Capítulo 3. 💙

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¡Hola! Recuerden dejar muchos comentarios para que actualice más rápido, no me hagan andar mendigando comentarios, por favor :(

"Sabíamos que nos íbamos a amar

en el momento en que nuestras miradas

bailaron en silencio".

—Ron Israel.

Hunter

Maykel pasó por mí a las seis de la mañana, dejó su coche en la casa y subimos a una de las camionetas que manejaba Alexander, mientras que Josh lo acompañaba en el asiento del copiloto. Condujo aproximadamente media hora desde Queen Anne hasta Ravenna, pasando el lago Union. Cada tanto Maykel bostezaba e intentaba cerrar los ojos y dormir un poco, sin embargo, los cláxones de los otros autos lo despertaban cada cinco segundos. Llevaba puesto un grueso abrigo en el que se hundía para estar más calentito.

—¿Por qué no dejan dormir a uno? —se quejó cuando de nuevo sonó el claxon de un auto. Estábamos detenidos en medio del tráfico y Maykel quería aprovechar para dormir un rato.

—Ya no es hora de dormir —le dije. Revisaba las noticias de aquella mañana. No había mucha información, casi lo de siempre. Seattle era un lugar tranquilo y eso era gracias a las conexiones que tenía con algunos jueces, jefes de la policía y políticos a los que les convenía que yo estuviera a cargo de la ciudad, porque de no ser así quien sabe que sería de este sitio. Era un mal necesario para la ciudad. O eso creía yo.

—Son las seis y media de la mañana —observó la hora en la pantalla de su móvil, entornando los ojos y bostezando —. Tengo sueño y frío, y hambre también —lo miré y estaba pensando —. Alex, ¿no tienes una leche de sabor por ahí en la guantera? —le preguntó Maykel. Negué con la cabeza.

Alexander acomodó el espejo retrovisor y también negó con la cabeza.

—No, señor, lo siento —Maykel hizo un puchero con los labios.

—Galletas, ¿tienes galletas o alguna chuchería?

—No, tampoco —bufó con fuerza, cerró los ojos y dejó caer la cabeza contra el respaldo del asiento.

—No traes nada en esta camioneta —se quejó en voz alta —. ¿Traes gasolina acaso?

Alexander iba a responder, sin embargo, lo interrumpí para que Maykel dejara de hacer berrinches.

—Yo te compro una leche de sabor y unas galletas cuando terminemos con esto —le dije y sonrió de oreja a oreja.

—Gracias, jefe —se acomodó de nuevo en el asiento y esperó impaciente hasta llegar a las bodegas donde se almacenaban las armas que de ahí eran vendidas en cada esquina de Seattle.

No tardamos en llegar a Ravenna. Alexander estacionó la camioneta y esperó que Josh bajara para después hacerlo él y detrás nosotros. Josh fue quien entró primero posteriormente Maykel, detrás de él iba yo y a lo último Alexander quien se encargó de cerrar la puerta detrás de sí. Las bodegas eran dos grandes construcciones a las que llamaban naves. La nave uno servía para el empaquetamiento de las armas y la nave dos para guardarlas hasta que salieran a la calle.

—¿Qué te dijo el ruso? —le pregunté a Maykel que venía un pelín detrás de mí.

—Dijo que era un placer hacer negocios contigo y que tenía más juguetitos por si quieres verlos —asentí.

Me detuve frente a una gran mesa que tenía desde armas cortas hasta armas de largo alcance. Todos eran hermosas y peligrosas también, quien no supiera usar un arma de estas se podía volar un dedo o toda la mano, si no era responsable. Había desde el 9A-91, oTs-03, A-91, AK-9, AK, 107, Ametralladora Pecheneg y la más nueva adquisición de los rusos una pistola Aspid.

Pacto con el diablo. (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora