32.

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Entro en mi despacho, saludo a Brad y me siento en mi silla justo en el momento en el que la puerta que acabo de cerrar se vuelve a abrir.

Veo que es Catalina, hago una mueca y guardo mi bolso en la gaveta de mi escritorio.

—¡Mantén a tu novio lejos del mío, no tiene ningún derecho a dejarlo de esa manera! —exclama y ruedo los ojos.

—Estoy en mi puesto de trabajo, señorita Gómez.

—¡Lo voy a denunciar, te vas a arrepentir! —chilla y Brad se levanta de su silla.

—Tranquilo, Brad, ¿te importaría salir un momento? —le pregunto poniéndome de pie y él me pregunta con los ojos si eso es lo que quiero. Asiento y Brad sale del despacho—. Bien, Catalina, déjate de estupideces, no te importa la integridad física de Carlos.

—No es cierto.

—¿No? Ah, ¿y esto lo sabe Víctor?

—Hay cosas que Víctor no sabe —contesta con los puños cerrados y rodeo la mesa, apoyándome en el borde cuando llego al frente de Catalina.

—Me importa una mierda, y una muy grande, lo que pienses, lo que hagas y lo que digas, así que estás tardando en irte —digo con voz tranquila.

—¿Estás enfadada porque Carlos no te quiere?

Muerdo mi lengua y respiro hondo.

—Me da igual.

—¿Y también te da igual que me eligiese a mí antes que a ti?

—La verdad es que pensé que era más listo, pero bueno, si él prefiere a alguien como tú —susurro y me cruzo de brazos.

—Pues claro que es listo, ha elegido a la mejor.

Me río y muerdo mi labio inferior, conteniendo las carcajadas.

—Eres tan graciosa que ni te aguanto —exclamo agitando la cabeza y ella frunce el ceño.

—Eres una hedionda.

—No me compares contigo, yo no voy detrás del dinero de nadie.

—Haz hecho cosas peores, como matar a tu madre.

Me quedo sin aliento y mi corazón se acelera. Aprieto los dientes y me acerco a ella, lentamente.

—Para hablar de mi madre primero tienes que limpiar esa puta boca con lejía y pasarte papel de lija por la lengua —susurro entre dientes, sintiendo que se me calienta el rostro de rabia, y ella retrocede ante mis pasos—. En segundo lugar, no tienes derecho a hablarme de algo de lo que no sabes una puta mierda, ¿de acuerdo? —gruño y aprieto mis manos, convirtiéndolas en puños—. Y en tercer lugar, me dan mucha pena Víctor y ese bebé que estás esperando.

—¿Por qué? —pregunta a la defensiva y se topa con la estantería.

—Porque dependen de alguien como tú —escupo con tanta rabia y asco que hasta yo me siento mal—. Así que antes de hablar de mi madre o de meterte en mi vida, cierra esa boca tan desafortunada que tienes.

—No te tengo miedo —masculla y se agarra el vientre.

Respiro hondo y me alejo de ella.

—Vete de mi despacho. Yo no quiero que me tengas miedo, no soy como tú.

—Eres peor.

Me vuelvo a reír sin ganas y me apoyo en la mesa de nuevo. Se dirige a la puerta y la abre.

—Oye, Catalina —exclamo y ella se queda en el umbral, mirándome con curiosidad—. Para hablar de la mierda de otros, tienes que tener el culo muy limpio.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora