Sábado.
Me despierto, desayuno y me pongo a ver las noticias de la mañana. Pero el aburrimiento pronto me gana y, como es sábado, no tengo que ir a trabajar y quedan dos horas para que regrese Quique de Hawái con su mujer Ariadna.
Voy en busca de mi trabajo con los Domínguez para revisar si está todo en orden, pero me acuerdo de que no lo tengo porque ayer salí muy deprisa de la empresa.
Suspiro y me cambio el pijama por unos pantalones largos de cuero negro, una camisa holgada de color rojo y botones fajada y unas converse de color rojo.
Cojo solo el móvil y las llaves de mi coche. Salgo del edificio y me dirijo directamente a Built S.A.
Cuando llego, aparco en uno de los aparcamientos libres que hay enfrente del edificio y me dirijo a la puerta. Toco con los nudillos las puertas de cristal y busco a Jorge, el guardia del fin de semana.
Dirás, ¿por qué no abres tu misma la puerta, no eres la vicepresidenta? Pues sí, lo soy, pero no tengo las llaves todavía. Las tendré cuando sea dueña completa de la empresa.
Por fin diviso a Jorge, que viene con el típico uniforme y un llavero repleto de llaves de todo tipo.
—Oh, Jorge, siento molestarte en tu horario laboral, pero me he olvidado algo en mi despacho y lo necesito, es urgente.
A ver, no tan urgente, solo es para acabar con el aburrimiento en mi casa.
—Sí, claro, no pasa nada. No estaba haciendo nada importante —contesta y sonríe mientras me abre la puerta.
Entro y le dedico una pequeña sonrisa.
—Muchas gracias.
—No hay de qué.
Me encamino al ascensor después de despedirme rápidamente con la mano y subo a la planta doce.
Llego a mi despacho y, después de pensarlo, me dirijo a las estanterías de novelas de mi madre.
Elijo A orillas del río piedra me senté y lloré de Paulo Coelho, mi autor favorito. Después me dirijo a mi mesa y, dándole la espalda a la puerta, voy cogiendo lo que necesito.
Por esa misma razón, la de estar dándole la espalda a la puerta, no oigo cuando se abre ni los pasos de esa persona.
Grito cuando unas manos se cuelan por mi cintura y la persona me aprisiona contra su cuerpo.
—Tranquila, soy yo —susurra Carlos en mi oído y yo llevo mi mano a mi corazón acelerado.
—¿Qué quieres? ¿Que muera de un infarto o qué? —pregunto e intento darme la vuelta, pero sus brazos me sostienen con más fuerza la cintura.
—No, ni hablar de eso.
Su aliento se abre paso por mis cabellos sueltos y su mano los aparta, dejándome el cuello al descubierto.
Mi respiración se agita y me pellizco el brazo para ver si es real. Como me pasó cuando Carlos trajo a Catalina, el dolor me hace temblar.
Sus labios recorren mi garganta desde la base al lóbulo de mi oreja.
—Carlos...
—Ya lo sé, no debería de estar haciendo esto, pero no puedo aguantarme más —casi suplica con la respiración acelerada.
—No sé si esto es correcto —susurro sintiendo fuego por todo mi cuerpo y alivio al sentir por fin las manos conocidas de Carlos en él.
—¿Qué más da? ¿No quieres hacerlo?

ESTÁS LEYENDO
Tengo sueño
RomansaIrina López tiene una extraña relacion con su mejor amigo. ¿Amigos o algo más? Ellos tienen una frase especial para poder verse de la forma que les apetece: sin ropa de por medio. Pero ¿qué pasará cuando ella se vaya a Nueva York durante un año? ¿Se...