Don Emilio

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Emilio, un hombre solitario, de nulos amigos, ciego, de 79 años, alto, flaco y con una cabellera aún abundante y absolutamente blanca. Él vive en la última casa de un barrio de clase media baja a las afueras de la ciudad, totalmente solo, sin ningún familiar o nadie que o vaya a visitar. Pocas veces sale de casa y es un viejo temido por sus vecinos.

Lo poco que se sabe de él es que fue un soldado condecorado que participó en la guerra de Vietnam y que sobrevivió para contarlo, pero que le faltó casi nada para no hacerlo. En los últimos días de esta batalla, una ganada cayó cerca de él explotando y lazando esquirlas directamente en sus ojos, dejándolos inutilizables totalmente. Los médicos tuvieron que extirparlos en una arriesgada operación en la que faltó poco para que también terminasen apuntándole la pierna izquierda gracias a la explosión. Además, es un dibujante experto. Recién terminada la batalla, cuando llegó a casa, vivió durante un tiempo con el sueldo mensual que le mandaba el gobierno, pero decidió desistir del mismo para dedicarse de lleno a lo que más le gustaba hacer, que era dibujar. A pesar de su discapacidad, el tenía una gran habilidad para retratar la ciudad, algunos rostros de personas cercanas a él y los horrores que vivó en el campo de batalla. Se cree que intentó venderlos sin mucho éxito, pues a la gente no le interesaba el arte tan crudo que él hacía.

No se sabe mucho más de su vida hasta que llegó en algún punto de la década de los 90 a ese barrio de mala muerte, sin casi nada de dinero, sin familia ni amigos, con algunas pertenencias y los materiales necesarios para seguir dibujando.

Allí, durante un tiempo, trató de seguir viviendo de lo que más le gustaba hacer. Vendía sus dibujos con precios realmente bajos, casi regalados. Los habitantes del vecindario lo hacían sobre todo para apiadarse de su situación, a pesar de que la suya propia no era bastante distinta a la de él. Sin embargo, el saber que era un hombre realmente solitario, con una discapacidad y al cual la muerte lo podía llevar en cualquier momento, hizo que se les ablandara el corazón.

A inicios de la década siguiente empezó a salir cada vez menos de su casa. Nadie entendía como embargaban su casa si era poco el dinero que él recibía y contadas las veces que salía de la misma. Pensaron que el gobierno realmente no estaba interesado en embargar una casa en un barrio de mala muerte abandonado por el mismísimo Dios. Es más, algunas personas pensaban que harían lo mismo.

Casi nadie hablaba de Emilio, un hombre que, a esas alturas de la vida, era muy poco recordado. Las nuevas generaciones iban llegando, y cada día él iba siendo olvidado. Sabían que alguien vivía allí en esa casa, alguien que por la edad salía poco. La historia empezó a tergiversarse y empezó a decirse que vivía un enfermo mental peligroso que ni el policía mas fuerte se atrevía a enfrentar.

En las noches de invierno, cuando son pocas las personas que se atreven a salir, Emilio sale de su guarida y camina por el lugar de un lado a otro, con su bastón blanco y sin miedo alguno a ser atracado por algún malandro con malas intenciones que pueda aprovecharse de su discapacidad. Él a veces canta en vos baja y recoge algunas piedras que va sintiendo con sus pies desgastados por la edad.

Su presencia se iba haciendo un total enigma, un misterio o una leyenda, dependía de la opinión de las personas, de dónde lo quisieran ver. Emilio, al mediados de la década de 2010, varios años después de llegar al lugar, empezó a tomar nuevamente algo de relevancia, sí se le podía llamar así, pues cuando la situación de pobreza en el barrio empezaba a mejorar de alguna forma, las personas misteriosamente empezaron a morir una a una, todas de distintas formas, pero con una misma coincidencia, Don Emilio.

Emilio empezó a salir más seguido, no únicamente en las noches frías en las que el clima obligaba a todos a quedarse en casa refugiados en el calor que lograban brindar sus casas. Durante las mañanas de verano, a Emilio se lo veía caminando con dificultad en las calles del barrio, con su bastón blanco y las oscuras gafas de sol en su rostro. No tenía destino fijo, iba como siempre de un lado a otro. En ocasiones se sentaba en una banca en el parque rodeado por gente que era dependiente a alguna droga o que dedicaba su vida a robar a los demás. Siempre tenía una expresión de complicidad, cómo sí estuviera planeando hacer algo que podría ser de bastante beneficio para él mismo.

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora