37.

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(18 años)

—Mamá, súbeme la cremallera, por favor —le pido a mi madre, dándole la espalda.

—Hoy no vas a beber, ¿verdad? —pregunta ella preocupada mientras me cierra el vestido.

—No lo sé, pero lo que sí sé es que me lo voy a pasar de maravilla. ¡Ya he terminado el instituto! —chillo y ella se ríe.

—Ay, mi niña preciosa, qué orgullosa estoy de ti —exclama y me abraza.

La apretujo contra mi cuerpo y cierro los ojos, oliendo su increíble aroma familiar a jabón y especias. Me separo y la miro. Si no fuera por sus labios finos, podríamos decir que somos hermanas ahora mismo y nadie podría cuestionarlo. Su cabello marrón ondulado y largo, como el mío. Sus ojos castaños como los míos. Su sonrisa tranquilizadora, feliz y vivaz.

—Te amo, mamá, pero me tengo que ir ya. Carlos me está esperando en el salón.

—Ve con cuidado, mi amor —me pide con cariño y planta un beso en mi mejilla.

Me dirijo con ella al salón y Carlos me mira de arriba a abajo, sorprendido y aalucinado. "Qué guapa", me dice solo moviendo los labios y me sonrojo.

Aliso mi vestido rosa pálido, de mangas gruesas y cruzadas a mi espalda, que tiene un escote de corazón por delante.

Me despido de papá, que me recuerda las normas y me da un beso en la frente, y me voy con Carlos a su moto.

—Espero que con ese vestido puedas subirte sin que se te vea nada —bromea y sonrío.

—Carlitos, me subestimas y subestimas a todas las mujeres del planeta —exclamo poniendo los ojos en blanco y me subo en la moto, cuidando cada movimiento para que no se me vea nada de nada—. ¿Subes?—pregunto y hago que el vestido se me suba hasta mitad de muslo.

Carlos clava la mirada en mi pierna y veo que sus manos se cierran en puños. Respira hondo y se monta delante de mí.

Llegamos a casa de Dimas, nuestro amigo, y vemos y oímos la gran fiesta que se está celebrando dentro de ella porque hoy es el último día de instituto para todos los de último curso.

—Vamos a divertirnos —profiero saltando de la moto y tirando de Carlos hacia la puerta abierta.

Entramos en la casa y busco a Dimas, ignorando los dedos de Carlos rodeando mi mano con fuerza.

—¡Dimas! —grito al ver la cabellera roja de mi amigo y corro hacia él, con mi otro amigo detrás de mí.

Me tiro arriba de Dimas y él se ríe, apretujándome contra su cuerpo.

—Llegas súper temprano, pequeñaja, ¿tienes ganas de fiesta o qué?

—¡Acabamos de terminar el instituto! ¡Quiero emborracharme! —exclamo y me río.

Carlos coge mi brazo y pega su boca a mi oído.

—Le prometí a tu madre que te cuidaría —susurra y sonrío.

—Venga, Carlos, no seas aguafiestas.

Sonríe y mira a Dimas.

—Empecemos —murmura y Dimas da una palmada, frotandose las manos después.

Nos guía hacia la cocina y allí veo todo tipo de bebidas.

—Regla número uno: nunca mezcles bebidas. Eso sería como una bomba para el estómago —me informa Carlos como un profesor.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora