19.

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Despierto, pero no abro los ojos. Hasta que noto movimiento debajo de mí.

Algo sube y baja mi cabeza.

Un aire caliente mueve suavemente mis cabellos.

Un brazo rodea mi cintura con tanta fuerza que parece que me vaya a caer, o a escapar.

Abro lentamente los ojos para que se vayan acostumbrando a la luz de la habitación, que me es desconocida en el primer momento, después la reconozco inmediatamente.

El salón de Mario. El sofá de Mario. Mario durmiendo a mi lado.

Alzo la cabeza, que está sobre su pecho, y me quedo embelesada por lo vulnerable que parece en este momento. Como un niño.

Las pestañas rozan sus mejillas y sus labios están cerrados, rosados y demasiado apetecibles. Su cabeza está orientada hacia mí y su brazo me sigue rodeando con fuerza.

Sonrío y me aparto los cabellos de la cara. Me vuelvo a apoyar en su pecho y suspiro, contando los latidos de su corazón, una manía a la que me acostumbró mamá.

—Irina... —musita Mario y lo miro, pero tiene los ojos cerrados y ahora la boca entreabierta.

Sonríe en sueños y vuelve a repetir mi nombre. Mi barbilla comienza a temblar y lo abrazo con fuerza, cerrando los ojos ante la amenaza de las lágrimas. Recuerdo la conversación que tuvimos anoche y ese Estoy loco por ti, Irina que me dijo.

Aún tengo dudas, pero ahora también tengo muchas ganas de seguir conociendo a Mario.

No sé cuánto tiempo pasa, pero de repente necesito hacer pipí, así que me quito con suavidad el brazo de Mario de alrededor de mi cintura y me levanto. No tengo tacones ni americana. Seguramente Mario me los quitó cuando me quedé dormida en su sofá.

Camino de puntillas al pasillo y dudo ante las puertas. Como no sé donde está el cuarto de baño, decido probar con todas. La primera que abro es la de la derecha.

Es el dormitorio de Mario. Es bastante común: cama normal de matrimonio, dos mesillas de noche negras, cómoda negra, armario negro y televisión.

Cierro la puerta y pruebo con la de la izquierda. Otra habitación, pero esta no se parece a un dormitorio.

Hay un escritorio con un portátil encima. Un sofá bastante bajo y de aparencia cómodo. Pero lo que atrae mi atención es un gran mapa del mundo pegado en una de las paredes enfrente del sofá. Este tiene muchas chinchetas clavadas, entre rojas y verdes. La mayoría rojas.

—Las verdes son los países a los que he ido —explica la voz de Mario y yo me sobresalto, desviando mi mirada hacia la puerta. Él sonríe y entra en la habitación—. Las rojas a los que pienso ir.

—Hay muchas.

—Lo sé, pero lo haré.

Sonrío y miro el mapa de nuevo. Mario se pone a mi lado con los brazos cruzados.

—Siento haberme quedado dormida, ¿por qué no me despertaste?

—No quería despertarte —contesta y me mira. Yo sigo observando el mapa, comenzando a ponerme nerviosa—.Te veías relajada y quizá pensé que eso era lo que necesitabas. ¿Te molestó que me quedara contigo? —pregunta y niego con la cabeza.

—Ayer fui una paranoica.

—Solo un poco —responde y le empujo amistosamente con el hombro.

Él se ríe y me abraza poniendo un brazo encima de mis hombros.

—Pero me encanta cuando gritas —apunta y pongo los ojos en blanco.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora