique, prométeme que no le vas a hacer nada.

—¿Y aún sigues defendiéndole?

—Aún es una persona importante para mí.

—No sé cómo —cuchichea y me tiro arriba de él.

—No le hagas nada.

—No te puedo prometer eso —dice rápidamente.

—Quique —protesto y él pone los ojos en blanco.

—Irina, al menos tendré que hablar con él.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora