Capítulo 61: Hundida

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Hundida





El diario de Tom Riddle intacto en pleno 1996.

¿Qué consecuencias trae eso?

Para empezar, eso significa que la cámara de los secretos, nunca fue abierta. El basilisco sigue allá abajo, lo cual también significa que la espada de Gryffindor no puede destruir Horocruxes.

Lo que significa también que probablemente el anillo de los Gaunt esté por ahí danzando en el mundo mágico.

Sin basilisco muerto, no hay espada, y sin espada, no hay nada que pueda destruir los Horocruxes de Voldemort.

Lo que lo hace inmortal.

Y para colmo, aunque no lo fuera, no me convenía en absoluto asesinarlo, porque estaba ligado a Tom, ¿cómo iba a ser capaz de asesinarlo si eso suponía la muerte del amor de mi vida? ¿Cómo iba a destruir sus Horocruxes uno por uno si eso amenazaba la vida de Tom? ¿Cómo iba a no hacer nada cuando Harry y sus amigos empiecen a buscarlos para destruirlos? Por más que les ruegue, estaba demasiado segura que no iban a detenerse, ni siquiera si eso significaba acabar también con Tom.

Literalmente todo estaba jodido.

Completamente jodido.

Ya tenía un poco más de sentido el por qué Erika quería mis poderes: Para que Tom se proteja a sí mismo. Los quería para que él se defendiera por su cuenta si las cosas se ponían feas. Eran su plan B para protegerlo, y dio tantas vueltas para al final no quitármelos porque sabia que cuando me enterara, iba a estar en esta situación. Luchando entre lo correcto, y el amor tan ciego que tenía por Tom.

No necesitaba mis poderes cuando sabía que sola era capaz de meterme a la boca del lobo por él. Sabía que me iba a quedar sin salida. Sabía que aunque le diera mil vueltas, no habría forma de que el saliera vivo, y que lo amo tanto que me iba a terminar rindiendo, e iba a ceder ante Voldemort.

Pero no podía tirar la toalla así cómo así. Tenía que haber otra manera. Cuando te apuntan con un arma hay 146 cosas diferentes que puedes hacerte en lugar de ceder, y aunque ya tenían el dedo puesto en el gatillo, repasé mis opciones una por una hasta que me dolió la cabeza y sentí que me estaba volviendo loca. Fueron unos días desquiciantes.

Era horrible ese sentimiento. Esa frustración, esa impotencia al saber que tu realidad deseada se estaba cayendo abajo y no podías arreglarlo por una persona. Justamente por él, maldita sea, pudieron ser tantas personas y no me hubiese importado matar a Voldemort de todas formas, pero se trataba de él: de Tom, de mi maldito imbécil, mi malévolo cucharachón. Su sacrificio no valía todo el mundo mágico, pero tampoco podia vivir bajo la dictadura del señor tenebroso. Nunca seriamos felices así. Sé que él no lo seria.

Mi amor por ese mundo no me permitía dejarlo caerse así, pero mi amor por él no me permitía sacrificarlo si después de todo, él era el motivo por el que estaba allá.

Pero mis amigos... George, Harry, Nevielle, Pansy... personas que nunca fueron más que buenas y amables conmigo...

Me empezó a doler la cabeza. No podía dejar que todo se echara a perder.

No podía.

Iba a ayudarlos. Iba a usar esa mente de la que tanto presumía para arreglarlo.

Suspiré. Ahora sí tenía que ayudarme del guión.

Lastima que lo perdí.

Apoyé mi cabeza sobre la palma de mi mano. Estaba cansada, casi rozando el colapso. Estaba harta de pensar tanto. Estaba harta de que todo se me fuera a la mierda.

Extrañé mi primer año allá. Extrañé como todo eran dramas estúpidos y chismes sobre mi sexualidad. Extrañé esos momentos con Tom en los que solo éramos él y yo siendo adolescentes tontos que se amaban en silencio. Extrañaba a mis amigos, a Pansy, los estúpidos dramas del principio...

— ¿Quieres un café, Addy? — me preguntó Arthur tímidamente.

Menee la cabeza. Ahí estaba otra vez yo, matándome de hambre.

— No — negué —. No quiero nada.

Él asintió.

Había tratado durante toda esa semana darme ánimos, hacerme reír o algo, pero no podía. Mi sonrisa no estaba, ni me entusiasmo a la hora de hablar tampoco. No hacía chistes, puesto que no tenía ganas. No hablaba con sarcasmo, ni había expresiones demasiado evidentes en mi rostro.

Solo quería que todo esto terminara.

Y eso que apenas estaba comenzando.

Arthur se perdió en alguna parte del jardín, y yo me quedé sola en esa gran mansión. Gallert no estaba; tenía asuntos pendientes en el ministerio y no podía llevarme. No podía salir, en general, y eso no ayudaba a mi estado de depresión extrema.

La puerta principal sonó.

Me levanté a duras penas del taburete, y de repente, todo lo que me estaba carcomiendo la cabeza desde hace días, desapareció, dandole lugar a un miedo paralizante en su lugar.

— Adele — dijo Narcisa Malfoy apenas me vió.

— Malfoy — hablé seriamente. Miré detrás de su espalda y apreté los dientes —. Lestrange.

— Grindelwald — me sonrió. Esa maldita sonrisa me producía escalofríos en la nuca.

— ¿Podemos pasar? — me preguntó Narcisa, casi suplicándome con la mirada que le dijera que si. Entorné los ojos, pensando en decirle que no, pero Bellatrix pareció leerme la intención.

–– ¡Oh! –– su cínico entusiasmo me hizo dar un pequeño salto en mi lugar ––. Cissy, ¿cómo vamos a entrar sin la llave? –– me miró, sonriente, y alzó la profecía en su mano. El pecho se me comprimió ––. Ábrete cesamo.

Apreté mis dientes, sintiendo cómo me empezaban a apretar la yugular. Estaban atacando directo al nervio.

Con una sonrisa tensa, triste y falta, terminé de abrir la puerta de mi casa.

— Adelante.

Stupid Girl #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora