El deterioro de Javier (parte 1)

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Recuerdo el día en el que un señor de 48 años, alto, flaco, de pelo negro bien peinado y unos ojos cafés que te podían intimidar fácilmente, me aceptó en la compañía. Una sonrisa se dibujó en su rostro, y me dio un fuerte apretón de manos, afirmando que la entrevista que yo di fue perfecta y que el puesto era mío. Allí me di cuenta de que estaba ante un hombre realmente de un gran corazón y que su apariencia intimidante era solo un caparazón, una persona que se convertiría en un amigo, además de mi jefe. Alguien que era querido y respetado por todos sus trabajadores.

Mi trabajo consistía en ser el psicólogo en la empresa, en involucrarme en el análisis de como trabajan las personas, la selección del personal, entre otras cosas. Una tarea que se me dio bastante bien desde el primer día.

Cada fin de mes, el jefe Javier hacía una cena en uno de los restaurantes mapas importantes de la ciudad, celebración a la que casi nadie faltaba. El ambiente laboral era realmente familiar entre todos, lo que me impresionó. Jamás en ninguna otra empresa llegué a ver un ambiente tan cálido, tan cómodo. Aunque sí, tengo que admitir que hubo gente que sí tenía sus cosas malas, cómo Samuel, que tiene el ego algo elevado, o Andrea, una narcisista que siempre intentaba resaltar. De todos modos, uno aprende a vivir con eso, te acostumbras a estar rodeado de gente de todo tipo al trabajar en una empresa tan importante.

Javier era un hombre casado con una reconocida escritora a nivel nacional. Reconozco haber leído varios de sus libros y pedirle que me firmara algunos, pues no podía dejar pasar esa oportunidad. De esa pareja, surgieron dos hermosos niños. Nicolás, de 9, y Andrea, de 4. Dos pequeños monstruos que te podían llenar el corazón de alegría. Era inevitable no sonreír cuando iban a la empresa de su padre y se ponían a jugar entre ellos. La química que los dos hermanos tenían entre sí, claramente era evidente.

Pero saben, todo lo bueno tiene su fin, y a veces, las cosas pueden salir realmente mal y todo irá en picada de un momento a otro hasta golpearte fuertemente con la realidad, y ese fue el caso de Javier, una fría mañana de un jueves 4 de mayo, a las 10:54 A.M., cuando él recibió una llamada de su esposa Laura; su hija acababa de desmayarse de un momento a otro en la casa y estaba de camino al hospital con ella. Estaba hablando con él cuando recibió esa llamada, y pude notar como su rostro se tornaba pálido ante la noticia. Adoptando una expresión de total preocupación, me dijo muy resumidamente lo que acababa de suceder (escuché todo lo que Laura le dijo, aunque me da pena aceptarlo) y me dijo que sí preguntaban por él, dijera que estaba teniendo una emergencia doméstica, y se fue rápidamente.

Me quedé claramente preocupado, pues era la primera vez que veía como un hombre fuerte se venía abajo si se trataba de una situación como esa. De todos modos, su reacción obviamente fue natural, pero no pude evitar preocupado. No solo por él, sino por la pequeña Andrea. Yo en las ocasiones que llegué a verla, le agarré un cariño inmenso, como mis demás compañeros, ya que era bastante dulce con todos nosotros y la manera tan inocente como veía el mundo siempre nos sacaba una sonrisa.

La situación claramente no pasó desapercibida, porque todos los demás andaban preguntándose unos a otros cual habría sido la razón por la que Javier tuvo que salir corriendo tan rápidamente. Yo, por mi lado, preferí no comentar nada al respecto e hice que no sabía nada de la situación. No quería exponerlo ante todo el mundo, y sí a la niña en verdad le pasaba algo, era mejor que no empezaran a correr rumores por todos lados y verme inmerso en un grave problema.

Aproximadamente una media hora antes de salir a almorzar, recibí una llamada de Javier. Tuve un presentimiento, la sensación de que algo malo estaba sucediendo, así que contesté rápidamente, dejando a un lado el papeleo que estaba haciendo en ese momento. Del otro lado de la línea, pude notar que estaba sollozando, o intentando evitar hacerlo, y ahí mis sospechas de que algo realmente malo estaban sucediendo aumentaron, o casi se confirmaron. Lo que me dijo, hizo que la sangre se me bajara a los pies, y un escalofrío me recorrió toda la espina dorsal. Su hija, la adorable Andrea, tenía un tumor inoperable en su cerebro. Esa noticia me dolió como si fuera mi propia hija.

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora