esposa enferma

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Mi esposa lleva enferma por lo menos 2 semanas, y no se que tiene. No se levanta de cama, no come y tampoco toma líquidos. Estoy bastante preocupado por ella, además de que empieza a oler bastante mal. Me duele decir eso, porque a ella siempre la he recordado especialmente por el perfume olor a rosas que cargaba encima desde el día en el que la conocí, en mi segundo año en la universidad, en la carrera de periodismo.

Llamé a una ambulancia, pues mi esposa no quería ir al hospital por más que le insistía y, además, por lo delicada que ella se veía, no quería tener que cargarla y en un descuido de mi parte, lastimarla y ponerla aún peor de lo que ya estaba. La operadora me afirmó que estarían allí en unos 5 minutos y que harían lo que estuviese en sus manos para ayudarla y llevarla a urgencias. Temía lo peor, para ser honestos. No quería verle morir, pero suponía que ya estaba cerca de irse de este mundo. Hace poco, mi Golden Terrier, de 14 años acababa de fallecer por un cáncer pulmonar y con eso ya había quedado bastante devastado, por lo que no sabía si estaba preparado para afrontar la muerte de mi amada.

Al llegar, dos enfermeros (uno de aproximadamente 26 y el otro de unos 50) entraron a mi casa y les empecé a contar todo lo que había venido sucediendo en esos días. Deseaba que todo esto pronto acabase, y así poder tener unas merecidas vacaciones ella y yo. Al estar cerca de su cuarto, tuve que pedirles perdón por el olor que desprendía mi esposa, puesto que no se bañaba ni arreglaba desde hacía un par de días atrás.

Abrí la puerta, y pude notar como hacían esfuerzos por no vomitar. Supongo que yo habría hecho lo mismo en su lugar, puesto que el olor cada día se hacía más insoportable. Me acerqué a ella, y con un tono de voz suave, le dije:

- Bebé, traje unos paramédicos para que te lleven al hospital.

No respondió, y como estaba acostada de costado, hice que su mirada quedase fija en el techo. Los dos gritaron, con una mezcla de horror y asco.

- ¡¿Pero qué carajos significa esto?! – preguntó el mayor de ellos.

- ¿Qué cosa? – dije yo.

- Esta mujer lleva muerta por lo menos ¡tres meses! – exclamó, notablemente escandalizado.

- No, claro que no, mírala, sigue prefecta.

Dirigí mi mirada a su cuerpo hinchado, negro por el pasar del tiempo, con las cuencas oculares vacías y tan frágil que el viento podría deshacer.

- Está totalmente perfecta hermano. Absolutamente. – volví a afirmar, recordando el día en el que la saqué del cementerio y la traje nuevamente a casa, con la esperanza de que se curaría de su cáncer. 

la oscuridad detrás de la puertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora