6.

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Lunes.

—Tienes un nuevo proyecto —dice mi secretario y lo escucho atentamente—. Es una pareja recién casada, se llaman Luis y Norma. Quieren una casa...Mmm, espera. —Víctor ojea los papeles que sostiene y levanta una ceja—. Sí, quieren una casa amplia y segura para futuros hijos. Han comprado un solar en Yaiza y son muy, muy ricos.

—Está bien, ahora mismo los llamo para decirles que aceptamos su proyecto —declaro—. Muchas gracias, Víctor.

—A ti. —Me deja los papeles en la mesa y me sonríe como despedida.

Cojo los papeles y los leo esperando el sonido de la puerta cerrándose, pero este no se llega a producir ya que justo al salir mi secretario, una mano detiene dicha puerta.

Es Carlos. Mi corazón se pone a galopar como si fuera un pura sangre y mis manos humedecen los papeles con sudor.

—Buenos días. Hoy no me has saludado como siempre —reprocha nada más entrar con esa sonrisa tan...comible.

—Sí, lo siento, la vuelta y el fin de semana que he tenido me han puesto la cabeza patas arriba. —Me levanto y lo abrazo. Mis brazos mueren por un poco más de tiempo, pero a los tres segundos me separo de él.

Me voy a alejar para volver a sentarme, pero Carlos rodea con su brazo mi cintura y no lo permite. Parece que no ha cambiado nada, pero mi mente se llena de tijeras, embarazos y anillo de compromiso.

—Volvemos a ser compañeros, ¿verdad?

—Claro, no seas tonto, lo cambié el primer día que llegué.

—Lidia es insoportable, tengo su voz de pito metida en el oído para toda la vida —protesta molesto y yo me río.

—No será para tanto. Además, es muy buena en su trabajo —la defiendo soltándome de su agarre cuando se me hace insoportable no lanzarme a sus labios.

Me apoyo en el borde de mi mesa, esa en la que me ha hecho suya veces incontables, y cruzo los brazos.

—No lo niego, pero como persona es alguien que te agota, todo el día hablando de su vida. ¿Sabes que la quemaron al hacerle la cera? Estuvo una semana con la misma remontina. —Se sienta en una de las sillas que se encuentran delante de mi escritorio y yo sonrío.

—Pero ya no vas a tener que soportarla más —digo y él me regala una de sus sonrisas amplias—. Hablando de tu trabajo con Lidia, mi padre me ha contado que tuvieron quejas por tardanza. ¿Es eso cierto?

Su sonrisa desaparece y me deja de mirar para observar el suelo.

—Puede ser —murmura con un tono de voz bajo a la vez que ¿triste?—. Fue todo mi culpa, no tienes que echarle la bronca a Lidia, la verdad es que se portó demasiado bien conmigo.

—¿Entonces qué te pasó para que no entregaras los planos a tiempo?

—Catalina me acababa de decir que está embarazada y no pude con tantas cosas, supongo, aunque no es una buena excusa.

—No quiero que te pase trabajando conmigo.

—Lo sé, y no pasará.

—Más te vale.

—¿Y tú? ¿Qué tal con el payaso del sábado? —lo dice con la mandíbula apretada y, aunque sonrío, por dentro estoy confundida.

—¿Estás celoso?

—No, solo que quiero saber con quien sale mi mejor amiga. —¿No se cansa de mandarme hostias en toda la cara con esa pantomima de mejor amiga?

—Lo conocí en la cárcel.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora