13.

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Martes.

Entro en la empresa y subo al ascensor. Llego a mi planta y me meto en el despacho. Enciendo el ordenador y empiezo a recoger mi mesa mientras se enciende.

Frunzo el ceño cuando no encuentro el libro que cogí hace una semana. Camino hacia la estantería y lo busco, pero su lugar está desocupado. Se lo habrá llevado Quique cuando me recogió.

Llaman a la puerta.

—Adelante —murmuro todavía distraída y me dirijo a mi mesa, olvidando el libro.

Miguel entra y se aclara la garganta, nervioso.

—Irina, buenos días. —Me saluda caminando hacia mi mesa.

—Buenos días, Miguel, ¿cómo estás? —pregunto sentándome en mi silla.

—Muy bien, gracias por preguntar —contesta y se pone rojo.

—Dime, ¿qué deseas? —inquiero y él asiente.

—El señor Perdomo me ha dicho que le diga que ha decidido seguir en la empresa y trabajar con la señorita Álvarez. —Junto mis labios y pongo mi bolso dentro de la gaveta de mi escritorio.

—Dígale que eso ya no me concierne —contesto y él asiente—. Recuérdele también que no mantenemos ninguna relación, ya sea personal como profesionalmente.

—También me ha dicho que ha decidido ir a todas las citas con los clientes Domínguez —dice y yo cierro los ojos.

Al final ha encontrado un motivo para joderme más la vida.

—Dígale que estoy conforme.

—Muy bien. Eso es todo, Irina. —finaliza Miguel y abro los ojos.

—Muchas gracias, Miguel, eres un buen trabajador —Le halago con sinceridad y a él se le iluminan los ojos.

—Gracias a usted, Irina. —Se despide y se va.

Inspiro y exhalo profundamente. "Cabrón, cabrón, cabrón". Nunca, pero nunca en lo que trabajamos juntos, ha ido a todas las citas con los clientes y ahora, el muy cabrón, de nuevo y más fuerte, decide que quiere ir.

El teléfono encima de mi despacho comienza a sonar, ya que ahora todas las llamadas se desvían al no tener secretario.

Descuelgo y me pongo recta.

—¿Sí?

—Cariño, ¿puedes subir? —pregunta papá y me relajo con su voz.

—Sí, papá, ¿pasa algo? —pregunto y él se ríe.

—Solo ven, anda.

—Voy, voy.

Cuelgo y me pongo de pie.

Me coloco la falda negra de tubo hasta las rodillas, la camisa blanca de manga larga, metiéndomela mejor por dentro de la falda y ajustándome el cinturón negro. Miro mis tacones negros para ver si están limpios y salgo finalmente.

Llego a la planta diez y camino hacia mis amigos.

—Buenos días, Irina. Te estaba esperando —susurra Nando, apoyado en su escritorio.

Ahora que sé que no es gay todas mis fantasías con él se han vuelto más fuertes y posibles. "Pero no, joder, es un amigo, un amigo que quiere a tu amiga, no te metas solo porque esté tan bueno".

—Nando, buenos días. —Lo abrazo y él me da un pico.

Mmm, el recuerdo del beso del domingo...

Tengo sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora