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En una tienda de conveniencia que abre las 24 horas del día, de lunes a domingo, en medio de la carretera, Eduard de 23 años, empezaba su turno semanal a la misma hora; las 6:00 P.M.

Él ejercía allí desde hacía 1 año atrás y se desenvolvía muy bien en su trabajo. Su jefe estaba orgulloso por su desempeño desde el día en que empezó, y ya eran 5 las ocasiones en las que nombraba como el empleado del mes. Eduard estudiaba lenguas modernas en una universidad que quedaba en la ciudad. Con lo que ganaba, le ayudaba a pagar parte de la matricula universitaria (sus padres le ayudaban con el resto) y con los gastos del apartamento en el que vivía.

Para llegar allí, tenía que viajar una media hora cada sábado para llegar a su trabajo. Tenía una moto que compró en un puesto de vehículos usados y que le gustaba bastante. Su padre le implantó un gusto particular por las motos, y desde que vio aquel pulsar 180 de color roja entre el resto de vehículos, le flechó instantáneamente, y luego de comprarla, se paseó por gran parte de la ciudad. Según él, fue uno de los mejores días de su vida.

Aún recuerda la charla que tuvo con sus padres luego de darse ese primer paseo en su nueva adquisición, de eso hace 2 meses.

- ¡hijo! Vaya... joder, no se que decirte... esta marca siempre la he querido, pero nunca pude conseguir una... esta bellísima, sobre todo si es del color que a ti y a mi nos une. – dijo su padre, aún procesando la sorpresa por ver lo que su hijo había comprado.

- Eduard, espero que seas muy cuidadoso con esa máquina. Sí te pasa algo, voy a matar a tu padre por heredarte ese gusto tan loco.

- Tranquila mamá, estaré bien, y si me pasa algo, yo te ayudo con mi padre.

Los tres rieron al tiempo y se sintió una gran aura de comodidad que los tres amaban sentir. Eran una familia realmente unida, a pesar de todas las adversidades que alguna vez pasaron.

En aquella apartada tienda, Eduard saludó a su compañero y estuvieron hablando por unos cuantos minutos. Luis, un hombre de ascendencia mexicana de unos 35 años aproximadamente, le mencionó que el jefe le había dejado unos encargos que quedaron escritos en una nota, la cual estaba pegada en la caja registradora. Luego se fue, dejándolo totalmente solo.

Disfrutaba realmente del silencio que había en el lugar, pero como tenía algunas cosas que hacer, decidió poner algo de rap para distraerse y que el tiempo se le pasase un poco más rápido. Lo primero que se le encargó, fue barrer el piso y arreglar una mercancía que había llegado minutos antes de que Luis terminase su turno.

Unos cuarenta minutos después de empezar, un coche se estacionó en la gasolinera y una mujer se bajó con su hijo agarrado de la mano. Ella debía de tener unos 40 años, mientras que el chico apenas debía de pasar los 5. Dejó a un lado lo que estaba haciendo y se ubicó detrás de la caja registradora. Al entrar la madre con su niño, pausó la música, les dio un saludo y la mamá se lo devolvió, e insistió al niño que lo hiciera, el cual lo hizo con su pequeña mano regordeta. Eduard sonrió y esperó a que escogiesen algo para cobrarles. Dentro suyo, se preguntaba quienes eran en realidad, a que se dedicaba la madre, a que quería dedicarse el niño, a donde se dirigían y algunas cosas más. Se preguntó como sería tener un hijo al que cuidar, y deseó conocer a la mujer indicada para tener un bebé. Con la presencia de aquella pequeña familia, se sentía menos solo obviamente, y a pesar de que disfrutaba esa sensación, tampoco le caía mal un poco de compañía de vez en cuando.

Tras revisar algunos otros estantes, se ubicaron frente a él con unas 2 botellas con agua sin gas y unas cuantas botanas, supuso que para comer en su viaje. Le preguntó a la señora si no necesitaba algo más (refiriéndose a la gasolina), pero ella se negó y le cobró. Al irse, volvió a poner música y siguió haciendo lo que debía.

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora