tormenta eléctrica

14 1 0
                                    


Es una madrugada, en la que hay una fuerte tormenta eléctrica imponiéndose afuera, toda la familia duerme, en sus camas, sin prestarle mucha atención a lo que sucede. Algunos truenos hacen sacudir las ventanas, y las gotas de lluvia las golpean, dando la impresión de que son pequeños dedos tocándolas sin cesar, una y otra vez hasta el cansancio. Nicolás estaba en su cuarto, recién despertándose con ganas de ir a orinar. Se levantó, y salió de su recamara, caminando hacía el baño que quedaba al final del pasillo del segundo piso.

Nico llegó al baño y prendió la luz del mismo, tapándose los ojos para que la luz no le hiciera mucho daño en la vista. Al acostumbrarse, poco tiempo después, empezó a orinar. Sí no fuera por la tormenta de afuera, escucharía claramente las olas golpeando el mar, un sonido que a él le relajaba bastante.

Empezó a lavarse las manos, tal y como se lo enseñó su padre tiempo atrás. Estaban en medio de una pandemia, y sí algo bueno podían sacar de esta era eso, un nuevo método de lavado de manos, muy útil según su mamá, quién era enfermera y siempre que llegaba del trabajo era directo a la ducha y no dejaba que nadie la tocara hasta estar totalmente limpia.

Llegó a su cuarto nuevamente, el mejor de toda la casa según sus hermanos mayores. Tenía un balcón con vista al mar, en el segundo piso, lugar perfecto para ver a la distancia y perderse en sus pensamientos. A sus 16 años, la curiosidad de todo adolescente le hacía pararse allí no únicamente para mirar al vacío, sino para observar a las chicas de su edad (algunas incluso mayores que él) en sus trajes de baño y tener fantasías con ellas.

Miró a través de la ventana, viendo el imponente paisaje oscuro frente a él. Algunos truenos iluminaban su rostro cada que hacían acto de presencia. La marea cada vez arreciaba más y más, lo que le hizo sentir algo de pena por las personas que en ese momento se encontraban en algún barco grande trabajando para poder conseguir el pan de cada día.

Un rayo cayó bastante cerca de él, cegándolo por unos instantes, creyendo también escuchar el grito de alguien a la distancia. Al recuperar la vista, si esta no le fallaba, logró ver con algo de dificultad a una mujer parada en la orilla del mar, mirando hacía la nada y sin mover un músculo. Esta mujer tenía el pelo ondulado y evidentemente mojado, llevaba un traje de playa largo y blanco, parecía ser de tez blanca e iba descalza.

Esta visión hizo que Nicolás tuviese un escalofrío que le recorrió toda la espalda, pero no podía estar seguro porque todo estaba oscuro, y seguramente podría ser una ilusión óptica de algo más, no sabía, tal vez un vestido que alguien dejó allí esa tarde antes de que empezara la tormenta.

Se acostó nuevamente y cerró los ojos, tratando de conciliar otra vez el sueño que fue interrumpido por las ganas de ir a orinar. Lo que pareció sentir a continuación no sabe sí fue causado por su mente, pues esta suele ser bastante fuerte y hace que una persona escuche cosas que no terminan siendo reales. Una voz le llamaba, desde afuera, una voz muy melodiosa, hermosa e hipnotizante. "Nico, Nico, te necesito, ven, porfa". Decían desde fuera. Pensó, quiso creer que era un sueño bastante real, y que cuando abriera los ojos sería un día soleado, perfecto para ir a nadar con sus amigos. Pero no era así, vaya que no. Al abrirlos, un oscuro cielo lleno de nubes se veía aún. Sentado en su cama, prestó atención a los ruidos exteriores.

- Nico, vamos, asómate – dijo una voz femenina de afuera, seductora. – te enseñaré algo, te gustará.

Esa mujer, ¿Cómo sabía su nombre? ¿Acaso lo conocía? ¿Él reconocía quién le hablaba? No, no lograba reconocerla. Pero vaya que tenía ganas de ir con ella, con quién fuera que le estuviera llamando. No importaba la lluvia, ni la tormenta, quería ir a verla.

Lentamente se levantó de su cama, y miró hacía la ventana. Afuera, la lluvia había parado un poco, y claramente pudo ver a la misma mujer de antes, pero esta vez estaba de frente, mirando directamente a la ventana.

No debía pasar de los 25 años y era realmente hermosa. Su sonrisa era atrapante, la mirada era como un estruendo que hace temblar, le hacía sentir a Nicolás una sensación que con ninguna otra mujer jamás sintió.

Sus piernas empezaron a moverse hacía las escaleras, sin poder ser controladas conscientemente por el cerebro de Nicolás. Aquella mujer empezó a cantar una medía muy hermosa, que transmitía una paz abrumadora. Su voz no hacía eco, pero era curioso, pues Nico era el único quién parecía escucharla. Se sintió internamente emocionado, con ganas de llorar de emoción y de abrazarle. Era hermosa, debía de estar con ella. Jamás, en sus 16 años de vida, llegó a ver a una mujer tan jodidamente perfecta.

Algunos truenos aún se hacían presentes, estremeciendo las ventanas. Cuando estuvo frente a la puerta de la casa, puso su mano en el picaporte y escuchó como ese canto era más evidente. La piel se le erizó, y sin poder evitarlo, tuvo una fuerte erección. Giró su mano, y la puerta se abrió. El frío viento lo golpeó en la cara, y el olor del agua salada le llegó a la nariz. Salió sin dudarlo, y empezó a caminar hacía la orilla.

Sus pies, aún descalzos, tocaron la arena, luego el agua helada. A su lado, apareció aquella mujer y a su lado, notó que era mucho más bella que lo que era en la distancia. Le tomó de la mano, se acercó a él, y le dio un apasionado beso en los labios, cómo sí de un par de novios que no se ven hace mucho se tratasen.

Se sentaron en la orilla y posaron su mirada en el oscuro y misterioso horizonte que se posaba frente a ellos. Los pies, sus piernas, su rostro, todo de ella a Nicolás le encantaba. ¿Por qué no la había conocido antes? Esa muchacha sin nombre debió de leer sus pensamientos, porque apretó su mano derecha, la besó, y le susurró: "estaremos juntos para toda la eternidad". Lo erótico que resultaba esa situación era de fantasía, vaya que sí.

De pronto, volvió a cantar nuevamente, y sin saberse la letra, Nico también empezó a hacerlo con la felicidad más grande que jamás sintió en su vida hasta entonces. Era una melodía tierna, pegadiza y electrizante. Le daban ganas de llorar escuchándola, y mucho más cantándola. Deseaba poder saber cómo se llamaba para buscarla en internet y descargarla en su celular, pero era obvio que no sería lo mismo sí no la escuchaba de una voz diferente.

Su madre siempre le recordaba que jamás se juntase con extraños, pero ese consejo ya no importaba en ese momento. No estaba mal ser rebelde de vez en cuando, no siempre debía decir sí a todas las ordenes impuestas por sus padres.

- Déjate llevar, debes estar tranquilo – dijo ella, de repente.

Se levantó, lo cogió de la mano para ayudarle a levantar, y empezaron a caminar hacía las profundidades del mar. El agua empezó a taparle las rodillas, luego la cadera, posteriormente, ya tenía únicamente la cabeza fuera del agua. Su nueva amiga lo miraba fijamente, con tal seguridad de sí misma que a Nico le hizo sentirse también seguro de sí mismo.

Se hundieron, y cerró sus ojos, dejándose llevar. A pesar de tener sus oídos tapados por el agua, logró escuchar su voz una última vez, pero algo era distinto, y dentro de sí el pánico y arrepentimiento empezaron a acrecentarse.

- Tranquilo, que acá abajo no se está tan mal.

Abrió sus ojos, y lo que alcanzaron a ver, fue una larga fila de cadáveres descompuestos, todos con la misma sonrisa de felicidad, hombres, de casi su misma edad, y ofreciéndole sus manos, esperando a ser apretadas para poder ser una gran familia. 

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora