4.

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Sábado.


4.

—La multa es de quinientos euros. Hay un plazo de quince días, si en ese plazo no se ha pagado la multa, la cantidad subirá a mil euros —me explica el policía que me detuvo y yo asiento, consciente de lo que me dice.

Qué estúpida soy.

—Está bien, en diez minutos tendrá los quinientos euros —le aseguro y él asiente—. Una pregunta, ¿quién me vino a sacar?

—Dijo que era su padre, Francisco López.

Suspiro y me maldigo por dentro. Me va a matar cuando me vea, lo sé, y puede que me despida.

—Eh, vale, muchas gracias —digo y salgo de la comisaría.

Encuentro un cajero automático cerca de allí, extraigo quinientos euros y vuelvo a la comisaría. Allí está Mario, saliendo de su turno.

—Hola, Irina. —Me saluda con una sonrisa.

—Hola, ojos verdes, ¿sales? —pregunto, deteniéndome.

—Sí, acaba de terminar mi turno. ¿Tú no deberías de estar en la calle ya?

—Tengo que pagar la multa, acabo de sacar el dinero —explico y él me mira sorprendido.

—¿Eres rica o algo así?

—Ah, hay varias cosas de mí que no conoces.

Echo a andar, dejándolo cortado con una sonrisa divertida en la cara.

Voy al mostrador de la entrada y le doy al policía que está allí el dinero. Él elimina la multa y puedo respirar tranquila.

Cuando me doy la vuelta, veo que Mario está en la puerta con su bolso de deporte en el hombro y su cabello casi rubio revuelto.

—¿No te has ido? —pregunto, saliendo. A los segundos, noto sus pasos detrás de mí.

—Te quería acompañar a recuperar el coche.

—Sé donde tengo que ir —contesto con una sonrisa satisfecha al ver que se interesa por mí.

—Bueno, yo te he dicho que te quiero acompañar y lo haré —insiste él y corre un poco para alcanzarme y ponerse a mi altura.

—Y después soy yo la terca —replico y él se ríe.

—Si estoy yo contigo te lo darán más rápido, y seguro que quieres estar en tu casa ya.

Hago una mueca y meto mis manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón.

—¿Qué pasa si te digo que no? —pregunto mirando al frente.

—¿No quieres ir a tu casa?

—Lo que quiero es olvidarme de todo el mundo, irme lejos de aquí, lejos de los problemas.—contesto y trago saliva. Qué bien estaba en Nueva York sin saberlo. Quizá debería volver definitivamente.

—¿Por eso bebiste?

Me detengo enfrente del depósito policial y entro sin responder a Mario. Voy directamente a la ventanita donde está un policía y me apoyo en ella mientras saco mi DNI y la autorización.

—Hola, buenos días, vengo a recoger un coche.

—Deme su DNI y la autorización —dice el hombre y le obedezco al momento.

Observa los documentos y Mario se pone a mi lado.

—Ya van dos que me dejas con la palabra en la boca.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora