Capítulo 50: Alcohólicos anónimos

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Alcohólicos anónimos







Cerré la puerta de mi habitación a mis espaldas y lancé un suspiro cansado, ¿dónde mierda estaba metido Tom?

Había pasado literalmente todo el día buscándolo. Su habitación estaba cerrada, no estaba en la biblioteca, aparentemente no fue a clases, tampoco lo encontré en los rincones en los que solía fumar, ni en la torre de astronomía, ni en ningún otro sitio que conociera que se escondía cuando quería estar solo.

Incluso le pregunté a Pansy por su paradero, pero ella no me dijo nada más que "No sé qué pasó, pero sé que ahora mismo odia el mundo como para faltar a clases" me frustraba que fuera con ella cuando las cosas iban mal conmigo, pero supuse que me lo merecía. Le pedí sus apuntes a una chica de su salón que estuviera segura que era lo suficientemente dedicada como para copiar todo y el resto del día me la pasé copiándolos a mano para distraerme, y no sentirme tan culpable.

Justo cuando todo empieza a arreglarse tengo que cagarla yo, suspiré, viendo el libro que descansaba a mi lado. Eso solo aumentaba mis niveles de culpabilidad.

Cuando terminé, fui a entregarle sus apuntes a la chica y volví a mi habitación, derrotada. Ya me había resignado a encontrarlo. Si no quería hablar conmigo, bien, no iba a insistir: ya bastante lo había hecho durante mucho tiempo.

Me bañé, me puse unos shorts de cuadros y una camisa gris y salí de la ducha agitando mi cabello para desprenderme de la humedad. Vi a Webito sobre mi cama y lo cargué cómo a un bebé, besando su cabeza.

— Ojalá nunca te enamores — murmuré, acariciando su pelaje gris. El gato me mordió para que lo soltara, y resoplé dejándolo en el suelo. Tocaron mi puerta apenas lo hice, y fui a abrir pensando que era Pansy, pero me sorprendí.

— Tu — Tom me señaló — eres una mierda — balbuceó —. Y aunque estoy consiente de eso, no puedo dejar de pensar en ti todo el tiempo — lanzó una risa seca —. Ahora parece que de los dos él que se jodió y anda desesperado por atención soy yo.

Arrugué la nariz, analizándolo detenidamente. Su cabello estaba desaliñado, su rostro lucía cansado, y las ojeras bajo sus ojos me hicieron sentir una puñalada en el pecho. Noté como su mano izquierda sostenía una botella de Wisky, mientras que la otra estaba apoyada contra el marco de mi puerta.

— ¿Te emborrachaste? — cuestioné, sorprendida. Nunca creí vivir lo suficiente como para presenciar esto.

— No, Yeret, esto es jugo de uva — me sonrió de forma perezosa, haciéndome entreabrir los labios. No puede ser.

— Por Dios, ¿qué tan borracho estás?

— Lo suficiente como para venir a perder mi orgullo y dignidad viéndote, zorra estúpida — gruñó —. Déjame entrar.

— Eh, ¿puedo confiar en que no vas a ensuciar mi alfombra? — cuestioné con cierta desconfianza. Bufó.

— No soy tú, yo si soy moderado — me hizo saber, y yo mordí mi labio inferior, algo ofendida, pero terminé de abrir la puerta para que entrara. Antes de que dijera nada, ya estaba tambaleándose hacia el centro de mi cuarto. Vi que tenía intenciones de caerse e instintivamente me puse entre su cuerpo y el lugar hacia el que se estaba inclinando para asegurarme de que no se hiciera daño.

— Ay, siéntate ahí — me quejé dejándolo caer sobre el puff. Iba a alejarme de él para abrir la regadera y prepararle un baño de agua tibia, pero me tomó de la muñeca y colocó mi mano en su pecho. Sentí los latidos de su corazón. Fuertes y acelerados. Tanto, que por un momento temí que fuera a explotar bajo mis dedos.

Stupid Girl #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora