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(16 años)

Estoy con Carlos sentada en las escaleras en el mismo escalón con las piernas entrelazadas y uno enfrente de otro.

—¿Cuál sería tu mujer perfecta? — pregunto sosteniendo la revista y dando un sorbo a mi chocolate caliente.

—Mmm, qué difícil — exclama y yo sonrío—. Pero serías tú — responde con seguridad y el líquido se me atraganta en la garganta.

—Venga ya, no seas mentiroso — murmuro pellizcando su pantorrilla y él sonríe.

—No, es en serio, serías tú — asegura y enumera con los dedos de su mano—. Eres guapa, graciosa, divertida, inteligente, muy imaginativa. Además, eres una máquina en la cama.

—¡Carlos! —exclamo y le pego para que se calle.

Miro hacia el salón, pero veo que mi madre no está. Puedo respirar tranquila.

— Es la verdad —dice encogiéndose y se ríe, bebiendo de su chocolate.

Lo miro mal, pero cuando se aleja el vaso, el chocolate le ha dejado un bigote marrón y me río.

—¿Qué pasa? —pregunta y yo niego con la cabeza, me inclino y limpio el chocolate con mi dedo pulgar. Él se queda paralizado y como hipnotizado por mi toque, y me chupo el dedo cuando termino.

— Tenías chocolate en el bigote — contesto y sus ojos marrones me miran de manera extraña.

Joder, ¿qué es eso?

—A ver, otra pregunta —replica después de una eternidad y cojo la revista, intentando olvidar su mirada.

—¿Qué es lo que te gusta más de una chica o qué debería de tener sí o sí? —Hago la pregunta y lo miro detenidamente.

—Pelo largo, eso está claro. También ojos bonitos, no necesito que sean verdes o azules, los marrones me gustan más. Manos bonitas y suaves —responde y se queda pensando un rato. Niega con la cabeza y se encoge de hombros—. Y ya está, no sé, ya te he dicho que como tú me encantaría.

Pongo los ojos en blanco e ignoro la voz que repite en mi cabeza: está describiéndote, está describiéndote.

—¿Qué te gusta que haga una chica para darte cariño? — pregunto y frunzo el ceño, imaginando una chica acariciando los cabellos de Carlos, que son su debilidad.

—Desnudarse —responde con chulería y lo fulmino con la mirada. Él se ríe y niega con la cabeza, empezando a recorrer de arriba abajo mi pierna entrelazada con la suya—. Sabes que me encanta que me rasquen la cabeza.

—Pero las demás chicas no.

Rueda los ojos y sonríe.

—No necesito a otras chicas, contigo me basta.

—Carlos, para —me quejo dándole un patada suave y él sonríe como un niño travieso—. ¿Qué es lo primero que ves en una chica al verla?

—Su culo —responde y alzo una ceja.

—¿Su culo?

—El tuyo es perfecto —apunta y suspiro, intentando no impacientarme.

—Sigamos —mascullo y paso la página. Cuando leo la pregunta siguiente, borro mi sonrisa—. ¿Te has enamorado alguna vez?

Sus ojos me observan, pensativos y con esa cosa extraña.

—Nunca he dejado de estarlo — contesta y frunzo el ceño.

—¿Se puede saber de quién? — pregunto evitando su mirada y veo de reojo cómo sonríe.

—Aún no.

—¿Me darás una sorpresa?

— Oh, sí, una gran sorpresa — responde y aprieto la mandíbula.

— Dime que no es de la pelopolla.

— No, es alguien más cercano — contesta y lo miro, pero sus ojos son imperturbables y no puedo ver nada en ellos que no sea esa barrera.

¿Qué estará escondiendo?

—¿No me vas a decir? —insisto y él niega con una sonrisa de superioridad, le encanta intrigarme.

—¿Vas a cumplir mi deseo? — pregunta subiendo su mano de mi pierna a mi muslo y muerdo mi labio inferior.

A este juego podemos jugar los dos.

—Repíteme ese deseo del que hablas —le pido con voz sensual.

Aprieto sus piernas entre las mías y él sonríe.

—Ya sabes de qué te hablo.

—Está mi madre, Carlos —advierto y me inclino sobre él, dejando la revista en el escalón de arriba—. Vamos a tu casa.

Carlos asiente frenéticamente con la cabeza y sonrío. Se pone de pie y me ayuda a levantarme a mí también.

Dejo que vaya delante y cuando llega a la puerta me pego a su espalda, tocando su trasero con mis dos manos. Su respiración se entrecorta y sonrío contenta al notar cómo sus caderas se mueven hacia atrás cuando su pene se excita.

—Vamos ya —apremia a media voz y abro la puerta.

Cuando está en el porche, cierro la puerta, dejándolo fuera, y sonrío ampliamente.

—¡Ina! —grita Carlos y me río.

—¿Qué pasa? —pregunto inocentemente y veo a mi madre aparecer.

—¿Qué pasa, Ina? —pregunta secándose las manos en un trapo.

—Nada, ma. Carlos se fue de repente, creo que tiene el virus ese que está recorriendo toda la isla, el de la diarrea —contesto bien alto para que Carlos me escuche y ella se lleva una mano al pecho.

—Pobrecito, espero que se ponga bien, pero no te acerques mucho a él, por si acaso —dice mamá y sonrío.

—No, mamá —digo y después subo un poco más el tono de voz para que Carlos me escuche claramente—. No me acercaré a él.

Me separo de la puerta y recojo la revista y los vasos de la escalera con gran regocijo.

Pero por mi mente no para de pasar su mirada extraña y su sonrisa al decirme que conmigo le bastaba.

Ojalá fuera cierto.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora