Martes.
—Mueve el brazo hacia arriba —indica el doctor cogiendo con suavidad mi brazo izquierdo. Le obedezco y alzo mi brazo. No siento nada y el doctor mira mi expresión—. ¿Todo bien? —pregunta y yo asiento.
—No siento nada, o sea, es normal —respondo y él asiente.
Después hace lo mismo con la pierna y pasa exactamente lo mismo. Me revisa la cabeza y da el visto bueno a mi estado físico.
—Está como nueva, señorita López.
—Entonces, ¿tengo que hacer algún tipo de ejercicio o algo? —pregunto.
—Mover el brazo y la pierna, y si siente dolor volver para que la revisemos. Si siente dolor en la cabeza también debe venir, ¿vale? —Asiento y cojo mi bolso.
—Entonces, puedo volver al trabajo.
—Claro, lo que debe hacer ahora mismo es volver a su vida normal.
Sonrío y me despido por un largo, largo tiempo de mi médico. Mario se levanta de la silla azul de la sala de espera y se acerca a mí.
—¿Qué te dijo?
—Me quitó los yesos, por fin —exclamo y él sonríe—. Me dijo que todo estaba muy bien y que si tenía algún dolor volviera. Dice que puedo volver al trabajo, así que llévame.
—Qué mandona —masculla y yo me río.
Me pongo de puntillas, disfrutando de mi pierna por fin libre, y lo beso.
—Ojos verdes, ¿puedes llevarme a mi trabajo, por favor? —pregunto contra sus labios y él sonríe ampliamente.
—Así sí.
Salimos de la mano del hospital y me monto en el Camaro. Llego a las ocho y media a la empresa y cuando salgo del coche veo a la parejita feliz en la puerta de la empresa.
Catalina me mira de arriba abajo con aire de suficiencia.
—¿Qué? ¿Sacando a la perrita a mear? —me burlo pasando al lado de ellos y Mario aprieta mi cintura con su brazo.
—Qué mala eres —susurra en mi oído y me río como un niño cuando hace una travesura.
—Me encanta ver su cara de idiota —digo y él niega con la cabeza.
—¿Qué tendré que hacer contigo? —Lo miro con una ceja alzada y pego mi boca a su oído.
—Quiero que hagas lo que quieras conmigo. —Ronroneo en voz muy baja y sensual.
Mario pierde el aliento y sonrío, encantada con su reacción.
—Eres una pervertida, Ina —exclama muy bajo y me río, echando a andar después.
—Buenos días, Ana —exclamo y me apoyo en el escritorio. Ella sonríe y se alza para darme un beso en la mejilla.
—¿Cómo está mi preciosa mujercita? —pregunta y sonrío.
—Pues genial, con muchas ganas de volver al trabajo después de un mes. No se habrá descontrolado todo por mi marcha.
—No, cariño. Está todo muy bien, además, la casa de los Domínguez está casi terminada —me informa y abro los ojos como platos.
—¿Ya? Qué rápido ¿no? —Ella asiente y sonríe.
—Ese chico se ve guapo, te los buscas bien puestos, eh —cuchichea y me sonrojo.
—No me digas eso, qué vergüenza —susurro en voz baja y ella se ríe—. Me voy al despacho ¿vale?
—Sí, mi cielo, hasta después.
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Tengo sueño
RomanceIrina López tiene una extraña relacion con su mejor amigo. ¿Amigos o algo más? Ellos tienen una frase especial para poder verse de la forma que les apetece: sin ropa de por medio. Pero ¿qué pasará cuando ella se vaya a Nueva York durante un año? ¿Se...