Capítulo 48: Mi maldito imbécil

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Mi maldito imbécil







Hice lo que me dijo Pansy y me puse el vestido. Era bastante bonito, la verdad: era como de seda, me llegaba por la mitad de los muslos y tenía una apertura en el izquierdo que cuando caminaba dejaba mi piel al descubierto. Era de tirantes y escote suelto, sujetando las partes justas para que no se me salieran las tetas, cosa que se me hizo curiosa.

Era exactamente mi talla.

Empecé a hacerme teorías locas en mi cabeza. Pansy no sabía mi talla.

Me miré al espejo de cuerpo completo de mi cuarto. El vestido era hermoso. Parecía salida de cena de millonarios en París, y me encantaba esa sensación.

Suspiré y recogí mi cabello en una cola alta para ver cómo me vería. Los mechones blancos de cabello que se marcaban en mi nuca solo hacían mejor la imagen, y le sonreí a mi reflejo, sintiéndome verdaderamente bonita.

— ¿Qué tal? — le pregunté a Webito dando una vuelta — se ve bien, ¿No? — lo miré.

El gato parpadeó dos veces y se volvió a acostar. Suspiré.

— Si, supongo que no me veo tan bien después de todo — murmuré y me puse de perfil —. Tal vez debería rebajar un poco más...

En ese momento la puerta de mi habitación se abrió y Tom pasó a través de esta.

Me sobresalté un poco, ya que no me lo esperaba, y mi gato tampoco. Nos quedamos viéndonos por unos segundos en silencio: él se quedó de pie bajo el marco de la puerta con el pomo encerrado en su puño, y yo frente a mi espejo, entornando mis ojos entre él y mi gato. Me dispuse a analizarlo un poco, y noté de que estaba vestido muy elegante; como si fuese a salir.

Me di cuenta de que yo también, con la diferencia de que estaba descalza.

— Pansy no te dijo nada, ¿Verdad? — alzó una ceja.

Parpadee.

— ¿Sobre qué? — balbuceé.

Tom suspiró, encogiéndose de hombros, como resignado.

— No importa, de todas maneras no te iba a preguntar si querías o no ir — empezó a caminar hacia mi y ahogué un grito cuando me cargó sobre su hombro como si no pesara nada.

¡Alaverga! — Exclamé y me tapé la boca — ¡Tom, estoy descalza! — le recordé bajando la voz cuando vi que empezó a salir de la habitación.

— ¿Y? — fue lo que dijo, cerrando la puerta a nuestras espaldas con una oleada de aire, sin detenerse.

— ¡No puedo ir por ahí descalza! — bajé la voz hasta que no fue más que un susurro alterado, y aparentemente le hizo gracia.

— Devuélvete, entonces — se burló, siguiendo con su camino.

Resoplé, y me dejé caer sobre su hombro, sin ánimos de pelear con él. Me cargaba como si fuera una muñeca, y debo admitir que el tenerlo así de cerca después de todo lo que había pasado me ponía a latir el corazón como si tuviese taquicardia. Odiaba que tuviera el mismo efecto en mi que siempre había tenido, porque se suponía que ya para ese momento tendría que odiarlo... no desear que me subiera ese vestido en medio del pasillo.

Stupid Girl #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora