25.

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(15 años)

—Venga, Carlos, cántame —suplico juntando las dos palmas de mis manos y él suspira.

—Eres una pesada —exclama, pero coge la guitarra con una sonrisa.

Aplaudo y me siento en su cama. Flexiono las piernas y coloco mi barbilla en las rodillas. Carlos pasa la correa de la guitarra por encima de su cabeza y la enchufa al amplificador.

—¡Clara, voy a tocar! —grita hacia la puerta.

—Vale, cariño —responde Clara.

Carlos cierra la puerta y empieza a tocar Yo quisiera ser, de Reik. Muerdo el interior de mi mejilla mientras lo escucho cantar, deseando que esa letra sea verdad, que me quiera. Mi piel se eriza y me agarro con más fuerza las rodillas con mis brazos.

Me fascino con su voz, profunda y melodiosa, y perfecta. Mi corazón se acelera mientras lo miro. Sus brazos fuertes, hace dos meses que empezó en el gimnasio, la camisa pegada a su torso, sus pantalones sueltos, sus pies desnudos. No sé que me muerdo el labio con fuerza hasta que noto la sangre en mi lengua.

Termina de cantar y aplaudo, sonriendo ampliamente.

—Me encanta, Carlos. Cantas genial —le digo y él se sonroja un poco, como cada vez que lo halago—. Toca otra, por favor.

—Irina, no.

—Jo, venga, no seas mala persona —profiero y me pongo de pie, lista para tirarme arriba de él y suplicar.

—Joder, vale.

—Eh, no blasfemes —exclamo y él me saca la lengua—. Oh, qué maduro, venga, toca.

Carlos respira hondo y comienza a tocar Sin ti, de Mariah Carey.

Me dijiste que te ibas

y tus labios sonreían.

Mas tus ojos eran trozos del dolor.

No quise hablar,

solo al final te dije adiós,

solo adiós.

Me muerdo con fuerza el labio, pensando en si podré hacerlo o no. Consigo reunir la suficiente valentía y comienzo a cantar el siguiente verso.

Yo no sé si fue el orgullo,

o a que cosa lo atribuyo.

Te dejé partir sintiendo tanto amor.

Tal vez hacía falta solo un por favor

detente amor.

Carlos se queda tan pasmado que deja de tocar y me mira con ojos sorprendidos.

—¿Qué acabas de hacer? —pregunta y suelta la guitarra.

—¿Cantar? —pregunto y sonrío con diversión, después me sonrojo por su mirada intensa.

—Hazlo otra vez.

—Toca.

—No.

—Si no, no canto —lo desafío y él aprieta los dientes. Coge la guitarra y comienza de nuevo, ahora con un leve temblor en los brazos.

Humedezco mis labios y paso mi peso de un pie a otro, agachando la cabeza para no mirarlo. Cantamos la canción juntos y no puedo evitar avergonzarme por la mirada de incredulidad y admiración que me dedica mi mejor amigo.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora