Capítulo 32. 💙

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"Perdón por las mordidas, es la primera vez

que pruebo el cielo"

—Germán Renko.

Hunter

El agua de la regadera caía sobre nuestros cuerpos, empapándonos por completo, de los pies a la cabeza. Mis palmas abiertas sostenían sus caderas, mientras devoraba su sexo con vehemencia y pasión. Sus manos se asiaban a mis hombros, apretándolos con fuerza, enterrando sus uñas en mi piel, gemía y aclamaba más, y yo no le podía negar nada, me encontraba embelesado y cegado por el deseo que crepitaba mis huesos y se estancaba en mi estómago. Una sacudida de su parte y un vigoroso gemido resonó entre las cuatro paredes del baño. La mantenía acorralada en la esquina, con una de sus piernas sobre mi hombro y mis manos en sus caderas, apoyado sobre las rodillas en el suelo.

—Hunter —jadeó con voz ronca. No paraba de chupar y lamer su sexo, el delicioso líquido blanquecino que brotó del edén en medio de sus piernas. Sostenía mi cabeza con una mano, intensificando los movimientos de mi lengua —. ¡Dios! ¡Ah! —gimió de nuevo.

Sus piernas temblaban y su cuerpo vibraba. Me detuve cuando ella paró de temblar, sin embargo, ascendí con pequeños besos sobre su piel mojada, crucé el valle de sus senos y me llevé uno de estos a la boca y lo chupé cómo si fuera una rica paleta mojada.

—Me duele todo —se quejó. Cerré la llave de la ducha y me quité el rastro de agua del rostro con una mano. Los cabellos se le pegaban al rostro, los hombros y los senos —. Ya no puedo seguir —jadeó. Su pecho subía y bajaba.

—¿Estás segura de que no puedes más? Porque yo te haría el amor toda la noche —la tomé de la cintura y le di la vuelta.

—¿Toda la noche? —preguntó.

—Toda la noche y todo el día —sostuve su nuca con una mano, apoyando su mejilla contra la loseta del baño —. Hasta saciarme de estas ganas que tengo de ti.

Contuvo un jadeo cuando la penetré con fuerza enterrando mi pene en su sexo. Agarraba sus caderas con vehemencia, enterrando mis dedos en su piel, la sostenía para tener mejor control y acceso a su cuerpo. Lo metía y lo sacaba lentamente, mordía sus hombros y lamía el lóbulo de su oreja, pasaba mi mano por su espalda acariciando su piel mojada.

—Hunter, ya no puedo —jadeaba fuertemente —. Para, para —no podía parar cuando me encontraba totalmente perdido en el vaivén de sus caderas, cómo apretaba sus paredes a mi alrededor, sus gemidos que resonaban en el baño. Gimió más y más fuerte, rasguñando las paredes, restregándose sin descaro.

—No puedo parar —jadeaba en busca de aire —. No puedo —deslicé la mano derecha por sus costillas, rozando sus senos. Con la palma abierta abarqué su cuello y garganta, alzó la barbilla y su espalda se apretó a mi pecho. Dejaba pequeñas mordidas en sus hombros, chupaba su piel dejando evidentes marcas rojas.

—Ahora eres tú quien me muerde —se quejó.

—Lo siento, no lo puedo evitar —me disculpé —. Pero tú tienes la culpa, sabes a cielo.

En ese momento, cuando mis movimientos se detuvieron y me moví más lento, el orgasmo, que había estado reteniendo explotó dentro de mí, mi agarre en su cuello se afianzó, con mi otro brazo la sostuve del vientre para que no cayera al suelo de rodillas. Angel también gimió, solo que esta vez lo hizo con mucha menos energía, se veía cansada.

—¿Estás bien? —asintió.

—Sí —me regaló una bonita sonrisa a pesar de que se encontraba agotada. Limpié su sexo con el agua de la regadera y la vestí con una toalla que se encontraba en el baño. La cargué en mis brazos y la llevé a la cama, donde la dejé con mucho cuidado —. Gracias —murmuró —. Eres tan atento.

Pacto con el diablo. (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora