Los vecinos de enfrente (parte 6)

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La búsqueda terminó un poco después de cumplirse 2 meses de la desaparición de Daniela cuando ya no había hilos de dónde tirar. Todos habían sido interrogados no una, sino varias veces, las grabaciones de las cámaras de seguridad vistas, la casa de sus padres revisada una y otra vez de izquierda a derecha, de arriba hacia abajo y no lograron conseguir absolutamente nada.

La vida no volvería a ser la misma (obviamente) en la vida de Diego y su esposa qué, sí incuso con su hija eran personas sumamente reservadas para sí mismas, después del incidente, se convirtieron casi en fantasmas. Ahora se les veía muy poco fuera de casa, era muy raro notar su presencia. Escuchas a algunos decir que su matrimonio no iba a durar mucho más, y tenían razones para creerlo. En un pasado habías oído historias en las cuales las parejas quienes tenían la pérdida de un hijo rara vez se lograban recuperar del golpe tan duro que eso daba.

Las pocas veces en las que salían de su casa, Laura mostraba un aspecto que a veces podría llegar a asustar un poco. Ahora parecía casi un esqueleto con piel por lo poco que comía, sí lo hacía, claro. Su palidez espectral, el pelo sin lavar y muchas otras cosas podrían hacerte pensar que, en caso de encontrarte con ella durante una noche oscura, podría tratarse de un alma en pena vagando por la calle.

Diego pasó de ser un hombre fornido e intimidante a alguien flaco, consumido cada día más por el alcohol y con la mirada sumamente perdida en la nada. Era quién más salía de los dos, pero únicamente para sentarse en su jardín con solo una pantaloneta como prenda de vestir y una botella de vodka que se tomaba en un abrir y cerrar de ojos, llorando en silencio y murmurando el nombre de su hija. Los dos cada día iban perdiéndose, ahogándose en su sufrimiento sin pedir o aceptar la ayuda de sus vecinos.

La desgracia, qué no podría ser peor, iría en aumento considerablemente recién cumplido el tercer mes de la desaparición de Daniela. Corrías bien temprano en la mañana como era costumbre junto a Juanes, quién se mostraba ciertamente preocupado por la salud de Diego, no importaba las inquietudes qué en un pasado le generaba. Tenía el ligero presentimiento de qué iba a pescar un cáncer de hígado sí seguía ingiriendo sus tragos de manera tan acelerada. A veces lo veía consumir una botella recién comprada de vino casi de un solo sorbo cómo sí se tratase de agua fresca recién sacada de la nevera en un caluroso día de verano en Arabia Saudita, Y sabía de lo que hablaba, pues el verano pasado estuvo por esas tierras y allá podría haber temperaturas hasta más de 40 grados. Cuando lo veía en su jardín, sus ojos decían mucho acerca de él. Los tenía en un tono amarillento, razón obvia para creer que padecía alguna enfermad relacionada con su hígado, causada por su alcoholismo que día tras día se hacía crónico. Volviendo al tema, se encontraban trotando cuando pasan cerca de la casa de Diego y lo ven tirado en la acera boca arriba, sin camisa ni calzado, únicamente un jean desgastado y roto en algunas partes. Estaba sumamente flaco y a lo largo de su pecho se mostraban algunas heridas que a duras penas parecían estar cicatrizando. Parecía estar dormido debido a la borrachera porque el olor a alcohol era demasiado evidente como para pasar desapercibido. Intentaron despertarlo sacudiéndolo una y otra vez, pero nada servía. Preocupados, esperaban lo peor, así que Juanes, deseando qué no estuviese muerto, le tomó el pulso confirmando sus temores. Después de la autopsia te enterarías qué llevaba fallecido por lo menos unas 4 horas cuando lo encontraron debido a la asfixia con su propio vómito.

Lo primero que se le vino a la mente fue notificarle a su esposa, pero no sabían cómo. Ya había vivido las suficientes desgracias en su vida como para poder tolerar otra más, y, aunque Juanes tenía mucha más empatía y experiencia notificando las muertes de seres queridos en medio de alguna operación, realmente no se sentía preparado, pero tenían que hacer algo. Fueron, no sin dudas a su casa y golpearon un par de veces la puerta esperando a que Laura bajase. Escucharon pasos al otro lado de la puerta y poco tiempo después alguien se paró detrás, como si dudara en abrir, sabiendo tal vez del destino de su esposo quién seguía tirado en el piso sin ningún signo vital. Abrió la puerta y vieron a una mujer mucho más desgastada de lo que estaba antes, pálida, ojerosa y flacuchenta, parecía un muerto viviente. Los miró a los ojos, esperando a que le dieran una noticia que ya debía de saber, pero de la que solo necesitaba confirmación.

- Señora Laura, buenos días – dices bajando la mirada sin poder sostener la suya, pues sentías que, a pesar de no tener mucha vitalidad, seguía siendo muy penetrante

- Su esposo... Don Diego... - continúa Juanes apenas con un hilillo de voz tampoco logrando sostener la mirada por mucho tiempo.

- Está muerto, ¿verdad? – comentó ella con una frialdad que les heló la sangre. Parecía enterarse no del fallecimiento de su esposo, sino de algo sumamente común, un suceso que podría pasar todos los días y el cual ya estabas acostumbrado.

- Pues – comentas, sin saber sí decirle la verdad o quedarte callado para que se entere por si misma de la repentina muerte de su esposo.

Sin decir nada más, salió de su casa lentamente y se dirigió hacia donde estaba el cuerpo de Diego. Se agachó y acarició su cabeza con un cariño casi maternal, un evento que, tanto a ti como a Juanes, los dejó con un escalofrío recorriéndoles desde los pies hasta la cabeza. No lloraba, tampoco gritaba, solo estaba allí demostrándole las últimas muestras de cariño a su compañero de aventuras.

Eres tú quién decide llamar a emergencias, quienes no tardan en llegar para el levantamiento del cadáver. Varios de los vecinos ya se han enterado del suceso y están rodeando a Laura, esperando poder ayudarla sí tenía alguna descompensación emocional, algo que nunca sucedió. Todo el tiempo que el carro de la morgue y la policía demoró en llegar, ella no hizo nada más qué acariciar el cuerpo, como una madre lo hace con su bebé.

Hacen el levantamiento del cuerpo y te interrogantanto a ti como a Juanes. Tu vecina, quién justamente está de turno, es quiénles hace las preguntas correspondientes. No tardan mucho tiempo, pues es casiobvio que murió a causa de la adicción al alcohol. Te enteras, un tiempodespués de su propia voz (hacen buena amistad), que en la sangre de Diegoencontraron diversos tipos de drogas nunca vistas hasta entonces, sustanciasilícitas con las que nunca habían interactuado antes, por lo cual, de alguna uotra forma, también contribuyeron en el fin de sus días. En las cámaras de seguridad, se mostró aDiego en el jardín tomando sus últimos tragos mirando constantemente hacía elcielo, posiblemente llorando por su hija desaparecida. En algún punto de lamadrugada, se acuesta en el suelo y muere lentamente sin que nadie se diesecuenta hasta que Juanes y tú lo descubren. 

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora