gato

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12:45 de la noche. Acababa de llegar a mi hogar luego de una larga noche trabajando en el McDonald's. Estaba absolutamente cansado y necesitaba dormir. Lo bueno, era que al día siguiente no tenía turno y podía quedarme profundamente dormido hasta la hora que se me viniera en gana. De repente, caí en cuenta de que, en la entrada de mi pequeña casa, había un gato mestizo de pelaje negro, cuyos penetrantes y amarillos ojos estaban puestos en los míos. Me sorprendí ante tal hecho, y no supe que hacer. Me pregunte sí debía quitarlo del medio y meterme de una vez en mi casa para dormir tranquilo, y la respuesta ante aquel interrogante fue un rotundo no. Sentía que sería una mala idea, aunque no logré saber exactamente el porqué. Era un presentimiento dentro mío que me decía que no debería dejarle fuera. ¿Y si me araña? ¿Qué tal que tenga alguna enfermedad y me termine mordiendo? Me dije a mi mismo. No parecía a simple vista nada de lo que yo pensaba. El gato parecía inofensivo y sin intenciones de atacar, tan solo estaba buscando a alguien con buen corazón que le diese una posada esa noche para seguir su posible rumbo. Me ablandé, debo admitirlo, y le abrí la puerta dejándolo pasar. El felino entró y se sentó frente a mí, esperando tal vez que le diese algunas caricias. Me agaché, y eso hice. Sentí una extraña conexión con él, como sí nos conociéramos desde hace mucho. Sonreí al ver que estaba disfrutando del masaje que le estaba dando en la cabeza, mientras ronroneaba suavemente. Me acordé del gato que tuve a los 10 años y que había muerto por la edad. Sentía que volvía a una pieza mi infancia con tan solo una simple acción.

Caí en cuenta de que podría tener hambre y sed, así que me dirigí a la cocina, prendí la luz y en un plato hondo, puse agua, la cual el gato tomó en un santiamén. Se notaba que no ingería algún liquido desde hace un buen rato. Como era evidente que no tenía comida adecuada para el animal, abrí el refrigerador y por suerte, tenía un par de lonchas de pavo que se suponía que me comería para el desayuno del día siguiente, pero que preferí dejárselas en el piso sabiendo que las necesitaría más que yo. Rellené el plato vacío con agua y se lo dejé a un lado, mientras se comía el alimento que le dejé.

Lo miraba fijamente. Sentía que lo conocía desde antes, pero podía recordar de dónde podría haberlo encontrado anteriormente. Aquella mirada puesta en mí en la entrada de la puerta me quería decir algo más, lo presentía. Pensando, logré deducir que tenía una mirada casi humana, idea que descarté porque me pareció muy absurda, también porque era más de media noche y mi cansado cerebro ya me estaba jugaba malas pasadas.

Decidí que, si por algún motivo el gato quería quedarse conmigo, en dos días lo llevaría al veterinario para que le revisasen y vacunasen si era necesario. También pasaría comprándole la comida indicada y demás materiales para su debido cuidado, incluido algunos juguetes por si tenía ganas de distraerse.

Al terminar de comer, dirigió sus amarillos ojos a mí y maulló largamente. Me agaché y le acaricié nuevamente, sintiendo el suave contacto de su pelaje. Hasta ese momento pensaba que era callejero, y no fue hasta que volví a posar mi mano sobre él, que me di cuenta de que era bastante extraño de que en ser cierto que fuese de la calle, tuviese el pelo tan bien cuidado, como sí le pusieran tratamientos cada cierto tiempo.

Me levanté, miré mi celular y noté con cierta sorpresa de que ya era la 1:20 de la madrugada. ¿Tanto tiempo había pasado? Me pregunté. Ni siquiera lo había notado. Desde que llegué a mi casa, hasta ese momento, desde mi perspectiva, tan solo fueron menos de 10 minutos que habían pasado. Apagué la luz y me dirigí al cuarto, y con cierta gracia veía como mi nuevo amigo me seguía pegado a mis piernas, de forma tal que se podría pensar que me estaba protegiendo.

Me quité el uniforme del restaurante, me puse una pantaloneta con una camiseta de fútbol, y tras apretar el interruptor de la luz, me acosté en la cama. El gato saltó y se acostó en mis piernas, como si no fuese la primera vez que lo hacía, y, a decir verdad, no me molestó para nada. Además, ¿Qué mal me haría? Solo era un gato indefenso, inteligente y que parecía estar bien de salud. Mis ojos se fueron cerrando lentamente, hasta que todo alrededor mío se hizo oscuridad, siendo lo último que escuchaba un largo maullido del gato.

3:45 de la madrugada.

Algo me despertó entre la oscuridad de la noche. El ruido de algo cayéndose, y la maldición de un hombre que intenta mantener el mayor silencio posible. Abrí los ojos como platos, y pregunté: ¿Quién anda allí?

Silencio. Pensé que solo había sido un mal sueño. Sí, solo era eso. Noté que el gato no estaba más en la cama conmigo, y pensé que estaría en algún otro punto durmiendo profundamente. Tenía ganas de orinar, así que me levanté y encendí la luz del cuarto. El gato estaba acostado en una silla con ropa sucia que tenía pendiente por lavar. Sonreí ante tan tierna imagen, pero rápidamente mis ánimos cambiaron al ver que la guitarra acústica que me regalaron hace ya varios años estaba tumbada en el suelo. "Seguramente la coloqué mal", me dije a mi mismo tratando de darme una explicación lógica y evitar sucumbir en él miedo, y salí del cuarto.

Entré al baño, y tras orinar y lavarme las manos, volteé a la entrada y me asusté al ver que mi amigo estaba sentado allí mismo, clavándome esa mirada profunda de ojos amarillos. En esta ocasión, no sentí nada más que incomodidad. Hubo algo esta vez que me provocaba pensar que algo no estaba bien. Sin embargo, quité esa idea de mi mente alegando que podría ser que no estaba acostumbrado a tener alguien que me hiciese compañía, y que seguramente los felinos eran así, aunque no podía recordarlo con exactitud. ¿El gato que tuve de niño había sido de tal forma? No lo podía recordar.

Me acosté nuevamente en la cama y me dispuse a dormir. Poco antes de caer profundamente dormido, sucedió algo que en verdad me dejó petrificado del miedo. Una fría mano cuyas uñas se clavaban en mi piel me agarró del brazo izquierdo, y noté como una respiración pesada se posaba en mi oreja. Quise moverme, pero antes de poder hacerlo por cuenta propia, aquello que me agarró me movió de tal forma que mi cara mirase hacía el techo y pude notar su rostro, flaco, totalmente blanco, ojos amarillos y sonrisa de oreja a oreja, destacando un par de colmillos en cada mandíbula manchados con sangre fresca. Un hombre que parecía disfrutar lo que hacía.

- ¡¿Qué carajos?! – fue lo último que logré soltar de mi boca.

- Gracias por el agua y la loncha de pollo, nuevo amigo. – dijo el extraño, antes de morderme la garganta con un maullido estrepitoso. 

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora