36.

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—¡Estoy horrible! —exclamo mirándome en el espejo.

—Estás horrible —secunda Ali.

—Estás bien —dice Nando a la misma vez que su novia, la fulmina con la mirada y le da un codazo.

—¿Qué? Ina valora mi sinceridad, no que tú seas un pelota.

—No —exclamo en voz baja y aparto el espejo de delante de mí.

Estoy horrible. Más que horrible, doy miedo. Tengo grandes moratones debajo de los ojos por culpa de la fractura de cráneo. Vale, lo puedo dejar pasar. Pero no que tenga el pelo súper enredado, mal puesto por la puta venda, ni la bata siniestra. ¿Qué han hecho conmigo?

—¿¡Te pasa algo!? ¿Estás bien? ¿Llamo al médico? —pregunta Ali preocupada y yo niego con la cabeza lentamente.

—Mario me ha visto así durante una semana, estoy fatal. ¿Me seguirá deseando después de esto?

Nando y Ali se relajan a la vez y sonríen.

—Eso nunca se pierde —exclama Nando y mira a Ali con amor.

Aw, qué pasteloso todo, me va a subir el azúcar.

—Arréglame, Ali —le suplico a mi amiga y ella se acerca rápidamente a mí.

—No puedo con esa horrenda venda, pero te juro que desde que te la quiten lo haré. No sabes lo que he sufrido al verte esta semana así.

Muerdo mi labio y atuso mi cabello, intentando arreglarlo un poco. Qué ganas de volver a casa, tirarme el sofá y estar tranquila, sin un enfermero que venga cada cinco minutos a ver cómo estoy.

La puerta se abre y aparece mi queridísimo padre.

—¡Papá! —exclamo y los ojos se me llenan de lágrimas. Estoy un poco sensible, eso es verdad.

Mi progenitor me abraza, acariciando mi espalda con sus manos grandes, y suspiro.

—No me vuelvas a hacer esto, Irina López, no me vuelvas a hacer esto porque te juro que si te vas, te sigo.

—No digas eso, papá, no quiero que lo digas.

Nos quedamos un rato largo abrazados, papá acariciando mi cabello con ternura, como cuando me despertaba de pequeña por una pesadilla.

—Nosotros nos vamos con Quique y Mario, hasta después —anuncia Nando cogiendo la mano de su novia, que llora como una magdalena a su lado.

—Vale, chicos, pero vuelvan.

—No lo tienes que decir, preciosa —murmura Nando y le sonrío.

Ellos se van y papá se sienta en la silla, poniendo una de mis manos dentro de las suyas.

—Dime cómo estás —me pide.

—Estoy muy bien, papá, te lo prometo. Estoy tan bien que podría irme a casa.

—¿Qué miedo le tienes ahora a los hospitales?

Trago saliva y desvío la mirada.

—No me gusta estar aquí, quiero irme lo antes posible.

—Bueno, eso ahora no puede ser, así que tendrás que aguantarte, cariño —dice rápidamente y lo miro—. ¿Qué estabas pensando para dejar que te atropellen de esa manera?

—No sé, sé que no tenía escapatoria. O era yo o los dos. Opté porque fuera sólo uno —contesto encogiéndome levemente de hombros.

—No me gusta esa idea.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora