44.

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(22 años)

Tiro de su mano con una sonrisa traviesa y lo entro en mi apartamento.

—¿Ya estás preparada? —pregunta Carlos, señalando mi ropa interior de encaje, y muerdo mi labio inferior, asintiendo.

—Quítate la ropa, tenemos que hablar —susurro y él sonríe torcidamente.

Cierro la puerta y él se desnuda delante de mí. Tengo que controlar mis manos para no tocarlo. Coloco la silla de madera que le he pedido a Quique enfrente de la puerta de mi habitación, dado que yo solo tengo los taburetes de la cocina, y guío a Carlos para que se siente.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta y apoyo un dedo sobre mis labios, pidiendo silencio.

—Relájate, te va a gustar —aseguro y le guiño un ojo.

Voy hacia la cocina y cojo una copa de vino. Abro el congelador y pongo varios hielos en ella. La lleno de agua caliente para que los hielos no quemen ni corten, y vuelvo con Carlos. También cojo algunas cosas para jugar con él.

Coloco la copa y la bandeja de alimentos en el suelo a su lado y me pongo de rodillas enfrente de él.

—No me gusta que te pongas así —me dice y asiento.

—Lo sé, pero a mí no me importa —contesto y él agarra mis manos, que están sobre sus muslos.

—Levántate, por favor.

Lo observo detenidamente durante un par de segundos, en los cuales sus ojos me lo suplican. Termino accediendo y me pongo en pie.

—No sé por qué no te gusta —exclamo y él se encoge de hombros.

—No sabría contestarte.

Me siento a horcajadas sobre él y alzo su mentón, clavando mis ojos en los suyos y sintiendo un pequeño escalofrío cruzar mi espina dorsal, como cada vez que me mira directamente.

—Lo que quieres es complicarme la vida. —Ronroneo contra sus labios y él sonríe.

Noto su erección en la línea de mi vagina y muerdo su labio inferior. Lo quiero dentro de mí, quiero gemir su nombre y notar su pene dándome placer como solo él puede.

Lo beso, cogiendo su rostro con mis dos manos, e introduzco mi lengua en su boca, saboreando el interior con ansias. Me bajo de su regazo y busco un pañuelo de tela. Ato sus manos por delante y sonrío ante su expresión confundida.

—¿Por qué me atas? —pregunta y muerdo mi labio inferior.

—Ya lo sabrás.

Me desnudo y cojo el bote de chocolate. Siento sus ojos observarme con deseo, llamándome a gritos para que le deje tocarme.

Me dibujo un uno en el vientre y me acerco a él.

—Vamos a jugar a los números. Tienes que seguirlos —indico y Carlos asiente.

Hago un dos en mi muslo derecho. Un tres en mi clavícula izquierda. Un cuatro en mi pecho izquierdo y un cinco en el derecho. Doy un paso y él se inclina desesperadamente sobre mi vientre. Echo la cabeza hacia atrás cuando siento su lengua en mi ombligo.

Cuando termina, apoyo la rodilla derecha sobre su muslo y sus ojos me observan fija e intensamente mientras hace desaparecer cualquier rastro del dulce con su lengua profesional. Su boca sube hacia mi vagina, pero sonrío y me alejo.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora