2.

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Viernes.

Ruedo a mi derecha y mi mano apaga automáticamente la alarma del móvil. Aunque me haya acostado temprano, aún me cuesta levantarme a las seis de la mañana.

Salgo de la habitación con los ojos entrecerrados y solo con las bragas de pijama. Me siento en el váter y hago pipí aún medio dormida, la cabeza un poco caída y los pelos como una loca.

Termino y me voy a vestir. Saco la ropa de la maleta y me regaño por no haberlo hecho la noche anterior. Me pongo una falda azul marina de tubo, una camisa blanca de asillas gruesas, un cinturón fino de color azul marino y unos taconazos azul marinos.

No desayuno porque en la cocina no hay comida desde hace un año, así que antes de ir a la empresa me paro en una cafetería conocida, donde hablo un poco con la dueña, que es una vieja amiga, y me compro un café calentito.

Aparco mi Mercedes rojo en mi plaza de aparcamiento y a las siete en punto entro en el edificio de Built S.A.

—Hola, Ana, ¿cómo te va? —Saludo a la recepcionista con una gran sonrisa y ella me la devuelve con los ojos iluminados.

—¡Irina, no sabía que vendrías hoy!

—No, nadie lo sabe, solo mi padre. Quería dar una sorpresa.

Ella sale de su puesto de trabajo y me abraza con fuerza. Es baja, pelo corto rubio, guapa a pesar de sus cincuenta años y muy maternal. Mi corazón ya no sufre tanto al tenerla a ella después de que mamá muriera.

—Estás monísima, mi niña, ¿cómo es Nueva York? —Casi me codea cuando esboza una sonrisa picarona—. ¿Encontraste al amor de tu vida?

—¿Por qué me preguntas eso siempre que me ves? —le pregunto con una sonrisa divertida.

—Porque quiero que seas feliz y porque te falta alguien, cariño.

—Estoy bien, Ana. Voy a ver a los chicos, que tengo unas ganas. —Le doy un abrazo rápido y ella se pone de puntillas para besar mi frente como lo hace mi padre.

Camino rápido a los ascensores y entro en el primero que veo abierto. Saludo a los presentes y ellos me devuelven el saludo con una sonrisa amable.

Soy muy social y abierta con todos los empleados de la empresa y cada vez que comienza a trabajar alguien nuevo paso algunas veces por su puesto de trabajo para conocerlo/a y comprobar que es de fiar.

Llego rapidamente a la décima planta y salgo del ascensor. Camino por el pasillo que me lleva a la oficina de mi padre y pronto estoy en la sala. Hay dos mesas a cada lado de la habitación. A la derecha veo la coronilla rubia de Nando y a la izquierda veo la morena de mi Ali.

—Espero que todo esté como debe de estar por aquí —clamo con voz seria.

Los dos alzan las cabezas a la vez, pero Ali es la única que reacciona al instante, gritando y corriendo hacia mí como una posesa.

—¡Ina, estás aquí! —chilla emocionada y me río rodeándola con mis brazos.

—Sí, quería darles una sorpresa.

—Cachita sorpresa, amiga —apunta Nando caminando hacia mí con su típica elegancia.

—Ven aqui, idiota —susurro y lo abrazo con fuerza. Sus brazos me rodean y comienza a darme vueltas en el aire—. ¡Bájame, que me mareo!

Me suelta con una risita traviesa y le golpeo en el hombro. Nando rodea mi cintura con un brazo y me da un beso en la sien, siempre tan cariñoso él.

—Venga, cuenta todo lo que hiciste en Nueva York.

—¡Fiestas, bebidas, chicos, sexo y descontrol! —profiero y los dos se ríen atronadoramente.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora