Martes.
Aparco enfrente de la Comisaría de Lanzarote y detengo el motor de mi Mercedes.
Me miro en el espejo del coche y veo que, aunque me haya puesto maquillaje otra vez, este no esconde perfectamente mi rostro triste.
Suspiro y me muerdo el labio inferior.
"Joder, Carlos, ¿por qué? ¿No te era suficiente? ¿Te aburriste tan rápido de mí?"
Bajo la cabeza y suspiro de nuevo mientras miro mis manos. Cierro los ojos y los recuerdos me invaden.
La primera vez que lo vi, cuando nos conocimos. Era un niño rubito, aunque ahora tenga el cabello color azabache. Con labios carnosos y rosas, ojos marrones e iluminados, más bajo que yo, lo que me hizo gracia en ese momento.
Entró junto a Marina, la profesora de música de primero de primaria, apretando demasiado fuerte su carpeta y mirando a todos con esos increíbles y grandes ojos marrones.
Se había mudado de Gran Canaria a Lanzarote con sus padres cuando su tía, la mujer de Juan, se había puesto muy enferma. Al final no le pasó nada, pero Carlos no se quiso volver a ir, quiero creer que por mí.
Nuestra amistad empezó como el típico cliché de niño tímido conoce a niña demasiado loca para su edad, se llevan mal desde el principio hasta que niño ve a niña llorar porque una niña mala le ha pegado y la ayuda a animarse.
Demasiado bonito, demasiado irreal. Eso era lo que sentía en ese momento. Empecé a ponerme todos los días con él. Algunos niños se reían de nuestra relación y estuvimos todo el colegio y el instituto aguantando rumores estúpidos sobre nosotros.
Aunque no nos importaba, estábamos metidos de cabeza en nuestra burbuja de mundo ideal y cuentos de hadas.
Me acuerdo perfectamente cómo me gustaba en esa época de los siete a los diez años, pero entonces yo era una niña y no sabía nada del amor ni del daño que podría llegar a hacer.
Poco a poco, me fui olvidando de mis sentimientos. Me fui creando una coraza que me protegía de todo lo que pudiera hacer o decir Carlos. Me acuerdo cuánto me cabreaba cuando, a los quince, él estaba loco por una actriz que estaba "súper buena", y solo me hacía rabiar con ella.
Ahora me doy cuenta de que he estado enamorada de él toda mi puta vida. Que nunca lo quise ver como el hombre que es.
Dudo que alguien me pueda hacer sentir lo que él me hace sentir, dudo que alguien me pueda lastimar como él lo hace.
Alzo la mirada y observo el interior de la comisaría. Mario está en el mostrador, escribiendo algo con concentración. Se lo da al secretario y camina hacia el exterior con una sonrisa tonta.
A lo mejor sí hay alguien que pueda hacer desvanecer esas dudas. A lo mejor sí hay alguien que pueda dañarme como Carlos lo está haciendo.
Cojo una gran bocanada de aire y sonrío cuando Mario abre la puerta del copiloto.
—Hola, hola. ¿Qué tal estás? —pregunta con entusiasmo y me da un beso en la mejilla después de dejar su bolsa en el asiento trasero.
—Muy bien, ¿y tú?
—Demasiado bien ahora mismo.
Sonrío y arranco el coche.
Mario es una canita al aire. Alguien que puede hacerme apartar todos los problemas de la cabeza y dibujar una sonrisa en mi boca sin esforzarse demasiado.
Llegamos a su casa y él se empieza a poner nervioso, como siempre que nos vamos a despedir.
—Podrías haber tardado un poco más, con diez minutos no es suficiente —se queja y yo me sonrojo.

ESTÁS LEYENDO
Tengo sueño
RomanceIrina López tiene una extraña relacion con su mejor amigo. ¿Amigos o algo más? Ellos tienen una frase especial para poder verse de la forma que les apetece: sin ropa de por medio. Pero ¿qué pasará cuando ella se vaya a Nueva York durante un año? ¿Se...