39.

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—Estoy lista.

—Pues salgamos de aquí.

Coge mi maleta y yo camino detrás de él con una muleta, apoyando levemente el yeso en el suelo. Por fin, después de dos semanas muy agobiantes, el doctor Torres me ha dado el alta.

Y es que no soportaba más a los enfermeros entrando y saliendo. Me aprendí de memoria todos sus turnos de tanto que los veía. Cuando Mario y yo llegamos a la puerta del hospital, veo a mi padre apoyado en su Mercedes plateado.

—¿Qué haces aquí? —pregunto caminando con dificultad hacia él.

—Vamos a casa —dice y abre la puerta de atrás.

—¿A tu casa? ¿No me van a llevar a mi apartamento?

—No, tu padre quiere tenerte vigilada, y la verdad que es lo mejor —susurra Mario y pongo los ojos en blanco.

—Solo tengo el brazo y la pierna rota, no estoy vegetal para que me tengan que vigilar —protesto, pero entro igualmente en el coche.

—Solo es por si acaso, no te enfades, quejica —me regaña papá y se dirige al asiento del conductor.

Ruedo los ojos y Mario se sienta a mi lado después de poner la maleta en el maletero. Me dicen que Ali ya ha cogido todo lo necesario de mi casa y tengo mi cuarto antiguo preparado. Observo y escucho como mi padre y mi novio charlan animadamente. Respiro hondo y miro la escayola de mi brazo.

Con las ganas que tenía de ver mi sofá rojo.

—Solo será hasta que te recuperes, Ina, no te estoy llevando al infierno —dice papá, mirándome por el retrovisor.

Me encojo de hombros y miro por la ventana. La verdad es que me encanta mi casa, es la casa donde me críe, pero no puedo verla como un hogar ahora que mi madre no está allí, no está el ruido de las sartenes o los calderos, no está su punto de cruz, no está su máquina de escribir, donde creaba sus maravillosos libros.

Cierro los ojos y me dejo llevar.

(Seis años)

—¿Qué te pasa ahora? —pregunta mamá con paciencia.

—Carlos se ha enfadado conmigo.

—¿Por qué?

—¡No lo sé, no me quiere hablar! —exclamo y mamá me sienta en la silla de la cocina.

—¿Recuerdas haberle hecho algo? —pregunta con su voz suave, melodiosa y tranquilizadora.

Me aparto las lágrimas de los ojos y encojo mis pequeños hombros.

—No le gusta que me ponga con Iván, pero yo no le he hecho nada.

—¿Hoy te pusiste con Iván?

—Sí, pero solo un poco porque la profe nos puso en parejas y no podíamos elegir —me defiendo con voz aguda y temblorosa.

—Carlos está enfadado, pero ya verás que se le quita en cinco minutos —me asegura mamá y acaricia mi largo cabello—. Una niña tan bonita como tú no debería llorar por cosas tan pequeñas como esa.

—Es que... —tartamudeo y lloro de nuevo—. Carlos no me habla y me prometió que hoy íbamos a jugar en su casa. Quería jugar con él. Ahora no sé qué hacer.

—Deja que se le pase el enfado y después llamo a Clara, ¿vale?

—Llámala ahora —exclamo y ella sonríe.

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora