Capítulo 35: Encuentros a media noche

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Encuentros a media noche






Después de esa conversación con Erika, me fui a mi habitación algo aturdida, sin poder conciliar el sueño. Me quedé pensando en todo y en nada hasta que se hicieron las 6 de la maña y decidí finalmente dormir, aunque eso me hubiese costado no despertar hasta la 11 de la noche de ese mismo día.

Me dolía la cabeza y tenía un hambre tan maldito que tenía ganas de llorar, entonces fui a darme una ducha, lavarme los dientes y ponerme una camisa que le robé a Tom para luego bajar rápidamente las escaleras en busca de algo para comer.

Empecé registrando las gavetas en busca de algo simple que me llenara y me provocara, pero por más que buscara nada me daba apetito, y lo que lo hacía me daba pereza cocinarlo, o directamente no sabía hacerlo. Todos estaban durmiendo, entonces no me atrevía a despertar a Arthur o a Gellert para pedirles algo de comer. De repente me dieron unas inmensas ganas de llorar al sentirme inútil por no poder ni siquiera ser capaz de buscar algo con qué alimentarme, y me resigné a volver a mi habitación con el corazón en la boca y la impotencia quemar mi pecho por ser tan dependiente a los demás.

— ¿Que haces aquí? — di un salto en mi lugar al escuchar la voz de Tom a mis espaldas. Me volteé hacia él rápidamente y me puse una mano en el pecho.

— Maldita sea — gruñí en voz baja, alejando rápidamente las lágrimas de mis ojos — ¿Como mierda eres tan silencioso? Es irritante.

— No es mi culpa que tú no sepas serlo — replicó de mal humor. Lo vi por unos segundos, y debo admitir que mi corazón se arrugó al verlo de forma detallada; su cabello estaba desordenado y dos medias lunas oscuras se asomaban por debajo de sus hermosos ojos azules, los cuales me observaron con el mismo brillo con el que siempre lo han hecho. Eso me dejó un poco más tranquila.

— Si, bueno, algunas personas no necesitamos un puto cascabel en el culo para saber dónde se encuentran — solté bruscamente a modo de defensa por la forma en la que me hacía sentir. Toda esa vulnerabilidad desapareció cuando me recordé a mi misma por qué en ese momento estábamos tan distanciados en lugar de estarnos comiendo sobre la mesa susurrando nuestros nombres entre besos y gemidos. Todo por su culpa.

No te vi en todo el día — comentó, ignorando el sarcasmo de mi voz.

— Dormí todo el día — me limité a responder, cruzándome de brazos.

— Debes tener hambre entonces — murmuró en lo que sus ojos me recorrían de arriba a abajo, deteniéndose unos segundos en mi muñeca; donde aún yacía trazado el círculo.

— No — mentí.

— No comiste nada en todo el día — recalcó.

— No es como si me molestara no comer — ironicé, rodando mis ojos. Le pasé por un lado, lista para irme de vuelta a mi cuarto, más su mano se envolvió alrededor de mi muñeca con firmeza y me hizo retroceder hasta que quedé apoyada contra uno de los pilares de la cocina. Lo miré con las cejas alzadas, y él se limitó a suspirar, meneando la cabeza.

— Te prepararé algo — murmuró pasándome por un lado y yendo hacia los gabinetes.

— No es necesario — le hice saber, viéndolo abrir y cerrar gavetas de forma pensativa, como preguntándose que podría hacerme de comer a esas horas.

— Lo sé, pero aprecio mi vida y sé que sí dejo que te prepares algo tú misma despertaremos en el infierno — dijo.

— Ah, gracias por tenerme tanta fé — comenté, resoplando en lo que tiraba de una silla y me dejaba caer sobre esta de forma aburrida.

Stupid Girl #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora