Mi primer Viaje al mar parte 1

11 0 0
                                    


Recién cumplía los 8 años de edad cuando tuve mi primer viaje al mar después de mucho tiempo planeándolo, un sueño que tuve desde que tenía memoria. Veía las películas y series en las que había escenas rodadas en la playa y mis deseos de poder nadar, sentir la arena entre los dedos de mis pies y comer comida típica eran muy grandes. Quería conocer lo que había en lugares así, y el ir de viaje por primera vez fue un gran impulso para mi futuro.

El primer día, recién me bajé del avión, quería ir corriendo lo más rápido que daban mis piernas para meterme de una vez por todas sin esperar a nadie. Estaba muy impaciente, pero tuve que esperar un rato más para recoger nuestro equipaje e ir al hotel para descansar un rato del largo viaje. Pensaba que las ganas de ir meterme a nadar no me dejarían dormir (la noche anterior casi no pude pegar ojo), pero al recién acostarme, quedé totalmente fundido.

Llegamos a la ciudad a las 2 de la tarde, por lo cual, descansaríamos hasta las 4, luego iríamos a la playa unas dos horas, tiempo suficiente para poder divertirnos el primer día, y cuando nos cambiásemos, iríamos por la ciudad haciendo un tour para ver que nos podríamos encontrar. Para mí, era un plan muy interesante, pues quería saber cómo era la vida de las personas que vivían en la playa. Para mí, con 8 años apenas, ellos debían de tener un día a día extravagante, pero pronto me di cuenta que no era tan distinto que el de una persona que vive en otro lugar.

Cuando estuvimos en la playa, con el gran mar frente a mí, sentí que quería saltar. Recuerdo muy bien las expresiones de entusiasmo y felicidad de mis padres al verme tan emocionado por algo que, para ellos, era algo bastante común. Ellos ya habían ido muchas veces antes, y la verdad, sí se tiene mucha razón cuando se afirma que la primera vez nunca se olvida.

Al tocar la arena con mis pies, sentí que la emoción embargaba mi cuerpo entero. Era real lo que estaba experimentando, mi sueño por fin se estaba cumpliendo. Papá debió de ver la emoción en mi rostro porque poco después de quedar solo con su pantaloneta de baño, me invitó a meterme a nadar con él para aprender un poco.

La sensación de poner mi cuerpo en el agua podría ser comparada con la de subirse a la montaña rusa. No podía evitar sonreír, estar allí mucho mejor que recibir cualquier regalo de navidad o cumpleaños. Mamá vino poco después y juntos jugamos con la pelota que compramos específicamente para esa ocasión.


Fueron un par de segundos en los que me distraje del juego tras ver a un chico casi de mi edad en la distancia totalmente solo, mirándonos fijamente con una expresión de tristeza y según yo, preocupación. Volví a la realidad tras ser golpeado en la cara y escuchar las risas de mis padres, y cuando intenté buscarle nuevamente, no lo encontraba por ninguna parte. Creí que era mi imaginación o simplemente se fue sin darme cuenta, así que no le presté mucha atención después de todo.

El tiempo pasó demasiado rápido, y en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba atardeciendo y los salvavidas nos advertían que era mejor salirnos de una vez para evitar problemas después, así que, tras salirnos, nos secamos un poco, recogimos nuestras cosas, y fuimos al hotel para seguir con el plan que teníamos para ese día. Quería conocer la ciudad más a fondo, y se me notaba.

La noche ya reinaba cuando empezamos nuestro recorrido a pie. Recuerdo la impresión que me causó ver a una ciudad tan viva siendo ya de noche. Todos se veían felices, de fiesta, sentados en los garajes de sus casas tomando cerveza y hablando con los vecinos. Papá me decía que las personas de tierra caliente solían ser las más animadas y ahí lo pude comprobar.

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora